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Así esta está el patio

Construir un mundo de ignorancia desde las verdades absolutas casi está asegurado, porque la contestación social está excluida por esa actividad ilustradora que promueve el lavado de cerebro colectivo
Antonio Lorca Siero
viernes, 12 de julio de 2024, 11:17 h (CET)

Dice la doctrina capitalista que solo hay un dios, y este es el dinero. A unos les toca engrandecer el material de culto y a otros, en su calidad de fieles, cumplir con aquello de consumir, consumir y consumir. Del cumplimiento de este mandato ha sido encargada la política, en cuanto que dispone de las claves para el ejercicio del poder en el terreno real. Por otro lado, los medios de difusión son los encargados de que las consignas de los situados en la más alta escala del poder y de sus intermediarios lleguen a los fieles. De esta manera, la verdad resplandece frente a todo lo que no cuenta con la bendición de la doctrina, también llamada la discrepancia. Cumpliendo ambos la función asignada resulta que la estabilidad del sistema está garantizada.


Construir un mundo de ignorancia desde las verdades absolutas, casi está asegurado, porque la contestación social está excluida o descalificada por esa actividad ilustradora que promueve el lavado de cerebro colectivo desde la virtualidad y el espectáculo permanente. Mayor dificultad ofrece la contestación política, que frente al imperialismo pretende reconstruir Estados. Aunque se dispone de eso que se entiende como instrumentos para confeccionar el voto servil y adaptativo, que sale a la luz a tenor de las circunstancias, se aprecia el riesgo de que la manipulación no ejerza sus efectos; entonces solo queda hablar de cordón sanitario, para cercar y aislar a la discrepancia. Por una y otra vía, se trata de desterrar el sentido político de las gentes y que se mantengan fieles al mandato doctrinal.


Hay unos que tiran la piedra y esconcen la mano, a estos se les llama la casta suprema. Los otros, los del imperio, se limitan a dar la cara y transmitir las verdades del momento, cercando y aniquilando a los contrarios utilizando bulos y cordones sanitarios. Quedan por ahí los señores de los feudos locales, antes llamados Estados, que cumplen con la labor asignada por los jefes en sus territorios. Colocados ahí por la inteligencia del último mandante y ratificados por el voto espurio, conforme ordena el que tira la piedra, se dedican a vender progreso de mercado y a que nadie se salga del tiesto. Contando con tal protección, en su condición de siervos del mandato imperial, lo hacen contra viento y marea, sin que nada pueda bajarles del sitial. Puede verse aquí mismo, en esta sociedad que presume de avanzada y turística. En definitiva, es así como está el patio político, y a callar.

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