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Educar el carácter a través de los libros: la lectura como semilla de humanidad

En una época en la que se tiende a simplificar el pensamiento y a reducir la experiencia humana a impulsos inmediatos, que los jóvenes sigan leyendo es una noticia luminosa
Llucià Pou Sabaté
miércoles, 21 de mayo de 2025, 08:50 h (CET)

En una sociedad cada vez más acelerada y distraída, la lectura se convierte en un acto de resistencia y de siembra. Leer no es solo comprender palabras; es mirar el mundo con los ojos de otros, es descubrir que la vida tiene sentido, que hay valores que orientan y que el bien, aunque a veces silencioso, sigue siendo posible. Especialmente en la infancia y la adolescencia, la lectura tiene una capacidad única de moldear el carácter y encender la conciencia.


Los datos recientes sobre hábitos lectores en España invitan a la esperanza. Más del 65% de la población afirma leer en su tiempo libre, y entre los jóvenes de 14 a 24 años el porcentaje supera el 75%. En una época en la que se tiende a simplificar el pensamiento y a reducir la experiencia humana a impulsos inmediatos, que los jóvenes sigan leyendo es una noticia luminosa.


Pero no se trata solo de leer por leer. La lectura, cuando es bien acompañada, tiene el poder de abrir la interioridad del ser humano, de ofrecer modelos de virtud, de hacernos más compasivos, más pacientes, más críticos y más auténticos. Por eso, la educación del carácter no puede desligarse del fomento de la lectura. No hablamos de una lectura utilitaria, sino de una lectura que toca el alma, que sacude la indiferencia, que enseña a mirar con profundidad.


Aquí el papel de los adultos —padres, madres, docentes— es crucial. No basta con sugerir libros o dejar que los niños elijan sus lecturas según la moda. Es necesario leer con ellos, leer para ellos, entusiasmarse con las historias, conversar sobre los personajes, reflexionar juntos. Educar la sensibilidad exige tiempo, escucha, presencia. Un cuento bien leído a un niño puede ser la chispa que despierte toda una vida de sentido.


Además, los libros ofrecen un refugio ante las heridas del mundo. En medio del dolor, la confusión o la pérdida, un relato bien escogido puede ser consuelo, bálsamo y orientación. Natalia Ginzburg decía que lo esencial en la educación es que a los hijos no les falte nunca el amor a la vida. ¿Y qué mejor modo de alimentar ese amor que a través de relatos que ensanchan el horizonte y alimentan la esperanza?


Educar el carácter implica enseñar a los niños a amar el bien, a resistir el mal, a actuar con libertad y responsabilidad. Y para ello, la lectura de calidad es una aliada insustituible. No estamos hablando de moralismos ni de imposiciones rígidas, sino de formar personas con raíces profundas y alas abiertas. Y eso, en gran parte, se aprende en el silencio fecundo de un libro compartido.


Acompañar a los niños en sus primeras lecturas es sembrar humanidad en tierra fértil. Y quizá, en tiempos de posverdad y ruido, no haya tarea más urgente ni más hermosa.

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Lo que voy a decir no se apoya -no lo pretende, además lo rechaza- en ningún argumento científico. Rechazo en general lo científico porque proviene, tal caudal de conocimiento, de la mente humana matemática, fajada y limitada, sobre todo no mente libre sino observante desde muchos filtros atascados de prejuicios.

No es ninguna novedad que vivimos en un tiempo donde el pulso de la coexistencia social parece haberse acelerado en una deriva incomprensible, enfrentándonos con la paradoja de una humanidad cada vez más próxima, sin que ello se traduzca necesariamente en la cercanía o comprensión mutua.

El filólogo humanista Noam Chomsky decía que “si no se está de acuerdo con una cuestión, el hecho de formular y escuchar críticas, forma parte de la convivencia, y así se espera que sea”. De este modo, Chomsky argumenta el derecho y obligación a ejercer la crítica como proceso para la construcción de la convivencia.

 
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