España siempre ha sido muy propensa a los eslóganes. Antiguamente se decía así: España es diferente. En estos tiempos hemos cambiado por completo esta frase. Solamente tenemos que mirar los periódicos, los telediarios en televisión, y si no, tiren de hemeroteca y verán que no me equivoco.
“Los tres días restantes nos entrará por el país grandes lluvias.” “Este país va a la deriva.” “El cielo de este país está nublado.” O esta otra: “Tenemos un país de tontos.”
Incluso todo tipo de políticos, periodistas de renombre y, si hablamos de los comentaristas del tiempo, más de lo mismo:
“Los próximos días vamos a tener en este país un sol reluciente.”
Incluso todos los parroquianos, sean del pelaje que sean, bien en los cotilleos televisivos, la palabra España se les atraganta o se les hace un nudo en la garganta lleno de cobardías. Incluso con la palabra nación.
Es como si el nombre de España fuese proscrito para todos ellos. Creo que esta hermosa palabra define a nuestra patria y no a la palabrilla de país. De esto tienen toda la culpa los nuevos dirigentes, donde los avispados socialistas se han entretenido con filosofías baratas impregnadas de un marketing de saldo, llenas de epidemias patrióticas, con falsos taponamientos dirigidos a gentes distraídas, lo que realmente se les llama “estar en Babia”.
Quitémonos la mordaza de la boca y demos salida al amor y sentimiento hacia la palabra España, que todo español debe tener en su corazón. No basta con decir España, España y España cuando hay fútbol. Cuando pronunciamos esta palabra, hay algo muy especial en nuestro interior. Dejémonos de monsergas y de descaros baratos. Cuando yo miro al cielo, que nos cubre hasta el infinito, lo miro y digo con voz sonora, como la pronuncio cuando la estoy escribiendo ahora: Qué buen día hace hoy en mi España. ¡Que Dios la bendiga!
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