Parece ser que en esto de la justicia está todo claro y limpio como una patena. Por lo que vemos en estos tiempos, no es así. La señorita justicia harta de llevar los ojos vendados se ha quitado ella solita la venda. Por lo visto no era ciega, un ojo lo tenía chungo. Con el ojo seco administraba la justicia a unos y con el bueno a otros. Como un boomerang los fiscales entorpecen a los magistrados, los magistrados a… en fin, incluso el gobierno comunista social, está metiendo las manos con el embrollo y desconcierto en todo esto concerniente con la justicia que, entre unas cosas y otras, podemos caer en una quimera tan grande que todo esto nos podría sentar mal al resto de los españoles.
Con todo este proceder de estos regalados personajes me viene a la memoria una película cuyo protagonista fue Michel Douglas, “Los jueces de la Ley”. Este hacía de juez en la Corte Superior de Justicia en una importante ciudad americana. Desamparado e indefenso de tantas lagunas legales y tecnicismos jurídicos, decide revisar a espaldas de los organismos competentes juzgar a los reos culpables que quedaron libres por problemas de cuestiones técnicas con las pruebas existentes.
Estos jueces buscaron policías corruptos para ejecutar las decisiones tomadas. Se tomaban la justicia por su mano. Creo que los delitos sólo se pueden juzgar y ejecutar por los tribunales competentes. Pero… ¿Hasta dónde puede llevar a las personas a ejecutar tan abominables actuaciones? ¿Hasta qué límites debemos razonar?
En el libro de las Paremias Grecolatinas de mi buen amigo Rafael Martínez Segura, comenta: Gaudemus parili cuntos examine pendi, nec volumus parili nos cohibere libra. (L Murciego, 298) Nos alegra que todos sean examinados con la misma medida, pero no queremos que nos midan con el mismo rasero. ¿O sí?
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