Realidad y deseo son según algún que otro filósofo dos pilares revolucionarios, y comparan esos pilares con esa revolución que decía «libertad, igualdad y fraternidad». Muchos mayores de hoy optaron de jóvenes por el ideal de Falange de «patria, pan y justicia», y también hubo algunos que jamás se han separado de lo del «café, copa y puro». Y así, podríamos contar una historia como la de un “dandy” falangista de uniforme planchado de primera hora que pregunta a gritos cuál es la trilogía sobre la que se asienta el proceder de las ciudades, y hay quien siempre responde eso de: «mañana, mañana y mañana»... Es como ese acto de “Macbeth”, como si la ciudad creyera que el ayer fue un payaso que facilita el paso a la polvorienta muerte. Cambiemos la historia: de niño, de joven, y con la madurez que atardece, uno no puede rechazar el refugio de esas calles que murmuran silencios lentos que dan y quitan... Efectivamente, como el silencio de la dama que a todas horas pedía el carné de identidad en una peli de antes cuyo nombre no recuerdo. Y antes que nada hay que recordar que a lo nuevo hay que “graparle” lo que en la vida te ha ido bien, porque la vida pinta los callejones de la memoria, mientras los atardeceres no quieren irse.
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