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Herme Cerezo

‘La tienda de los suicidas’ de Jean Teulé, divertido planteamiento, desarrollo irregular y final predecible 

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‘La tienda de los suicidas’, que ya fue publicada en España en el año 2007 en edición cara, regresa ahora en versión de bolsillo con tapa dura, a precio mucho más asequible y con un fragmento del colgado del Tarot en la portada, cuya presencia en la misma probablemente no sea gratuita del todo. ‘La tienda de los suicidas’ es un establecimiento donde, como su propio nombre indica, se venden utensilios y herramientas (horcas, cuchillos, balas, pócimas, animales venenosos, espadas, etcétera) para suicidarse. Por lo tanto, teóricamente, los clientes sólo acuden este lugar una vez en su vida, ya que el éxito del negocio radica precisamente en la fiabilidad del mismo. Sus productos, suministrados por la prestigiosa firma "La muerte me la suda", están garantizados. Y al parecer, nunca hubo protestas ni reclamaciones, ya que cumplieron su cometido a la perfección. Además los dueños de la tienda, la familia Tuvache, son tenderos de reconocido prestigio que cuidan hasta el último detalle. Así, por ejemplo, las balas, sólo las venden de una en una para evitar posibles masacres originadas por un mal uso por parte de alguno de sus parroquianos.

La estrategia literaria seguida por el autor, Jean Teulé, es bien sencilla a la vez que muy eficaz. Como teóricamente nos encontramos ante un texto de humor negro, los personajes presentan caracteres completamente definidos, unos patrones rígidos de comportamiento a los que el novelista se atiene fielmente a lo largo del libro para producir los contrastes indispensables que desencadenen la hilaridad deseada: el gag, la risa y, en algunos momentos, la franca carcajada.

Los hijos de la familia Tuvache han sido bautizados con nombres de conocidos suicidas (Marilyn, Vincent) y algunas frases como "Ya te queda un año menos de vida", que utilizan para felicitar a la hija en el día de su cumpleaños, redondean el planteamiento inicial. Sin olvidar que, a los clientes, les despiden con un "Hasta nunca" y que también la tienda emprende coherentes iniciativas comerciales: semana del cuchillo, día de la serpiente, descuentos para grupos, etcétera. El negocio funciona boyante, ya que, por ejemplo, para disfrutar del llamado "Beso de la Muerte", hay que hacer reserva con una semana de antelación. Uno de los momentos más espectaculares se produce cuando Mishima, el señor Tuvache, contempla los suicidios colectivos que se repiten las noches de partido de fútbol, cuando el equipo local cae derrotado y sus seguidores, que no pueden soportarlo, deciden quitarse la vida arrojándose desde las ventanas de sus casas, atados a un bloque de hormigón, invento patentado por la propia tienda. Lucrece, la madre, describe este fenómeno como algo habitual y comenta que "es como si cayera arena de las torres. Es muy bonito". Lógicamente esta visión de mundo es la que cabe esperar de una familia, cuyo lugar de paseo favorito es el cementerio municipal de la Ciudad de las Religiones Olvidadas donde residen.

Sin embargo, aproximadamente a mitad del libro, todo este brillante entramado se desvirtúa. A causa del hijo pequeño, Alan, niño risueño y alegre, nada depresivo como sus hermanos, los personajes cambian de roles en una especie de "cántico laudatorio a la vida". Es entonces cuando la gracia desplegada al principio se evapora como por ensalmo. La novela, desde ese momento, decae paulatinamente y el lector casi desea que el final llegue pronto, porque el interés inicial se ha desvanecido. Y es que la acción da un giro de ciento ochenta grados y, donde antes había suicidas, ahora hay otra cosa. En la última página de la novela Teulé, sin embargo, aún intenta un nuevo golpe de efecto para reconducir el texto. El problema es que la solución que propone se hace previsible, porque se ha quedado sin otras opciones válidas y ésa es la única puerta de salida aceptable que le queda. Y es una lástima, queridos lectores, porque el planteamiento de partida y sus primeros desarrollos eran francamente atractivos.

En fin, que cuando anden muy desesperados, improbables lectores, ojalá que nunca, pueden recurrir a cualquiera de los efectivos productos que expende ‘La Tienda de los Suicidas’ en la primera mitad de la obra. No olviden, como dije antes, que ningún cliente mostró jamás su disconformidad con sus compras. O, al menos, nadie regresó a la tienda para protestar por ello.

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‘La tienda de los suicidas’ de Jean Teulé. Ediciones B. Colección ZETA limitada. Precio: 6,95 euros, 155 páginas. Enero 2010.

‘La tienda de los suicidas’ de Jean Teulé, divertido planteamiento, desarrollo irregular y final predecible 

Herme Cerezo
Herme Cerezo
sábado, 6 de febrero de 2010, 04:49 h (CET)
‘La tienda de los suicidas’, que ya fue publicada en España en el año 2007 en edición cara, regresa ahora en versión de bolsillo con tapa dura, a precio mucho más asequible y con un fragmento del colgado del Tarot en la portada, cuya presencia en la misma probablemente no sea gratuita del todo. ‘La tienda de los suicidas’ es un establecimiento donde, como su propio nombre indica, se venden utensilios y herramientas (horcas, cuchillos, balas, pócimas, animales venenosos, espadas, etcétera) para suicidarse. Por lo tanto, teóricamente, los clientes sólo acuden este lugar una vez en su vida, ya que el éxito del negocio radica precisamente en la fiabilidad del mismo. Sus productos, suministrados por la prestigiosa firma "La muerte me la suda", están garantizados. Y al parecer, nunca hubo protestas ni reclamaciones, ya que cumplieron su cometido a la perfección. Además los dueños de la tienda, la familia Tuvache, son tenderos de reconocido prestigio que cuidan hasta el último detalle. Así, por ejemplo, las balas, sólo las venden de una en una para evitar posibles masacres originadas por un mal uso por parte de alguno de sus parroquianos.

La estrategia literaria seguida por el autor, Jean Teulé, es bien sencilla a la vez que muy eficaz. Como teóricamente nos encontramos ante un texto de humor negro, los personajes presentan caracteres completamente definidos, unos patrones rígidos de comportamiento a los que el novelista se atiene fielmente a lo largo del libro para producir los contrastes indispensables que desencadenen la hilaridad deseada: el gag, la risa y, en algunos momentos, la franca carcajada.

Los hijos de la familia Tuvache han sido bautizados con nombres de conocidos suicidas (Marilyn, Vincent) y algunas frases como "Ya te queda un año menos de vida", que utilizan para felicitar a la hija en el día de su cumpleaños, redondean el planteamiento inicial. Sin olvidar que, a los clientes, les despiden con un "Hasta nunca" y que también la tienda emprende coherentes iniciativas comerciales: semana del cuchillo, día de la serpiente, descuentos para grupos, etcétera. El negocio funciona boyante, ya que, por ejemplo, para disfrutar del llamado "Beso de la Muerte", hay que hacer reserva con una semana de antelación. Uno de los momentos más espectaculares se produce cuando Mishima, el señor Tuvache, contempla los suicidios colectivos que se repiten las noches de partido de fútbol, cuando el equipo local cae derrotado y sus seguidores, que no pueden soportarlo, deciden quitarse la vida arrojándose desde las ventanas de sus casas, atados a un bloque de hormigón, invento patentado por la propia tienda. Lucrece, la madre, describe este fenómeno como algo habitual y comenta que "es como si cayera arena de las torres. Es muy bonito". Lógicamente esta visión de mundo es la que cabe esperar de una familia, cuyo lugar de paseo favorito es el cementerio municipal de la Ciudad de las Religiones Olvidadas donde residen.

Sin embargo, aproximadamente a mitad del libro, todo este brillante entramado se desvirtúa. A causa del hijo pequeño, Alan, niño risueño y alegre, nada depresivo como sus hermanos, los personajes cambian de roles en una especie de "cántico laudatorio a la vida". Es entonces cuando la gracia desplegada al principio se evapora como por ensalmo. La novela, desde ese momento, decae paulatinamente y el lector casi desea que el final llegue pronto, porque el interés inicial se ha desvanecido. Y es que la acción da un giro de ciento ochenta grados y, donde antes había suicidas, ahora hay otra cosa. En la última página de la novela Teulé, sin embargo, aún intenta un nuevo golpe de efecto para reconducir el texto. El problema es que la solución que propone se hace previsible, porque se ha quedado sin otras opciones válidas y ésa es la única puerta de salida aceptable que le queda. Y es una lástima, queridos lectores, porque el planteamiento de partida y sus primeros desarrollos eran francamente atractivos.

En fin, que cuando anden muy desesperados, improbables lectores, ojalá que nunca, pueden recurrir a cualquiera de los efectivos productos que expende ‘La Tienda de los Suicidas’ en la primera mitad de la obra. No olviden, como dije antes, que ningún cliente mostró jamás su disconformidad con sus compras. O, al menos, nadie regresó a la tienda para protestar por ello.

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‘La tienda de los suicidas’ de Jean Teulé. Ediciones B. Colección ZETA limitada. Precio: 6,95 euros, 155 páginas. Enero 2010.

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