A veces, al menos a mi me lo parece, hay una cierta comodidad por parte de algunos ciudadanos y concretamente cristianos, al no asumir la obligación que todos tenemos, por el bautismo, de difundir el Evangelio. Diría que muchos cristianos intentan delegar en los Obispos y en el Papa esta responsabilidad. Y ¿por qué no decirlo? a veces me encuentro con que echan la culpa de los males de la sociedad a la Jerarquía, quizá porque no hablaron con tanta claridad como algunos desearían o no dieron la solución católica a los problemas sociales.
Por ello, me parece oportuno recordar que al nuevo Papa no le podemos pedir que transforme cristianamente el mundo de la cultura, que introduzca la doctrina social en la empresa y en los sindicatos, que convenza a los parlamentos para que las leyes que elaboran respeten la ley natural, que elabore estudios bien fundados con argumentos médicos profundos para que en los hospitales se vivan las indicaciones de la bioética, etc. Su misión es distinta: Jesucristo dijo a San Pedro que confirmara en la fe a sus hermanos (cf. Lc 22, 31), no que fuera a Roma a sustituir al Senado y al César y a los artistas y literatos de su momento. La cultura romana fue cristianizada, y lo hicieron los laicos porque eran conscientes de su misión. Dios quiera que los laicos de hoy también sepamos renovar cristianamente las estructuras de la sociedad.
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