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Pensamientos distorsionados: cuando el ruido mental nubla la realidad

Son lo que la psicología cognitiva llama distorsiones cognitivas: formas erróneas de interpretación que acaban drenando nuestra energía emocional
Llucià Pou Sabaté
martes, 13 de mayo de 2025, 10:21 h (CET)

Nuestra mente es como una radio: si el dial está mal sintonizado, no oímos la música, solo interferencias. Pensamientos que se repiten, que se amplifican, que nos hacen sentir inútiles, tristes o indignos, aunque no haya razones objetivas. Son lo que la psicología cognitiva llama distorsiones cognitivas: formas erróneas de interpretar la realidad que acaban drenando nuestra energía emocional.


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Aquí repasamos las 10 distorsiones más comunes, con ejemplos de la vida cotidiana que muestran cómo opera el pensamiento cuando se descentra de la realidad.


1. Pensamiento "todo o nada"


Vivir en blanco y negro. Si no es perfecto, no vale.


“Quedé segundo en una competición… entonces soy un inútil”.
“Mi tesis no sacó un 10, aunque fue excelente… fracasé”.


La perfección no existe. Siempre puede encontrarse una “pega”. Pero eso no invalida el logro.


2. Generalización excesiva


A partir de un caso negativo, se construye una regla fatalista y global.


“Le pedí salir y me dijo que tenía otro compromiso… nadie querrá estar conmigo jamás”.


Un rechazo no define el resto de tu historia afectiva. Pero el pensamiento lo convierte en una sentencia.


3. Filtro mental (abstracción selectiva)


Fijarse solo en lo que salió mal.


“Saqué la mejor nota en Literatura en Selectividad, el profesor me felicitó. Pero vi que tenía solo un notable. Me quedé triste”.
“En la universidad no me salieron bien unos ejercicios… pero en la mili, en un test de varias horas, fui el único que no cometió ni un fallo”.


Nos cuesta reconocer lo positivo. Dependemos tanto de la opinión de los demás que dejamos que un dato nuble toda la imagen.


4. Descalificación de lo positivo


Es la alquimia al revés: todo lo convierto en plomo emocional.


Me elogian y pienso: “Lo dice por compromiso”.
Me dicen: “Sonríes bonito, es tu fortaleza.” Y pienso: “¿Me quieres como florero?”.
No me ponen de primero en una conferencia y concluyo: “Soy plato de segunda”.

Recibo muchos elogios, pero me clavo en una crítica.


5. Conclusiones apresuradas


Lectura de mente:

“Si alguien sale durante mi charla, seguro que no le interesa lo que digo…” Luego resulta que salió por una llamada urgente.


Adivinación del futuro:

“No irá nadie a la conferencia”.
“No me contesta el mensaje: está enfadado, me odia”.


6. Magnificación o minimización


Convertir un detalle en un desastre. O reducir lo valioso a la nada.


“Olvidé decir una frase en clase… ¡Qué desastre!”

En Zúrich, un suizo me enseñó la ciudad con dedicación. Le agradecí y me pidió perdón: “No supe responder a dos preguntas”.


No ver el conjunto: solo lo que faltó.


7. Razonamiento emocional


Sentir = verdad absoluta.


“Me siento inútil, así que debo serlo”.
“Estoy triste, entonces mi vida no tiene sentido”.


La emoción es válida, pero no es una prueba objetiva. Sentirse de un modo no prueba que sea cierto.


8. “Debería”, “tengo que”, “tendría que”


Expectativas rígidas que generan culpa.


“Debería poder con todo”.
“Tendría que estar más animado”.
“No debería fallar nunca”.


Estos mandatos nos oprimen. Hay una gran diferencia entre autoexigencia sana y castigo mental crónico.


9. Etiquetación y etiquetación errónea


“Cometí un error” se convierte en “Soy un desastre”.


Un fallo puntual se convierte en identidad negativa permanente. La persona se define por lo peor que ha hecho.


10. Personalización


Asumir como propia la culpa o el problema de los demás.


“Mi hijo suspendió… soy una mala madre”.
Una mujer hace todo en casa porque el marido ‘no sabe’. No le deja hacer nada. Luego se queja: “¡Lo tengo que hacer todo yo!”
Pero no lo deja ayudarlo. Y esa sobrecarga autoimpuesta se transforma en rabia.


Todo esto… ¿se puede cambiar?


Sí. Primero se detecta. Luego se desmonta. Después se reemplaza.


Estos pensamientos no son verdad. Son hábitos mentales. Podemos reeducarlos. Cuando el dial interior se ajusta, la señal vuelve a ser clara. Y podemos vivir desde la realidad… y no desde el miedo.

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Muchas personas que sufren depresión no lo hacen por falta de amor, ni de logros, ni de inteligencia. Algunas de ellas son personas queridas, con carreras admiradas, con familias que las apoyan. Y sin embargo, se sienten como si su vida no tuviera sentido, como si no merecieran existir.

Nuestra mente es como una radio: si el dial está mal sintonizado, no oímos la música, solo interferencias. Pensamientos que se repiten, que se amplifican, que nos hacen sentir inútiles, tristes o indignos, aunque no haya razones objetivas. Son lo que la psicología cognitiva llama distorsiones cognitivas: formas erróneas de interpretar la realidad que acaban drenando nuestra energía emocional.

Imagina que alguien dedicara su vida entera a observar miles de vidas desde la juventud hasta la vejez. Que pasara décadas recogiendo datos, escuchando historias, siguiendo familias enteras a lo largo del tiempo para descubrir una sola cosa: ¿qué es lo que realmente nos hace felices?

 
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