Podemos empezar por España. Cuando se promulgó la Constitución del 78, a la cual yo voté que no porque no había nada claro, y dije que era un sistema para gente de "malvivir", se convirtió en las leyes por las cuales se dirigiría España. Ya no se trataba de una persona, era la ley de la nación. Estamos viviendo en una situación de extrema gravedad. Esa apostasía de las naciones reclama una conversión nacional, ya no es suficiente la conversión personal. La Hermana Lucía de Fátima ya indicó que las naciones serían juzgadas, pues representan la voluntad popular. Ya tenemos a la puerta, es decir, Europa, con una guerra que nadie sabe cuándo terminará ni cómo. Y este es el resultado de la apostasía de las naciones, incluida España. El mundo se ha convertido en un polvorín próximo a estallar; las naciones gastan millones y millones en armas, mientras muchos millones de personas carecen de lo imprescindible para vivir y mueren de hambre. Sólo la conversión de las naciones puede evitar un castigo divino. Las apariciones de la Santísima Virgen en Fátima y Garabandal ya nos advirtieron y pidieron nuestra conversión.
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