La mente guarda algunos recuerdos como si fueran heridas sin cicatrizar.
A veces vuelven, una y otra vez, con la fuerza de lo que creemos no haber resuelto: la culpa, el dolor, los reproches. Y sentimos que seguimos viviendo ese momento, y nos quedamos anclados en un pasado que ya no existe. Pero un recuerdo no es más que eso: un pensamiento que aparece en la mente. No es realidad, porque no está ocurriendo aquí y ahora.
La verdadera paz llega cuando comprendemos esto. Cuando miramos el recuerdo y reconocemos que no somos él, que no tiene poder sobre nosotros salvo que lo alimentemos y nos identifiquemos con el. Entonces es cuando hay que ponerse a trabajar con sabiduría: tenemos que observar la memoria sin quedar atrapados en sus garras.
La culpa suele disfrazarse de verdad. Nos susurra que debimos haber hecho más, que podríamos haber evitado el error, que teníamos que ser mejores. Pero lo cierto es que, si te detienes y observas, te das cuenta de que en aquel momento, nuestra conciencia era distinta. Nadie puede actuar desde un nivel de conciencia que todavía no tiene. Pero hoy somos otros. Y es esa conciencia presente, la que nos dice que lo pasado ya no nos define.
El ego insistirá en repetir la historia para tenernos prisioneros. El ego solo quiere que creamos que todo sigue sucediendo, y nos castiga por lo que fue. Pero cuando dejamos de identificarnos con el pensamiento, la herida queda expuesta a la luz. Y descubrimos que la culpa no es más que un eco, que se disuelve cuando lo miramos de frente.
La libertad no está en borrar los recuerdos, sino en verlos tal y como son: pensamientos que flotan y no existen en el presente. El pasado no puede hacernos daño si no lo dejamos entrar. Nosotros somos el que observa lo que ocurrió pero no la carga que se repite una y otra vez.
Y si ahora mismo te sientes cansado de luchar con tu propia memoria, quiero decirte algo: no estás obligado a revivir aquello una y otra vez. No eres lo que te pasó, no eres el error, no eres la herida. Eres mucho más grande que tus recuerdos. Porque lo único real es este instante que respiramos, este momento en el que podemos elegir cómo vivir y dejar que el pasado descanse.
Porque la vida siempre nace, solo aquí y ahora.
|