La sociedad, tal y como la conocemos, nos obliga a avanzar acorde a unos estándares que debemos haber alcanzado cuando llegamos a unas etapas vitales. Nos recomiendan qué debemos hacer en todo momento y, en caso de que no lo consigamos, surge cierta frustración o decepción con uno mismo. La tecnología tiene una vertiente muy cruel que puede ayudar a ese sentimiento de insatisfacción, y es la apariencia constante de los demás, algunos a los que ya conocemos y otros de los que no sabemos ni quiénes son pero que aparecen en las pantallas y dispositivos móviles que consumimos día tras día.

Poco a poco, sin apenas darnos cuenta podemos empezar a preocuparnos por querer tener lo que vemos del resto. Somos conscientes de que nos faltan muchas cosas para ser felices. Reflexionamos sobre lo que hemos tenido y no valorado, o lo que ya tenemos y nos sobra completamente.
Nuestros pensamientos se pueden volver intrusivos si estamos pendientes de nuestro alrededor deseando lo que el resto tiene. Podemos pensar que la sociedad en general obtiene más que uno mismo o que una determinada persona le ha ido mejor y ha logrado conseguir una trayectoria profesional excelente junto con el espacio familiar.
Podemos ir a una boda y querer ese amor que los novios desprenden. Podemos quedar con los amigos y envidiar a los solteros pensando en dejarlo con nuestra pareja. Podemos querer un hijo porque nuestra amiga está embarazada pero odiar a los niños porque no hemos aguantado a los hijos de un familiar. Podemos buscar cualquier trabajo pero desear el nefasto empleo de nuestro mejor amigo. Podemos ir al gimnasio para tonificar nuestro cuerpo pero estar pendiente de los ejercicios que otros hacen porque nos gustaría estar como ellos. Siempre queremos lo que no tenemos y muchas veces, probablemente, aún teniéndolo no estaríamos conformes porque siempre querríamos más. Estamos hablando de avaricia, egoísmo o posesión. Y es que los seres humanos en su estado más básico somos así.
Estar constantemente pendiente de lo que los demás tienen supone un estado de ansiedad crónico, porque no podemos vivir con libertad ya que estamos expuestos a envidiar las vacaciones, el físico, la actitud o la forma de ser de las personas que nos rodean y que, según a lo que nos dediquemos, puede ser bastante extenso.
Pero no todo el mundo es así ya que existen distintos tipos de personas que son felices con lo que tienen y saben adaptarse a las situaciones que les ha tocado vivir. Muchas veces, se trata más de actitud que de otra cosa. Saber cómo tomarse los diferentes momentos que la vida nos pone por delante será crucial para gestionar cómo enfrentarnos y en qué medida nos afectará.
Vivir es duro y no todo el mundo tiene la misma vida porque no ha recibido la misma educación ni ha tenido las mismas oportunidades. Valorar lo que uno tiene es indispensable para poder ser libre de pensamientos. Está bien reflexionar y tener ciertas metas pero éstas, deben ser cortas y objetivas, no pueden ser inalcanzables y motivadas por una envidia tóxica generada por nuestro entorno.
Está bien querer más pero siempre dentro de unos límites que no impidan que la persona se desarrolle con normalidad dentro de sus diversas esferas. Habrá momentos mejores y peores pero cuando nos comparamos con los demás, siempre estaremos en desventaja porque vemos en esos otros mejores situaciones que las nuestras y eso no tiene por qué ser así.
Hay que aprender a valorarse no sólo ya a uno mismo sino a todo lo que le rodea para no caer en la tentación de estar pendiente de la vida de los demás. Hay que saber cuándo parar en cuestión de esas ideas que no aportan nada pero que aparecen en nuestra cabeza en situaciones de desventaja.
No podemos ser felices siempre, pero sí que podemos intentar ser más conscientes de que nuestra actitud influirá en la manera en cómo nos tomemos la vida. Queremos lo que no tenemos, pero pudiera ser que otros sí que valoren aquello que nosotros despreciamos comparándonos con ellos.
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