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Una reflexión por la paz

Miguel A. Castro, Madrid
Lectores
miércoles, 26 de marzo de 2025, 13:51 h (CET)

Hay tres razones por las que una persona está dispuesta a ir a la guerra. La religión siempre ha sido la primera desde tiempos inmemoriales. Al margen de la opinión que pudiera tener cualquier forma de Dios, siempre ha habido algún intérprete de la voluntad divina en la tierra, dispuesto a apoyar la violencia contra los “infieles”. La segunda seria “La Patria” y es que como decía François Mitterrand en el mejor discurso que ha escuchado el Parlamento Europeo: «El nacionalismo es la guerra». Y la tercera sería acatar la imposición del gobernante.


Pero no debemos confundir las razones por las que la gente va a las guerras, con las causas que las provocan y para comprender realmente su origen, debemos de seguir la pista del dinero. Los problemas surgen cuando los intereses de los tenedores de fortuna de una región se contraponen a los intereses económicos de los de la otra. Si esto ocurre y alguna de las partes decide que una guerra le dará la ventaja deseada, movilizará su fuerte influencia sobre su respectivo gobierno, el cual apelará a la movilización ciudadana en términos de trascendencia religiosa si viene a cuento y en cualquier caso, siempre al sentimiento patriótico. Esto ha sido la historia de Europa hasta la creación de una Unión Europea, que al implicar tener que compartir buena parte de los mismos sectores influyentes como la banca y las multinacionales, acabó con la motivación de las tradicionales contiendas que desde siempre manteníamos entre los europeos.


Cualquier medida proteccionista de un estado hacia sus sectores económicamente privilegiados, implica riesgo de conflicto. Los negocios y sus fortunas asociadas deberían de competir a nivel internacional siguiendo las reglas de juego del mercado y sin envolverse en ninguna bandera patriótica que ponga a un ejército al servicio de sus intereses. Es obvio que a corto y medio plazo, cada país deberá resolver su papeleta como buenamente pueda. Pero tal y como ha demostrado Europa, a medio y largo plazo, compartir las esferas de poder económico es la verdadera garantía de paz entre los estados que así lo hagan.

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