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Crítica a una democracia para torpes

Travesía en el desierto

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Cuán lejos de sus orígenes se encuentra hoy el partido fundado por el tipógrafo Pablo Iglesias en 1879. Que para el que no lo sepa, decirle que los primeros años del PSOE primigenio se caracterizaron por una suerte de radicalismo revolucionario que contrasta, sobremanera hoy día, con la servidumbre que exhiben los miembros de la gestora que se hizo cargo de la formación tras la debacle de Pedro Sánchez. En cualquier caso, ni por asomo tiene que ver con el actual, que si sus bases no lo remedian piensa poner en bandeja a los populares el gobierno de la nación.

En un contexto como el actual, donde el estado de bienestar ha sido desmantelado y la máxima democrática de justicia social queda supeditada por norma a las virtudes teologales, no existe razón alguna que justifique un ejercicio de expiación semejante. Con los sobresaltos sufridos estos últimos meses, lo único que parece quedar en pie del PSOE es el orgullo de algunos pocos de saberse que un día su partido fue firme alternativa de gobierno, que no es moco de pavo, y que someterse sin lucha a la humillación que le aguarda los próximos años no le va a devolver la grandeza de antaño, sino bien al contrario.

La travesía en el desierto del Partido Popular no puede demorarse por mucho más tiempo. Cuatro largos años en la oposición, expiando como Dios manda las deudas que puedan sus líderes haber contraído con la sociedad al permitir que la corrupción se fraguase impunemente en su seno, no le vendrían nada mal. Está claro que el espectro político de nuestro país necesita un contrapunto conservador que procure, en buena lid siempre, puntual réplica a tal profusión existente de formaciones de izquierda. Sin duda es un anhelo del censo, que no puede ni debe ser defraudado. Para los verdaderos demócratas, resulta inaudita la concepción de un panorama institucional monocromático, que no dé cabida ni chance a todas las ideas políticas por alejadas que estén de sus convicciones. De ahí, la sincera plegaria.

Travesía en el desierto

Crítica a una democracia para torpes
Francisco J. Caparrós
martes, 18 de octubre de 2016, 09:02 h (CET)
Cuán lejos de sus orígenes se encuentra hoy el partido fundado por el tipógrafo Pablo Iglesias en 1879. Que para el que no lo sepa, decirle que los primeros años del PSOE primigenio se caracterizaron por una suerte de radicalismo revolucionario que contrasta, sobremanera hoy día, con la servidumbre que exhiben los miembros de la gestora que se hizo cargo de la formación tras la debacle de Pedro Sánchez. En cualquier caso, ni por asomo tiene que ver con el actual, que si sus bases no lo remedian piensa poner en bandeja a los populares el gobierno de la nación.

En un contexto como el actual, donde el estado de bienestar ha sido desmantelado y la máxima democrática de justicia social queda supeditada por norma a las virtudes teologales, no existe razón alguna que justifique un ejercicio de expiación semejante. Con los sobresaltos sufridos estos últimos meses, lo único que parece quedar en pie del PSOE es el orgullo de algunos pocos de saberse que un día su partido fue firme alternativa de gobierno, que no es moco de pavo, y que someterse sin lucha a la humillación que le aguarda los próximos años no le va a devolver la grandeza de antaño, sino bien al contrario.

La travesía en el desierto del Partido Popular no puede demorarse por mucho más tiempo. Cuatro largos años en la oposición, expiando como Dios manda las deudas que puedan sus líderes haber contraído con la sociedad al permitir que la corrupción se fraguase impunemente en su seno, no le vendrían nada mal. Está claro que el espectro político de nuestro país necesita un contrapunto conservador que procure, en buena lid siempre, puntual réplica a tal profusión existente de formaciones de izquierda. Sin duda es un anhelo del censo, que no puede ni debe ser defraudado. Para los verdaderos demócratas, resulta inaudita la concepción de un panorama institucional monocromático, que no dé cabida ni chance a todas las ideas políticas por alejadas que estén de sus convicciones. De ahí, la sincera plegaria.

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