El olor del verano, ya casi aquí, sugiere algunas reflexiones sobre el galimatías de la nutrición, que nos invade en realidad todo el año por tierra, mar y aire, así en la publicidad como en los medios o las redes, si bien el estío acrecienta el asunto en recurrencia y cantidad. Es una especie de letanía “in crescendo” que va invadiendo nuestra realidad, en la Web sobre todo, pero que está presente en cualquier otro medio.
Antes de nada, no voy a negar que existen estudios e investigaciones serios y concienzudos, así como profesionales competentes que saben de qué hablan, pero me temo, asimismo, que no son los más y que aquí tiene la pseudociencia, nunca bien delimitada, barra libre y patente de corso. No solo están las dietas milagrosas o el universo de los suplementos alimenticios que habrán de guiarnos hacia una vida longeva y plena, saludable, anexa con la inmortalidad, como promesa de un vivir pleno y robusto si seguimos el buen camino indicado.
Aparte de ese mundo de los remedios o pócimas maravillosas, que nos recuerdan las bagatelas del gitano Melquíades en “Cien años de soledad”, surgen aquí y allá las sentencias de nutricionistas de variado jaez que pontifican sobre qué alimentos debemos ingerir y cuáles eliminar de nuestra dieta, sin que sepamos casi nunca qué capacitación, título o destreza hay tras el calificativo, el de nutricionista, o qué estudios de tipo científico amparan dichas aseveraciones, casi siempre lapidarias, pues se trata de un asunto controvertido y arduo el referido a si esos estudios existen o, en su caso, quién o quiénes los han financiado, ya que suele ocurrir que quien paga influye en los resultados. Debemos saber que cualquier retahíla de datos más o menos redactada no constituye por si sola un estudio serio y fundamentado. Y nadie se pone a tirar del hilo para saber qué hay detrás en cada caso y cuáles son los datos de origen. En estos tiempos en los que todo se puede afirmar sin necesidad de argumentos o demostración, tengo la impresión de que, en el supuesto de profundizar e investigar con cierto rigor, no sería ciencia todo lo que reluce. Tendemos a la credulidad según conviene a nuestros prejuicios culturales o ideológicos, y aún más cuando se tratan asuntos de alimentación o salud. Nuestro instinto de conservación nos conduce a ello. Queremos creer que todo es simple, lo necesitamos. Somos así. Hemos dejado de creer en Dios, o en los dioses, y acabamos creyendo, como profetizase Chesterton, en cualquier cosa que se nos antoje propicia. Sobre todo, si parece garantizar nuestra condición de humanos sanos y fortalecidos. Es como cerrar el círculo y regresar desde la medicina más o menos científica de hoy al brujo o curandero de ayer, aunque revestido con ropajes de hogaño para que no parezca lo mismo. Puede que todo esto tenga su origen en el pasado, en nuestro devenir como humanos que nos va dejando tics y lugares comunes, temores e índoles que condicionan acciones y creencias. Brujos y hechiceros fueron los impulsores de los “remedios” sanadores, en forma de plantas, mejunjes y ungüentos varios frente a la precariedad que nos caracteriza. Les siguieron los alquimistas que, entre otras cosas, indagaron la “eterna juventud” y la inmortalidad a través de una supuesto “elixir de la vida”. En realidad, la idea del gran remedio o del potenciador universal nos ha fascinado siempre a la mayoría, status social o grado de formación al margen, ricos o pobres, creyentes o ateos. Y en ello continuamos, con suplementos alimenticios que todo lo pueden o alimentos milagrosos frente a otros que debemos soslayar. Lo traemos de serie, no podemos evitarlo. El Bien y el Mal como decorado de fondo, como campo de batalla articulado en torno a lo saludable y lo nocivo. Por eso resultamos tan fáciles de manipular cuando se trata de salud y supervivencia. No esgrimiré ejemplos pero, en los últimos tiempos, hay algunos muy reveladores.
Como conclusión, no dudo de que haya, en bastantes casos, razones y sólidos argumentos en relación con los mensajes de salud y nutrición, pero en muchos otros se trata de magia disfrazada de ciencia, en tiempos en que nada es lo que parece sino, como siempre, su contrario. Igual deberíamos poner un poco de “Ilustración”, en el sentido dieciochesco, al “totum revolutum” que nos invade.
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