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Colectivos por la paz: ¡son una necesidad para poder convivir!

Si queremos la calma en nuestras vidas, dejemos de fabricar armas, pongamos alma en todo lo que hacemos y en la mente una buena disposición a la benevolencia, la confianza y la justicia
Víctor Corcoba
lunes, 26 de agosto de 2024, 10:37 h (CET)

Hoy más que nunca se requieren gentes de paz, que aglutinen colectivos por la concordia, capaces de asegurar nuestro futuro común, rompiendo el ciclo de violencia y reconstruyendo ambientes armónicos. Será bueno, por ello, hacer frente a la desigualdad, la marginación y la exclusión, fortaleciendo las alianzas, con la disponibilidad de más recursos para la prevención y la consolidación de los acuerdos, no separados de los deberes de rectitud, sino alimentados por el propio sacrificio; por la clemencia, en suma. Está visto que cuando la ciudadanía hace propósito de adentrarse en sí misma, compartiendo su estado de iluminación innato, está contribuyendo sin darse cuenta a un mejor orden de la sociedad humana, acrecentando la autonomía y la comunión afectuosa.

 

Lo que resulta preocupante es que el futuro de la inteligencia artificial continúe moviéndose entre promesas y riesgos; o, que las inversiones en el desarrollo, la paz y la prevención de conflictos, disminuyan constantemente mientras que el gasto militar aumenta en todo el planeta. Las Naciones Unidas confían en que algún día desaparezcan de la faz de la Tierra los artefactos nucleares. Como esto no es así, para desgracia de todos, nos queda reflejar el clamor de las diversas agrupaciones, empeñadas en trabajar juntas para desterrar cualquier mecanismo de destrucción, de una vez por todas de nuestro orbe. En consecuencia, la primera condición para este espíritu conciliador pasa por tener voluntad de lograrlo; destronando de nuestro horizonte aquello que nos envenena.

 

De todos modos, el sosiego no llega si no se cultiva en la propia familia por medio del entendimiento. Nada puede mantenerse por la fuerza. Si queremos la calma en nuestras vidas, dejemos de fabricar armas, pongamos alma en todo lo que hacemos y en la mente una buena disposición a la benevolencia, la confianza y la justicia. Naturalmente, el desarme ha de volver al centro de nuestros esfuerzos diarios, abandonando cualquier forma de intolerancia y discriminación; puesto que todos estamos llamados a tejer el poema de la reconciliación, fomentando el lenguaje de la comprensión y la semántica del raciocinio conjunto. En efecto, aunque a veces nos cueste admitirlo, la paz depende de cada cual, en su corazón se ubica el destino de lucha fraterna.

 

Es cierto también que el poético orden, nada ordena y todo lo sirve obedeciendo a la norma justa y a la legítima autoridad, pero tampoco permanecerá extraña a la conciencia del bien colectivo y a la libertad humana moral. Esto nos obligará a tener que hacer graves renuncias en ocasiones en favor del interés de los demás que, asociados a esa gente de bondad e incorporados a honestos colectivos, nos ayudarán a socorrer a los desfavorecidos y a defender a los débiles. El momento actual nos demanda evitar el abismo y a que actuemos de manera agrupada, no en vano nos hemos globalizado, para enfrentarnos al aluvión de amenazas continuas y persistentes. O caminamos todos juntos hacia el abrazo sincero, o jamás nos reencontraremos hermanados.

 

Resulta sorprendente que la humanidad todavía no sepa vivir armónicamente, que aún no hayamos aprendido el sencillo arte de vivir unidos, en parte porque no se educa para la convivencia. Solemos olvidar también, debido a esa crisis de confianza, que el objetivo central de nuestro sistema multilateral debe ser la paz, sin duda una situación previa para el desarrollo sostenible y el disfrute de los derechos humanos. Los desafíos globales no se pueden resolver país por país, se requiere que la suma de talentos no se pierda por falta de oportunidades y que, además, la buena voluntad perdure colectivamente. Nada se logra por sí mismo. Por eso, digo, que no hay que minusvalorar el poder del espíritu cooperante, ni una mirada que siembra caricias y mucho menos una sonrisa diaria.

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