Entre las palabras que no se pueden decir porque a Sánchez no le gustan y las palabras que pronuncia Sánchez para mentir y engañar, el idioma se deteriora, se empobrece y así, no es de extrañar que Trump haya desterrado el español de los Estados Unidos y que Cervantes, incluido el Instituto del mismo nombre, esté en decadencia.
Con ese insano afán de Sánchez de no llamar a las cosas por su nombre, llegará un día en que no se pueda hablar, no ya en castellano (porque en catalán o en gallego o en euskera, también existe la palabra rearme o sea rearmament, rearmamento o berrarmatu) sino que tampoco se podrán pronunciar esos vocablos en las lenguas múltiples y variadas del Estado Español, que diría Puigdemont.
Hay que decir otras cosas, por ejemplo, seguridad, defensa, tecnologías o habas con jamón o verdes las han “segao” o cuando el río suena… porque, para Sánchez, todo vale. Todo menos decir rearme.
Y tampoco está muy lejos -llegará más pronto que tarde, que dicen los políticos- el día en el que se acuse ante el empleado del autobús de turno: “este señor, del asiento de al lado, ha dicho rearme”, o al presidente de la comunidad de vecinos: “el del 2º, en el ascensor, ha dicho rearme”.
Y como ya hay costumbre y hasta leyes para espiar a los niños en los patios de recreo, a ver qué dicen y en qué idioma lo dicen, lo de escuchar si se dicen o no, palabras prohibidas por Sánchez es cosa de nada.
Y es que vigilar a los ciudadanos, grabarlos con cámaras ocultas, escudriñar sus intimidades, constatar lo qué comen y cuándo lo comen, los hijos que tienen, lo que piensan, lo que votan y hasta lo que sueñan, es de lo más progre.
Y prohibir, en general, para luego concretar esas prohibiciones poco a poco, entra dentro de los más estrictos deberes de cualquier gobernante de izquierdas que se precie.
Y ordenar conductas, imponer fórmulas, decretar horarios, prescribir hábitos, conminar a la toma de decisiones, establecer comportamientos o imponer ideologías, es uno de los objetivos fundamentales de cualquier moderno en eso de manejar a sus congéneres.
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