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Triturado, molido, aniquilado

Jaime Fomperosa Aparicio, Santander
Lectores
sábado, 7 de diciembre de 2024, 09:57 h (CET)

En la última aparición del ángel a los pastorcillos de Fátima, sostenía en su mano izquierda un cáliz, sobre el cual estaba suspendida una hostia, de la que caían algunas gotas de sangre. Dejando el cáliz y la hostia suspendidos en el aire, el ángel se postró en tierra junto a los niños y les hizo repetir tres veces la oración: "Santísima Trinidad, Padre, Hijo, Espíritu Santo, os ofrezco el preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Jesucristo, presente en todos los sagrarios de la tierra, en reparación de los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los que Él mismo es ofendido. Y por los méritos infinitos de su Santísimo Corazón y del Corazón Inmaculado de María, os pido la conversión de los pobres pecadores". Después se levantó, le dio la sagrada forma a Lucía, y el cáliz se lo dio a beber a Francisco y Jacinta diciendo: "¡Tomad y bebed el cuerpo y la sangre de Cristo, horriblemente ultrajada por los hombres ingratos! Reparad sus crímenes y consolad a vuestro Dios".


Yo no sé si somos conscientes cuando acudimos a la Santa Misa, donde se actualiza de forma incruenta el Sacrificio del Calvario, de lo que allí está ocurriendo. El Padre Pío tardaba en celebrar el Santo Sacrificio ¡tres horas!, tiempo transcurrido desde la crucifixión hasta la muerte del Señor. Cuando comulgamos el Cuerpo Resucitado y Glorioso, Vivo y Presente, ¿somos conscientes de lo que previamente ha ocurrido para que nosotros podamos recibir el Pan de Vida? ¿Cómo ha sido triturado, molido, aniquilado? Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? ¡Qué maravilla recibir al mismo Dios, nosotros, miserables pecadores, participar de su Vida Divina que nos transforma! ¿Agradecemos debidamente este don celestial? ¿Se demuestra en nuestra vida que hemos sido transformados? Muchas preguntas podríamos formularnos a nosotros mismos para ver en qué tendríamos que mejorar, con la completa seguridad de que la Gracia de Dios no nos va a faltar para nuestra santificación, para ser luz y sal que alumbre y dé sabor, para ser apóstoles infatigables de Cristo, para establecer su Reinado en la tierra.

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