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Lenguaje corporal y miedo a hablar en público

Cuando una persona es invitada a situarse frente a una audiencia pasa por una larga batalla mental hasta llegar al escenario. Entra en conflicto con sus propios miedos
Uemerson Florêncio
martes, 24 de diciembre de 2024, 09:36 h (CET)

Para una persona hablar o gesticular sola en un escenario frente a una audiencia es uno de los mayores desafíos que los consume desde adentro. Es inevitable expresar inseguridad y miedo al juicio de los demás. Así como la existencia de síntomas físicos como temblores, sudor frío, dolor de estómago y olvido de qué decir en público. ¿Es fácil hablar en público?


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Ciertamente para quienes tienen las condiciones y disposición puede ser muy tranquilo y cómodo. Sin embargo, esta es una reflexión que todo ser humano debería hacer, antes de querer imponer su voluntad a las personas que tienen dificultades. Hay que entender que para muchas personas no es fácil. Sólo ella sabe a lo que se enfrenta al estar delante de otras personas. Por tanto, visiblemente, el lenguaje corporal transmite mensajes que nunca querría enviar a los demás.


Cuando una persona es invitada a hablar frente a una audiencia, sin importar el tamaño, pasa por una larga batalla mental hasta llegar al escenario. Entra en conflicto con sus propios miedos, respira inseguridad, complejo de inferioridad y baja autoestima.


En este momento, la mente se inunda de emociones intensas y profundas, que hacen que el cuerpo se desborde de mensajes variados y diferentes significados. Por este motivo, la comunicación transmitida por el cuerpo no se corresponde con la comunicación deseada.


Además de esta avalancha emocional, también surgen muchos traumas pasados, resultado de frustraciones derivadas de experiencias negativas previas. Estos acontecimientos llegan con toda su fuerza y diálogo exactamente en el momento en que ella quedará expuesta. ¿Cómo afrontar los traumas del pasado que todavía nos impactan hoy?


En este momento, muchas personas se quedan atascadas, paralizadas y no pueden levantarse de su silla o dejar su lugar para mirar al público. En estos momentos, anímalo suave y serenamente con un tono solidario para que se sienta seguro y verdaderamente apoyado, porque si la persona que está a su lado expresa declaraciones contrarias, intensificará el dolor y puede desencadenar conflictos graves, arrojándolos potencialmente al aislamiento. .social o depresión. ¿Quién conoce las historias individuales de cada persona?


No se puede obligar a los seres humanos a hacer nada, hay que tratar de apoyarlos con espíritu de equipo, sentido común y disposición, no sabes lo difícil que es para esta persona que solo sabe a lo que se enfrentó poder al menos estar donde está. son. Es muy importante que cada ser humano observe a los demás con profundo respeto, en el ambiente laboral, en la familia, en las relaciones y demás. Repito, si no puedes ayudar, no agregues al dolor de la otra persona, no tienes idea de dónde y cómo se está apoyando para al menos estar en ese lugar.


El lenguaje corporal de una persona que tiene miedo de hablar en público se manifiesta en sutilezas notables: los pasos inseguros, la voz temblorosa, la mirada al suelo, al techo o a la nada. Al igual que en el ambiente de estudio o trabajo, si es en una iglesia respeta sus límites, puede que no sea tu discurso arrogante o imponente el que lo haga fluir con naturalidad. ¿Quién no ha visto nunca a una persona en el escenario como si estuviera obligada a estar en esa posición?


El lenguaje corporal es el medio por el cual el ser humano queda expuesto en su primer contacto, por ello se dice que la primera impresión es la que perdura, precisamente porque es la tarjeta de presentación de cualquier ser humano. Por tanto, hablar en público pone de relieve muchas cualidades y defectos de quien se posiciona frente al público.

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Lidiar con una persona pasivo-agresiva puede ser como caminar por un campo minado cubierto de flores. No gritan, no insultan abiertamente, pero cada palabra que dicen lleva veneno disfrazado de cortesía. A primera vista parecen inofensivos, incluso agradables, pero su forma de actuar deja una sensación de incomodidad que va calando poco a poco, como aquella gota de la que hablaba el sabio Salomón. “Decía el Sabio Salomón que una gota constante, ablanda un duro peñón”.

Pensamos que las enfermedades deben aparecer cuando somos mayores, creemos que nuestro sistema empezará a fallar o a tener ciertas inestabilidades cuando vamos sumando años en la últimas etapas. No concebimos tener mala salud o empezar a perderla cuando somos jóvenes, porque nos han inculcado que cada fase tiene su cometido y sus vivencias.

A veces parece que somos nuestros peores enemigos. Queremos avanzar, mejorar, lograr nuestras metas… pero justo cuando las cosas empiezan a encaminarse, algo dentro de nosotros hace que nos detengamos. Posponemos, nos autosaboteamos, nos convencemos de que “todavía no es el momento” o de que “seguro va a salir mal”.

 
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