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Nuestros corazones tienen sed de cambio

Cualquier transformación requiere del compromiso individual para entrar en sanación con lo que nos rodea y entre todos, para llegar a un futuro compartido, en el que la naturaleza y la humanidad prosperen juntas
Víctor Corcoba
lunes, 3 de marzo de 2025, 10:00 h (CET)

Hoy, más que nunca, se percibe por todo el orbe que la humanidad requiere curación. Nuestras propias pulsaciones vivientes están necesitadas de un espíritu nuevo, con un estilo distinto. No para cambiarlo todo, pero sí para mejorarlo. De ahí que debamos trabajar unidos, a fin de asegurarnos que la savia florezca conjuntamente, purificados de la hipocresía de las apariencias; y, así, cerciorarnos que los ecosistemas prosperen y las especies vegetales y animales existan en el futuro. Realmente, no lo olvidemos jamás, las personas en todo el planeta subsistimos, porque dependemos de los recursos basados en la vida silvestre; en su biodiversidad, para satisfacer nuestras innatas necesidades.


En consecuencia, con más de un millón de especies en peligro de extinción, y ante la intensificación de la persistente crisis mundana, la financiación innovadora para la conservación de la vida salvaje es fundamental, como también lo son las alarmantes tendencias en el tráfico de material nuclear, poniendo de relieve las deficiencias de seguridad. La solidaridad y las soluciones globales son esenciales, al menos para aminorar los estragos que causan la crisis climática, el crecimiento de las desigualdades y el aumento de la pobreza. Asimismo, la paz está cada vez más lejos de nuestro alcance. Sobre todo esto, deberíamos reflexionar, repensar. La inquietud y el descontento están siempre a la vuelta de la esquina, mientras no mudemos de aires.


Necesitamos respirar otras atmósferas, lo sabemos, pero nadie piensa en modificar sus propias actitudes, en revolverse a sí mismo. En efecto, todo cambia y nada es. Nuestra propia existencia es un permanente corregirse. Esta nueva geografía interior y comunitaria, es lo que activa el ánimo conciliador e impulsa a tomar una senda más penetrante y natural. Para eso hay que movilizar recursos públicos y privados que mejoren los hábitats, idear soluciones innovadoras como los bonos verdes y azules, aplicar el índice de vulnerabilidad multidimensional de las Naciones Unidas para orientar la financiación asequible, además de fomentar las prácticas cuaresmales del penitente, para luchar contra el mal y las maldades vertidas, contra los desarreglos pasionales y los vicios.


Por consiguiente, cualquier transformación requiere del compromiso individual para entrar en sanación con lo que nos rodea y entre todos, para llegar a un futuro compartido, en el que la naturaleza y la humanidad prosperen juntas. Sólo trabajando próximos podremos hacer realidad el acuerdo con la naturaleza. Desde luego, aquellos que se lucran de la naturaleza no pueden tratarla como un recurso gratuito e imperecedero. Sin embargo, las gentes que escuchan y acogen, seguramente nos iluminan hacia una forma de civilización cada vez más plena. La cuestión está en caminar y en no encerrarse dentro de sí, en abrirse y en reabrirse a los demás, sin dejar que nadie se quede en la cuneta o se sienta excluido.


Justamente vamos en la misma dirección, lo que requiere sustentarnos y sostenernos mutuamente. No hay mayor esperanza que la ascesis cuaresmal para superar nuestros infortunios, para interrogarnos sobre nuestros andares, distanciándonos de las mediocridades y de las vanidades; lo que requiere esfuerzo, sacrificio y concentración. Ahora es el momento favorable para redescubrirnos y tomar aliento, lo que conlleva avivarnos, ya no sólo para proteger la biodiversidad y los frágiles ecosistemas que están sufriendo las consecuencias del aumento de los conflictos, la deforestación, la minería, el vertido de residuos tóxicos y otros impactos medioambientales; también para comprender que el cambio es ley de vida y que, no hay que perder el tiempo, en cultivar el auténtico amor.

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