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Los gobiernos no han de sustentarse en la fuerza del negocio, sino en el consentimiento de sus ciudadanos a los que han de servir

La decadencia de los gobiernos

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Desde siempre son muchos los que aspiraron a gobernar, sin embargo nuestra propia historia está crecida de desgobiernos que nos han retrocedido y llevado al caos. Por los hechos que se suceden a diario, todo parece indicar que hemos vuelto a esa época de necedades y absurdos, casi siempre alentados por el odio y la venganza, lo que dificulta enormemente el sosiego y las buenas relaciones de la convivencia. Deberíamos ser más autores de nuestra vida en sociedad y menos víctimas de mecanismos que nos deshumanizan; pero para eso hace falta ser más dóciles y más familia, en el sentido profundo del término, que no es otro que el respeto a cada cual, al vinculo de la cordialidad humana.

Cuando tanto se habla de ciudadanía, pues resulta que el ciudadano de a pie apenas cuenta nada. Andamos tan endiosados y tan imbuidos por el desamor, que nada es auténtico, ni transparente. Realmente, buena parte de este desorden, la tienen aquellos políticos más preocupados por sus intereses que por servir a esta ciudadanía a la que se le pide que sea participativa, pero a la que se utiliza como jamás. En ocasiones, los intereses partidistas son tan fuertes y descarados, que nos rapiñan hasta nuestra propia autonomía, el derecho a vivir con un decoroso nivel de movimientos, con una noble y digna asistencia social.

Hoy más que nunca hacen falta políticos de altura acordes con los difíciles tiempos que vivimos, responsables, con sentido de unión, y vocación al género humano. No son necesarias personas con grandes trayectorias académicas, ni gobiernos perfectos, pero si individuos honestos y sencillos que hagan valer su capacidad de servicio con ejemplaridad y tesón. Cuidado con los populismos que vienen surgiendo como solución al desgobierno, pues estos también quieren gobernar demasiado, y eso es un peligro total. A mi juicio, lo vital es que el gobernante pueda ser gobernado también; y, en todo caso, más que poner orden active la armonía entre sus análogos, aunque sean contrincantes. Por esto, una convivencia humana justamente establecida exige que se reconozcan y se respeten los derechos y los deberes de todos, sin exclusiones, lo que requiere un respeto mutuo y una consideración plena hacia toda la humanidad.

Creo que, con el tiempo, mereceremos un gobierno mundial y menos gentes que nos gobiernen a su antojo. Será en el momento que adquiramos conciencia de ser miembros de una sociedad avanzada humanamente, que ha tomado las realidades de los valores como esencia de itinerario de vida. Uno, por ejemplo, adquiere la autoridad, porque se la ha ganado a pulso, con su propio espíritu, defendiendo las instituciones y perseverándose en su entrega, con el deber de estar sometido a un orden ético. En cualquier caso, nadie podemos lavarnos las manos, todos estamos llamados a colaborar y a cooperar responsablemente, cada uno en su medida; mas todos a una, sabiendo que el mejor gobierno es aquel que aglutina y sabe cómo conjugarse en esa unidad.

Ciertamente, los gobiernos no han de sustentarse en la fuerza del negocio, sino en el consentimiento de sus ciudadanos a los que han de servir con auténtica responsabilidad moral, en una concepción de la justicia universalista y universalizada, en lugar de alimentar la maquinaria de guerras y conflictos. Quizás, por ello, tengamos que aprender a cerrar brechas que nos distancian unos de otros, conciliar abecedarios y reeducarnos en el sentido responsable de proponer, nunca imponer, y escuchar. Nada es tan fácil ni tan útil como aguzar el oído mucho para averiguar lo que se piensa. Así podremos pasar a la acción, no yendo a la derrumbe de las contrariedades, y si obrando con la cautela necesaria para hacer feliz a los moradores. La atmósfera no puede estar más necesitada de sensatos dirigentes para cuando menos crear otro ambiente más armónico, ante el avance del extremismo y los millones de desplazados por la violencia en el orbe, los diversos conflictos en Siria y otras hostilidades en Medio Oriente y África, o la mitigación del cambio climático, por poner simplemente sobre el tapete algunas realidades bochornosas que nos circundan.

La decadencia de los gobiernos

Los gobiernos no han de sustentarse en la fuerza del negocio, sino en el consentimiento de sus ciudadanos a los que han de servir
Víctor Corcoba
jueves, 22 de septiembre de 2016, 08:51 h (CET)
Desde siempre son muchos los que aspiraron a gobernar, sin embargo nuestra propia historia está crecida de desgobiernos que nos han retrocedido y llevado al caos. Por los hechos que se suceden a diario, todo parece indicar que hemos vuelto a esa época de necedades y absurdos, casi siempre alentados por el odio y la venganza, lo que dificulta enormemente el sosiego y las buenas relaciones de la convivencia. Deberíamos ser más autores de nuestra vida en sociedad y menos víctimas de mecanismos que nos deshumanizan; pero para eso hace falta ser más dóciles y más familia, en el sentido profundo del término, que no es otro que el respeto a cada cual, al vinculo de la cordialidad humana.

Cuando tanto se habla de ciudadanía, pues resulta que el ciudadano de a pie apenas cuenta nada. Andamos tan endiosados y tan imbuidos por el desamor, que nada es auténtico, ni transparente. Realmente, buena parte de este desorden, la tienen aquellos políticos más preocupados por sus intereses que por servir a esta ciudadanía a la que se le pide que sea participativa, pero a la que se utiliza como jamás. En ocasiones, los intereses partidistas son tan fuertes y descarados, que nos rapiñan hasta nuestra propia autonomía, el derecho a vivir con un decoroso nivel de movimientos, con una noble y digna asistencia social.

Hoy más que nunca hacen falta políticos de altura acordes con los difíciles tiempos que vivimos, responsables, con sentido de unión, y vocación al género humano. No son necesarias personas con grandes trayectorias académicas, ni gobiernos perfectos, pero si individuos honestos y sencillos que hagan valer su capacidad de servicio con ejemplaridad y tesón. Cuidado con los populismos que vienen surgiendo como solución al desgobierno, pues estos también quieren gobernar demasiado, y eso es un peligro total. A mi juicio, lo vital es que el gobernante pueda ser gobernado también; y, en todo caso, más que poner orden active la armonía entre sus análogos, aunque sean contrincantes. Por esto, una convivencia humana justamente establecida exige que se reconozcan y se respeten los derechos y los deberes de todos, sin exclusiones, lo que requiere un respeto mutuo y una consideración plena hacia toda la humanidad.

Creo que, con el tiempo, mereceremos un gobierno mundial y menos gentes que nos gobiernen a su antojo. Será en el momento que adquiramos conciencia de ser miembros de una sociedad avanzada humanamente, que ha tomado las realidades de los valores como esencia de itinerario de vida. Uno, por ejemplo, adquiere la autoridad, porque se la ha ganado a pulso, con su propio espíritu, defendiendo las instituciones y perseverándose en su entrega, con el deber de estar sometido a un orden ético. En cualquier caso, nadie podemos lavarnos las manos, todos estamos llamados a colaborar y a cooperar responsablemente, cada uno en su medida; mas todos a una, sabiendo que el mejor gobierno es aquel que aglutina y sabe cómo conjugarse en esa unidad.

Ciertamente, los gobiernos no han de sustentarse en la fuerza del negocio, sino en el consentimiento de sus ciudadanos a los que han de servir con auténtica responsabilidad moral, en una concepción de la justicia universalista y universalizada, en lugar de alimentar la maquinaria de guerras y conflictos. Quizás, por ello, tengamos que aprender a cerrar brechas que nos distancian unos de otros, conciliar abecedarios y reeducarnos en el sentido responsable de proponer, nunca imponer, y escuchar. Nada es tan fácil ni tan útil como aguzar el oído mucho para averiguar lo que se piensa. Así podremos pasar a la acción, no yendo a la derrumbe de las contrariedades, y si obrando con la cautela necesaria para hacer feliz a los moradores. La atmósfera no puede estar más necesitada de sensatos dirigentes para cuando menos crear otro ambiente más armónico, ante el avance del extremismo y los millones de desplazados por la violencia en el orbe, los diversos conflictos en Siria y otras hostilidades en Medio Oriente y África, o la mitigación del cambio climático, por poner simplemente sobre el tapete algunas realidades bochornosas que nos circundan.

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