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Él habría llegado antes: Erik el Rojo. El Fundador de Groenlandia

Fue una figura clave en las sagas vikingas y la expansión nórdica por el Atlántico
María del Carmen Calderón Berrocal
martes, 6 de mayo de 2025, 10:30 h (CET)

Su nombre real fue Erik Thorvaldsson, apodado Erik El Rojo, probablemente por el color de su cabello o su temperamento. Alrededor del 950 nace en Noruega, en Jæren. Su familia es exiliada por crímenes cometidos por su padre, Thorvald Asvaldsson.


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Grabado idealizado de 1688


Sobre el año 960 tiene lugar su emigración a Islandia. La familia se traslada a Islandia, donde Erik crece en un entorno duro y salvaje, marcado por las disputas violentas entre colonos.


Alrededor del año 980 tiene lugar su exilio de Islandia. Después de cometer varios homicidios tras disputas con vecinos, Erik es desterrado de Islandia por 3 años. Esto lo impulsa a buscar nuevas tierras al oeste y, c. 982 descubre Groenlandia. Durante su exilio, navega hacia una tierra helada y desconocida recorriendo sus costas y le pone un nombre atractivo para atraer a más colonos, la llamaría Groenlandia, que significa "Tierra Verde".


Hacia el año 985 tiene lugar la colonización de Groenlandia. Erik regresa a Islandia y convence a cientos de personas de seguirlo y así es como fundan los primeros asentamientos vikingos en Groenlandia, siendo Brattahlid su hogar principal.


Circa 1003 muerte en Groenlandia, probablemente de causas naturales y su legado perdura a través de su hijo Leif Erikson.


Fue el fundador de las primeras colonias en Groenlandia, el padre del primer europeo que llegó a América (Leif Erikson) y figura clave en las sagas vikingas y la expansión nórdica por el Atlántico.


Pero…, entonces, ¿por qué se ha difundido que fue el primero que llegó por el Norte a América?


¡Muy buena pregunta! La confusión viene de distinguir quién fue el primero en llegar a América según distintos contextos históricos y culturales. Entonces…, ¿Quién fue realmente el primero en llegar a América?, puede considerarse que fue su hijo Leif Erikson, alrededor del año 1000 d.C., viajó desde Groenlandia hacia el oeste y llegó a una tierra que llamó Vinland, la actual Terranova, en Canadá.

Según las Sagas Nórdicas, construyó un pequeño asentamiento en L’Anse aux Meadows y fue el primer europeo conocido que llegó al continente americano. Según lo cual habría sido el primer europeo del que se tiene registro que pisó América, 500 años antes de Colón.


¿Y, entonces… Cristóbal Colón?


Cristóbal Colón, en 1492, fue el primer europeo en llegar a América en tiempos modernos y cuyas expediciones llevaron al contacto sostenido entre Europa y el continente. Su llegada marcó el inicio de la colonización europea de América. No fue el primero en llegar, tampoco el primero que pensara hacerlo, aunque su pretensión era encontrar un camino hacia Las Indias Orientales, un camino más corto y rentable para el comercio de las apreciadas especias, pero sí fue Colón el que cambió la historia del mundo.


¿Y Erik El Rojo?


Erik el Rojo nunca llegó al continente americano, aunque fundó colonias en Groenlandia, que es parte de América geográficamente, pero no al continente continental como su hijo Leif lo hizo.


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Erik el Rojo y la gran mentira verde


Pero…, no fue Erik el Rojo el primero en toparse con Groenlandia. Aunque la posteridad, tan dada a simplificar, haya decidido concederle ese título. Antes que él, otros vikingos menos afortunados en fama y marketing ya habían avistado esa tierra brutal y helada.


El primero, según las sagas, fue Gunnbjörn Ulfsson, un navegante que no buscaba nada y lo encontró todo. Lo arrastró una tormenta y, en lugar de hundirse, vio montañas heladas en el horizonte. A esa aparición la bautizó como “las islas de Gunnbjörn”, un nombre poco inspirado, pero funcional. No puso pie en tierra. No fundó nada y la historia no le hizo justicia.


Después vino Snaebjörn Galti, que sí intentó algo más ambicioso pues su objetivo fue colonizar, pero fracasó. Los detalles del desastre se han perdido entre el hielo y el silencio, pero bastó para que su nombre quedara como advertencia y no como leyenda.


Fue entonces cuando apareció Erik Thorvaldsson, apodado El Rojo, por su melena encendida o quizá por su tendencia a resolver disputas con el filo de un hacha, quizás sea todo más prosaico y, como los vikingos suelen ser pelirrojos, pelirrojo era Erik El Rojo y así quedó grabado en las letras de la Historia. Había sido expulsado de Islandia por homicidio, una forma muy vikinga de cambiar de residencia y, como todo exiliado con orgullo, no huyó, sino que navegó. Se entregó al mar y a sus conquistas.


Corría el año 982 cuando Erik llega al extremo sur de la isla que hoy conocemos como Groenlandia, como ya apuntamos. Bordearía la costa, estudiaría las bahías y al encontrar algo de costa donde el hielo se tomaba vacaciones algunos meses al año, decidió quedarse allí y permaneció tres inviernos, en lugares que más tarde llevarían su nombre, como Eiriksey o Eiriksholmar, sin más compañía que el frío, la piedra y su ambición.


Lo que hizo después fue “de manual”: regresó a Islandia y vendió una mentira útil. Llamó a aquel bloque helado “Groenlandia”, Tierra Verde y explicó a quien quiso oírlo que era un lugar fértil, lleno de oportunidades. Claro está que comparado con “Islandia”, Tierra de Hielo, la marca se vendía como mucho más atractiva, sabiendo que, para fundar algo duradero, no bastaban la voluntad y la espada sino que necesitaba gente, población para colonizar. Pero no cualesquiera sino los islandeses hambrientos y harapientos supervivientes de una mala cosecha, gente que no tenía que perder y sí mucho que ganar.


Volvió en el 985 y, esta vez acompañado, al frente de una pequeña flotilla de colonos con los que funda dos asentamientos en la costa suroeste, los únicos lugares donde se podía plantar algo sin que el suelo se ofendiera:


- Eystribyggð, el asentamiento oriental, donde Erik construyó su granja en Brattahlíð, hoy Julianehåb, y

- Vestribyggð, el occidental, en la actual Nuuk.


Durante los meses de verano disfrutaron de una tregua breve que el clima solía dar antes de volver a la rudeza habitual, organizaron expediciones hacia el norte, hasta la bahía de Disko, más allá del círculo polar ártico. Vivían cazando focas y morsas, recogían marfil de narvales y carne de ballenas varadas; y conocieron, posiblemente con recelo, a los Inuit, que por entonces aún no poblaban el este de la isla.


Erik no descubrió Groenlandia. Pero la nombró, la vendió y la habitó. Y eso, bastó para dejar su nombre en las letras de la Historia.


Los hijos del Rojo: sangre, creencias y destinos cruzados


Erik El Rojo, era hombre de mar, exilio y furia, alguien que no solo dejó asentamientos en Groenlandia, también dejó una estirpe. De su unión con Theodhild, mujer dura como las rocas de Islandia, tuvo cuatro hijos: tres varones: Leif (a quien ya dedicamos un artículo), Thorvald y Thorsteinn; y una hija, Þuríður, de la que poco se sabe y menos se dice. A ellos se suma Freydís, nacida de otra unión con una mujer cuya fiereza no desmerecía la de su padre.


Leif fue el más célebre de los hijos, es hoy el rostro amable del linaje: explorador, cristiano, casi un santo laico del mundo nórdico. Fue él quien navegó hacia el oeste y alcanzó las costas de Vinland, tierra extraña que los mapas actuales sitúan en Terranova, mucho antes de que Colón siquiera soñara con su carabela, siglos y siglos antes. Fue el primer europeo en poner pie en América, sin pompa, sin bandera.


Pero no heredó todo de su padre. Mientras Erik El Rojo seguía rindiendo culto a los viejos dioses del trueno, los martillos y los destinos trazados por Nornas, su esposa y su hijo mayor se dejaron seducir por los cantos del nuevo credo monista.


Theodhild, convencida por Leif, levantó una iglesia cristiana en la misma granja que Erik había fundado con sangre, sudor y astucia. Una cruz en medio de un mundo de hachas. No podemos siquiera imaginar el gesto del viejo vikingo al ver todo lo mencionado en su tierra. No hay saga que lo cuente, pero cuesta pensar que lo celebrara.


Dicen que Leif, antes de partir hacia Vinland, quiso que su padre lo acompañara y que Erik aceptó, pero cayó del caballo en el camino. Un accidente menor, quizá, pero en aquel mundo de signos y presagios, suficiente para dar marcha atrás y el viejo Rojo entendió el mensaje de los dioses, entendió que no era su viaje sino el de su hijo y se quedó. Murió el invierno siguiente, de frío; o simplemente porque ya lo había vivido tod ya había cumplido con su destino, con su misión en la vida y simplemente partió.


Con los otros hijos de Erik El Rojo la Historia es más austera. Thorvald y Thorsteinn también vivieron el mar, como si no hubiera otro destino para los nacidos bajo ese apellido.


Freydís, la hija bastarda, tendría su propio capítulo en las sagas, marcado por su ambición, traición y cuchillos al amanecer.


Así terminó la historia del Rojo, con hijos cruzando océanos, con iglesias en su tierra y con su memoria perdida entre las nieblas de Groenlandia. Un hombre de otro tiempo, demasiado antiguo incluso para los suyos, un hombre de los que no se repiten.


Su hijo Thorvald Eriksson


No todos los héroes escriben su historia. Algunos solo mueren en ella y así, Thorvald Eriksson, hermano del célebre Leif, fue uno de esos hombres del norte que creció oyendo el mar silbar entre las rocas y aprendió desde niño que la vida se gana con la proa por delante. No le alcanzó la gloria como a su hermano, ni la intuición para los relatos fundacionales, pero sí tenía algo más antiguo y esto era el deseo de ver lo que otros no habían visto.


Cuando Leif regresó de su viaje a Vinland, la "Tierra de las viñas", aunque nadie haya encontrado jamás una vid allí, en Brattahlíð no se hablaba de otra cosa. El oeste era promesa de oro, de tierras suaves, de madera para los inviernos. Thorvald, como todo buen hijo de Erik El Rojo, no pudo quedarse en casa escuchando historias. Le pidió el barco a Leif y se lo dio. Y se encontró con treinta hombres, una costa desconocida y un campamento medio abandonado como único rastro de la anterior expedición. Pasaron allí el primer invierno comiendo lo que el mar les regalaba y cuando la primavera asomó tímida entre las nieblas, salieron a explorar.


Primero miraron hacia el oeste y nada. El verano siguiente viraron al este, siguiendo los árboles que crecían sin miedo al hacha, hasta que desembarcar en un lugar que parecía, por una vez desde hacía tiempo, amable.


Allí, Thorvald se detuvo, miró a su alrededor y dijo aquello de: "Aquí me gustaría levantar mi hacienda". La frase no tenía grandeza, pero contenía destino pus no pasaría mucho tiempo hasta que el mar les devolviera una respuesta más violenta que poética. Y, desde una playa divisaron tres canoas cubiertas de piel, con tres hombres en cada una de ellas. Los atraparon y mataron a ocho, habiendo escapado uno, lo que en aquellos bosques silenciosos, bastaba para desatar una tormenta. Eran los skrælings, así llamaban los vikingos a los aborígenes; y volvieron.


Volvieron en masa, con gritos que no venían de ninguna saga conocida para ellos. Atacaron a los hombres del norte con una furia que no venía de la guerra, sino de la tierra. Eran intrusos en tierras de otros. En medio del enfrentamiento, una lanza encontró a Thorvald y con ella le llegó el fin de su viaje. Murió en tierra extraña y se dice que pidió ser enterrado allí, mirando al mar.


Su tripulación regresó a Groenlandia con la noticia. Este fue otro Eriksson que cruzó el océano antes que Colón, pero sin estatuas, sin himnos ni fechas en los libros escolares. Solo un túmulo que ya no existe, bajo los árboles de una costa.


Su hijo Thorsteinn Eriksson


En la genealogía maldita de los exploradores nórdicos, Thorsteinn Eriksson ocupa un lugar menor, pero no menos trágico. Fue el hijo mayor de Erik el Rojo, heredero de una estirpe que no se conformaba con mirar al horizonte desde la costa porque por su sangre corrían más tormentas que cosechas.


Los relatos de Vinland, aquella tierra prometida que Leif, -su hermano-, había divisado cruzando un océano de incertidumbre, encendieron todas las hogueras de Brattahlíð, siendo quien más ardiera Thorvald, convencido de que quedaba mucho por descubrir, fue entonces cuando coge el barco de Leif, con los treinta hombres y busca fortuna en aquella costa lejana, aunque el destino tenía otros planes, los que determinó aquella lanza de los skrælings que le atravesara el cuerpo y lo convirtiera en el primer europeo muerto en América.


Entonces Thorsteinn, con el alma desgarrada y sintiendo el deber de recuperar el cuerpo de su hermano, se lanzó a esta empresa, pero no por gloria ni por leyendas, sino porque los muertos, en su mundo, se honraban con tierra propia.


Zarpa hacia Vinland con su esposa Guthrith y veinticinco hombres. El mismo barco y los mismos sueños, también el mismo mar bravo e indolente. Esta vez no hubo vientos favorables ni costas acogedoras, nunca llegaron y la travesía terminó antes de empezar, acabaron regresando a Groenlandia sin haber cumplido el propósito. No encontró el cuerpo de su hermano, solo encontró su propia muerte en algún rincón olvidado de la costa, ese invierno, consumido por la enfermedad.


Así terminó su gesta, sin batalla, sin gloria, sin tumba reconocida, nadie esculpió su nombre en piedra, solo los viejos cronistas islandeses lo mencionan de pasada, confundido incluso con otro Thorsteinn de la saga de Egil Skallagrímson, porque los muertos, si no hacen ruido, las cortinas del tiempo los ocultan. Pero se empeñó y estuvo cumpliendo con el deber de cuidar de los suyos, vivos o muertos, esa fue su épica, su gesta.


Su hija Freydís Eiríksdóttir. Hija del hielo y la sangre


Freydís, hija de Erik el Rojo, no fue mujer que bordara mientras los hombres cruzaban océanos, pertenecía a una estirpe forjada con hachas, remos, decisiones sin marcha atrás. Nacida entre hielos e historias épicas, su nombre aparece poco en los manuscritos antiguos, pero dejando una marca como de hierro candente sobre la historia.


Las sagas que sobreviven -la de Erik el Rojo y la de los Groenlandeses- no se ponen de acuerdo sobre los detalles, pero coinciden en que Freydís no era mujer de retrocesos, no era femeninamente tímida.

Según una versión, se habría embarcado hacia Vinland junto a Þorfinnr Karlsefni, otro nórdico condenado a no quedarse quietos. Cuando los skrælings, los indígenas americanos de la cresta americana contraatacaron, muchos de los suyos huyeron. Freydís, en cambio, se arrancó la ropa que le estorbaba para luchar, desenvainó la espada y golpeó su propio pecho desnudo con el hierro, desafíando a los dioses y a los hombres. No sabemos si fue un acto de locura, valor o desesperación, pero los atacantes huyeron.


En la otra saga, Freydís no lucha contra extranjeros sino contra los suyos. Se presenta codiciando riquezas, tierras y el prestigio de haber navegado hasta el fin del mundo. Habría hecho un trato con dos islandeses, Helgi y Finnbogi, para emprender juntos la empresa, pero en cuanto puso pie en Vinland los traicionó sin pestañear. Los masacró mientras dormían y a cinco de las mujeres, las mató ella misma, no por odio, sino por estrategia porque muertas, no podrían hablar.



Regresó entonces a Groenlandia con sonrisa mentirosa y un relato amañado, pero la verdad, como el salitre, siempre encuentra alguna grieta por la que salir a la superficie. Los rumores llegaron hasta Leif Eriksson, su hermano. Interrogó, torturó, obtuvo confesiones, aunque no la castigó. Tal vez porque era familia o quizás porque no le sorprendía y dijo que: “No quise hacerle a Freydís lo que se merecía”, más resignado quizás que clemente. Sea como fuere, ella escribió su nombre a sangre y fuego en aquel mundo de rudos hombres.

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