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Los grandes filósofos y la filosofía sirven, entre otras cosas, para saber
pensar y razonar y no caer en errores de razonamiento. La capacidad de
analizar y criticar las cosas en sí mismas es algo válido. Por ejemplo, en el
caso de Kant podemos discutir el planteamiento kantiano del espacio y
tiempo como formas a priori de la sensibilidad y pensar que non son ideales
sino objetivos, porque forman parte de la realidad empírica en sí misma,
rechazando la idealidad de espacio y tiempo.
Aunque Kant afirma que espacio y tiempo como se refieren a la
experiencia son una realidad empírica indudable, ya que las condiciones
espacio temporales son la base de lo fenoménico. Y poseen también
idealidad transcendental porque son la condición de posibilidad de toda
experiencia y no están en las cosas en sí mismas.
En la Crítica de la razón pura analiza el tiempo y el espacio y considera
que son condiciones del conocimiento. La tesis que va a defender Kant
puede ser formulada del siguiente modo: espacio y tiempo son las
condiciones absolutamente necesarias, sólo bajo las cuales los objetos
pueden ser dados a nuestros sentidos; y ello es debido única y
exclusivamente a la naturaleza de nuestras facultades de conocer, en este
caso, a la naturaleza de la sensibilidad humana.
Espacio y tiempo no son representaciones empíricas. Son representaciones
a priori, anteriores a la experiencia. Escribe Kant «Nunca se puede tener la
representación de que no hay espacio, aunque puede perfectamente
pensarse que no se encuentra en él ningún objeto». Es decir, deja muy
claro que podemos representarnos un espacio vacío, pero no
representarnos objetos sin espacio. De todos modos, para Kant la
temporalidad es más universal que la espacialidad. Ya que además está
convencido de que el espacio es una condición subjetiva y a través de la
misma captamos o recibimos la intuición externa. La matemática es, según
el gran filósofo alemán, una ciencia sintética a priori que posee como
condición de posibilidad la intuición pura o no empírica de espacio y
tiempo construyendo de modo apriórico sus propias síntesis.
Escribe Kant: «El tiempo es, pues, dado a priori. En él tan sólo es posible
toda la realidad de los fenómenos. Todos ellos pueden desaparecer, pero el
tiempo mismo (como la condición universal de su posibilidad) no puede ser
suprimido». En efecto, es una condición de la inteligencia humana. Se han
escrito infinidad de páginas comentando y explicando la Crítica de la razón
pura de Kant. Los libros de Kant y de los filósofos forman parte del bagaje
cultural y formativo del mundo occidental.
La grandeza de la filosofía consiste en pensar con coherencia y argumentar
de modo lógico además de saber analizar y razonar con rigor. Y también
en saber analizar conceptos. La lógica es la teoría de las condiciones del
razonamiento formalmente válido. Un razonamiento es un proceso mental
que se caracteriza porque en él se produce de una o más premisas a una
conclusión que se deriva necesariamente de ellas.
Estamos fuertemente imbuidos, cada uno en lo suyo, de que somos algo consistente. Por eso alardeamos de un cuerpo, o al menos, lo notamos como propio. Al pensar, somos testigos de esa presencia particular e insustituible. Nos situamos como un estandarte expuesto a la vista de la comunidad y accesible a sus artefactos exploradores.
En medio de los afanes de la semana, me surge una breve reflexión sobre las sectas. Se advierte oscuro, aureolar que diría Gustavo Bueno, su concepto. Las define el DRAE como “comunidad cerrada, que promueve o aparenta promover fines de carácter espiritual, en la que los maestros ejercen un poder absoluto sobre los adeptos”. Se entienden también como desviación de una Iglesia, pero, en general, y por extensión, se aplica la noción a cualquier grupo con esos rasgos.
Acostumbrados a los adornos políticos, cuya finalidad no es otra que entregar a las gentes a las creencias, mientras grupos de intereses variados hacen sus particulares negocios, quizá no estaría de más desprender a la política de la apariencia que le sirve de compañía y colocarla ante esa realidad situada más allá de la verdad oficial. Lo que quiere decir lavar la cara al poder político para mostrarle sin maquillaje.
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