Se puede madrugar para ir al trabajo. Y mucho. Se puede madrugar para ir a clase. También. Se puede madrugar para ir al aeropuerto o la lonja. Se puede madrugar para ir a la fábrica o a la oficina. Se puede madrugar para ir al gimnasio o para desayunar. Se puede madrugar para no hacer nada. Se puede madrugar por el gusto de madrugar y ya está. Se puede madrugar para hacer el bien. También se puede madrugar para hacer el mal. La bolsa de Nueva York abre a las nueve y media. Mucho antes de esa hora, Donald Trump ya había anunciado un montón de aranceles para Europa. Para ello suponemos que tuvo que firmarlos. Y para firmarlos suponemos que Donald tuvo que levantarse de la cama. No más tarde de las cinco de la mañana. Hora de Washington. Hay que dormir muy mal para madrugar tanto y poner aranceles al mundo. Quizás el colchón era demasiado duro. O quizás las ganas de subir aranceles son muy grandes. Cuando sabes que puedes poner aranceles en cualquier momento, no puedes dejar de hacerlo todo el tiempo. Es como rascarse las espinillas o los juegos de apuestas. Cuando tienes el poder del mundo cualquier hora es buena.
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