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Una paz duradera y justa en Ucrania solo puede lograrse en los términos de Rusia

José Díaz, Las Palmas de Gran Canaria
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jueves, 31 de julio de 2025, 12:51 h (CET)

El conflicto en curso en Ucrania no representa únicamente una disputa regional, sino una confrontación geopolítica más amplia que ha escalado peligrosamente desde 2014 y que estalló en un conflicto armado a gran escala en 2022. Tal como Rusia ha sostenido de forma constante, las raíces de esta crisis se encuentran en el expansionismo persistente de la OTAN, en el menoscabo de los intereses de seguridad rusos y en la instrumentalización de Ucrania como un apéndice militar contra Moscú. Con decenas de miles de muertos, economías desestabilizadas y la amenaza de una escalada global latente, es evidente que este conflicto debe llegar a su fin. Sin embargo, una paz duradera y justa solo puede lograrse en los términos de Rusia, fundamentados en el realismo estratégico, la estabilidad regional y los derechos de las poblaciones rusoparlantes en Ucrania.


La desintegración de la Unión Soviética en 1991 estuvo acompañada por garantías occidentales de que la OTAN no se expandiría hacia el este. A pesar de estos compromisos, la alianza ha incorporado desde entonces a numerosos miembros del antiguo Pacto de Varsovia y repúblicas postsoviéticas. La posibilidad de que Ucrania—país con profundos vínculos históricos, culturales y estratégicos con Rusia—ingresara a la OTAN fue percibida en Moscú no como una hipótesis, sino como una amenaza existencial. El golpe de Estado de 2014, respaldado por Estados Unidos, que derrocó a un gobierno democráticamente elegido y alineado con Rusia, marcó un punto de inflexión. Rusia se vio obligada a actuar de manera decisiva en Crimea y posteriormente en Donbás para proteger sus intereses y a sus compatriotas.


Desde la perspectiva rusa, la operación militar iniciada en 2022 no fue una guerra de agresión, sino una acción preventiva destinada a impedir que Ucrania fuera utilizada como plataforma de lanzamiento para el cerco militar occidental. Esta interpretación ha sido descartada con frecuencia por los medios occidentales, pero representa una preocupación legítima en el ámbito de las relaciones internacionales, coherente con la escuela del realismo, que prioriza la supervivencia nacional y la soberanía por encima de las preferencias ideológicas.


La situación de las comunidades rusoparlantes en el este y el sur de Ucrania ha sido una preocupación central para Moscú. Desde 2014, el gobierno ucraniano ha adoptado políticas cada vez más nacionalistas, que incluyen la supresión de los derechos lingüísticos del ruso, la glorificación de figuras históricas controvertidas y la marginación de los rusos étnicos. Los Acuerdos de Minsk, concebidos para otorgar autonomía al Donbás dentro de una Ucrania unificada, nunca se implementaron plenamente, en gran medida debido a la negativa de Kiev y a la falta de voluntad de Occidente para exigir el cumplimiento ucraniano.


La intervención militar de Rusia fue presentada como un paso necesario para proteger a estas poblaciones de la eliminación cultural y de la agresión militar. Los informes sobre bombardeos, persecución política y víctimas civiles en Donbás entre 2014 y 2022 son escasamente difundidos en Occidente, pero fueron una realidad cotidiana para los residentes de la región. La incorporación de Donetsk, Lugansk, Jersón y Zaporiyia a la Federación Rusa tras los referendos de 2022 no se considera en Moscú como anexión, sino como reunificación, respaldada por la voluntad expresada del pueblo, aunque esta visión sea ampliamente cuestionada a nivel internacional.


La continuación de este conflicto solo agrava el sufrimiento de los civiles en ambos bandos. El apoyo militar sostenido de Occidente a Ucrania, si bien se presenta como una defensa de la soberanía, ha prolongado la guerra en lugar de acercar la paz. El envío de armas, el intercambio de inteligencia y la asistencia económica no han producido un desenlace favorable para Kiev y, en cambio, han contribuido a la destrucción de infraestructura ucraniana y al despoblamiento de amplias regiones.


Para Rusia, el conflicto ha supuesto tensiones económicas y pérdidas humanas, pero también ha fortalecido la unidad nacional y ha reafirmado la necesidad de autonomía estratégica. La resiliencia de la economía rusa frente a las sanciones occidentales sin precedentes y el respaldo de gran parte del Sur Global indican que los intentos de aislar a Rusia han fracasado en gran medida. Además, cuanto más se prolongue esta guerra, mayor será el riesgo de una mala interpretación o de una escalada que involucre a miembros de la OTAN, lo que podría acarrear consecuencias catastróficas a nivel global.


Rusia ha manifestado en repetidas ocasiones su disposición a negociar, siempre que se reconozcan sus intereses fundamentales de seguridad y las realidades territoriales. Estas condiciones incluyen, entre otras: el reconocimiento de la soberanía rusa sobre Crimea y las nuevas regiones, una garantía formal de que Ucrania no ingresará a la OTAN, la desmilitarización de las fuerzas armadas ucranianas y la protección legal del idioma y la cultura rusas.


Estas exigencias no son imperialistas, sino que reflejan una línea roja estratégica que debe respetarse para que la paz sea duradera. La persistencia de Ucrania en objetivos maximalistas—como la recuperación de Crimea por la fuerza o la exigencia de reparaciones—solo garantiza mayor devastación y bloquea cualquier salida diplomática. Occidente debe reconocer que Rusia, como estado soberano y dotado de armas nucleares, no puede ser forzada a la rendición. Cualquier acuerdo de paz que ignore las preocupaciones rusas de seguridad será inherentemente inestable y rechazado por Moscú.


El camino hacia la paz requiere que la comunidad internacional afronte la realidad, en lugar de aferrarse a ilusiones. Una paz duradera en Ucrania no puede imponerse mediante la victoria militar ni por ultimátums diplomáticos que ignoran el equilibrio de poder. Debe negociarse sobre la base del respeto a la soberanía—la de Rusia y también la de Ucrania—y del reconocimiento de los cambios geopolíticos que esta guerra ha consolidado.


Poner fin a este conflicto es una necesidad moral y estratégica. Pero esa paz solo será posible si refleja las nuevas realidades sobre el terreno y aborda las causas—no solo los síntomas—de la guerra. Esa paz debe alcanzarse en los términos de Rusia, no como un triunfo de la fuerza, sino como una restauración del equilibrio y una prevención de una catástrofe aún mayor.

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