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Teorías de la conspiración

A veces, el sentido común lleva a la convicción de que de la verdad declarada oficial está tintada por el interés. Lo que sucede muy a menudo en política, cumpliendo su labor de captación de un electorado fiel
Antonio Lorca Siero
viernes, 13 de septiembre de 2024, 10:59 h (CET)

Algunas teorías de la conspiración se muestran cercanas a la estupidez plena, mientras otras se quedan a medio camino y, las que menos, las que animan a pensar, a quien dispone de capacidad para ello, plantean dudas de lo que se impone como verdad oficial. En general, dadas a ser fácilmente devaluadas por los medios de difusión, tirando los dardos a su parte anecdótica, resaltando su endeblez permiten, a veces, reforzar lo que se llama la verdad oficial. Pese a ser descalificadas, hay que señalar la coincidencia de que ambas beben de la misma fuente, explotar las creencias del auditorio, con lo que sería posible la colaboración entre la etiquetada como conspiración y la doctrina oficial. En el plano real, el hecho es que, salvando las distancias marcadas por sus respectivas posiciones, cada una cuenta las cosas a su manera. Por eso, las diferencias entre ambas en la práctica solo son aparentes, porque defienden sus respectivas verdades, la variante está en el método. Unas, las verdades oficiales resultan más creíbles para el auditorio manso porque están avaladas por la autoridad; las otras, para aquellos que no son tan mansos, porque no se fían de los decretos y tratan de hurgar en el fondo.


La cuestión en torno a su emergencia actual viene a poner sobre el tapete que algunas gentes, cuanto menos, tienen dudas de lo que se vende, y están dispuestas a llamar la atención con toques de campanilla de minoría a los jefecillos respectivos y a los grandes jefes, de que la imposición de la verdad por decreto no es de recibo. A veces la ciencia, el sentido común o un simple razonamiento llevan a la convicción de que de la verdad declarada oficial está tintada por el interés y deja de ser verdad plena. Lo que sucede muy a menudo en política, cumpliendo su labor de captación de un electorado fiel. Forzada por esta circunstancia y el cariño de sus oficiantes a la poltrona, tiene que seguir con el cuento, para que no se destape el fondo pestilente de lo que tiene que vender como verdad forzada. Con lo que, aunque se le vea el plumero, tiene que continuar adelante en el empeño para tapar el problema de fondo con su verdad oficial, atacando abiertamente las opciones alternativas, en ocasiones, muchos más sencillas, en virtud del principio de la navaja de Ockham más verosímiles, y embarcarse en campañas de desprestigio de la alternancia tildándola en términos peyorativos de teoría de la conspiración.


Sería oportuno que para la buena marcha de la doctrina capitalista, de plena actualidad, no caer en los tropiezos doctrinales tradicionales y abrir las puertas a otras verdades. Dicho sea para darle aires de libertad algo más creíble y continuar guardando las apariencias. Lo de anatemizar por principio la contradicción de la verdad oficial con el término conspiración no es prudente, porque anima a la disidencia, aunque el coste suponga reconocer ese otro fondo de verdad, que dejaría por los suelos la verdad oficial.

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