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Si algo de esto ocurriera, los que ahora silencian, harían aspavientos y alzarían la voz más que nadie

El demonio y el futuro

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Dicen que una de las mayores habilidades del demonio es la de hacernos creer que no existe. ¿Podría ocurrir lo mismo con acontecimientos aparentemente impensables?


Nosotros estamos convencidos de que existe la intención insana de vulgarizar nuestra cultura, la española. Y que no es por una cuestión estética, sino estratégica. Y una y otra vez necesitaremos hacer la misma aclaración: no somos españolistas (qué absurdo aquello de españolear). Si algo aborrecemos, entre otros muchos casticismos, es una corrida de toros, más aún como exponente de identidad cultural.


Cada vez que uno clava la pala de la curiosidad en nuestra historia, descubre tesoros desconocidos que nada tienen que ver con esa otra España entre ultramoderna y folclórica, saturada de banalidad, huérfana de profundidad, desmemoriada, y que nos quieren promover como sucedáneo cultural.


Pondremos un ejemplo: hay un concurso, cuyo nombre no diremos porque no es el único, que regularmente hace el siguiente planteamiento: cuatro nombres a acertar. Casualmente, tres extranjeros, preferentemente anglosajones, y uno español. Y el español, entre la multitud de españoles señeros que hay, de los más banales y efímeros.


Jorge Francisco Isidoro Luis Borges, y sus desvalorizaciones


Y este extraño tratamiento hacia lo hispánico se repite dentro y fuera. Cuando a Borges le pregunta un entrevistador norteamericano sobre la literatura española e hispanoamericana, aquel responde que salvo Cervantes, ambas culturas no han dado nada. Esto lo dice después de haber reconocido que no ha leído a Cortazar. No es que seamos forofos de este autor, pero ¿cómo sabía Borges que aquel no era un genio literario si no lo había leído? De serlo, Hispanoamérica y España habrían duplicado su relevancia. No es poco.


El entrevistador prosigue y le pregunta por qué escribe en español. Por respetar demasiado el inglés, responde Borges. Comparados ambos idiomas, el español carece de los matices del inglés (¡?). Luego hace una erudita exposición de la cultura anglosajona y de sus magnificencias (nos viene a la mente “La carga del hombre blanco”, del etnocentrista Kipling--Las salvajes guerras por la paz--). En otro lugar de la entrevista Borges se pregunta qué es eso de Hispanoamérica. La duda tiene su coherencia. Borrado el idioma, queda un espíritu tartamudo.


No querríamos meternos en política, pero él lo hace: los golpistas argentinos son caballeros y los otros escoria. Incluso está por la pena de muerte.


No obstante son opiniones particulares a las que cada cual tiene derecho. Lo más sorprendente es que los comentaristas en español están encantados. La ignorancia convertida en complacencia informada. ¿Será, como decía Antonio Machado, que Castilla –y el resto-- desprecia cuanto ignora?

En definitiva, que el video sigue ahí como aliciente para que nuestros editores y libreros renuncien a la literatura hispana y opten por la anglosajona. Si no tenemos voz, ni música, ni idea, ¿nos quedará voluntad?


Ponemos el enlace para deleite anglófilo. (https://www.youtube.com/watch?v=nAxtH1geob8&t=17s)

Cesare Beccaria, ejemplo de que nada es tan feliz.


Seguimos con la sombra que nos ha perseguido y persigue. En plena vigencia de la leyenda negra contra España (que primero nos convirtió en monstruos y después en idiotas), Cesare Beccaria escribió “De los delitos y las penas”. Juan Antonio Delval, en el prólogo a la obra (uno de tantos), transcribe a Voltaire. Este narra la condena y ejecución por blasfemia de un caballero (De la Barre) por no quitarse el sombrero ante el paso de una procesión a treinta metros de distancia: “Las piernas del paciente se bloquean entre tablas, se meten cuñas de hierro o de madera entre las tablas y las rodillas, los huesos se rompen. El caballero se desmalla, pero vuelve rápidamente en sí con ayuda de licores espirituosos y declara sin quejarse que no tiene cómplices. El espectáculo era terrible. No puedo decir si se le cortó la lengua y la mano (esto se había sentenciado, aclaramos nosotros). Todo lo que dijo al religioso que le asistía se reduce a estas palabras: no creo que se pueda hacer morir a un gentilhombre por tan poca cosa”. Estamos hablando de la Francia ilustrada del siglo XVIII.


“La ejecución de Robert Damiens --esta vez es Delval quien narra--, que hirió a Luis XV, fue peor: los cirujanos… aconsejaron los borceguíes (meter cuñas hasta que saltan los huesos, como en el anterior caso). Tendido sobre el cadalso se le quemó con fuego de azufre. Después, con unas tenazas calentadas al rojo se le fue arrancando las partes más carnosas de su cuerpo y luego se le vertió en las llagas una mezcla hirviente de plomo, aceite, pez, cera y azufre... Por fin su cuerpo fue atado… a cuatro caballos... Se aumentaron a seis, pero siempre en vano, hasta que los jueces permitieron se le hicieran incisiones en las articulaciones para facilitar la tarea. Llegada la noche un caballo arrancó el último brazo”.


¿Qué ocurría en Inglaterra?: “En el patíbulo, el reo aún en vida era emasculado, eviscerado, y descuartizado. Esto sucedió desde 1241 hasta 1782” (Luis Iglesias Rábade. Estudio comparado de penas corporales en el derecho hispánico e inglés). En ambos casos con los propios connacionales.

No buscamos morbosidad, pero a veces es preciso el detalle desagradable para que la abstracción no muera en el camino a la mente. Es necesario saber qué pasaba en los jardines no españoles de la Europa que juzgaba –y juzga--al resto del mundo. Esta era la realidad de los que decían que España estaba “asalvajá” (perdón por robar el término cervecero).


No decimos que fuéramos mejores; de hacerlo, seríamos iguales. No obstante, quizás les aventajemos en que nosotros tenemos complejo de culpabilidad, mientras ellos no. Aprovechemos esta ventaja para enjuiciar el mundo más equilibradamente.


Santa Bárbara y la isla Perejil


Mientras reímos nos descapitalizan. Mientras nos debilitamos compran nuestras propiedades. Nos recuerda lo de las biblias y las tierras. Cuando dejaron de orar (en tierras africanas), los europeos tenían las tierras y los africanos, ya sin tierras, las biblias.


Saliendo de lo tremebundo, y entrando en la curiosidad, la radio pasa musicalmente el himno de Santa Bárbara de los mineros asturianos. Buscándolo descubrimos ese himno y el que era de la artillería española desde el XIX. Esto nos hace comprender por qué la empresa militar española se llamaba así, Santa Bárbara. Lo que nos lleva a preguntarnos por qué ya no es española. En 2010 dio 13 millones de euros de beneficios. ¿No se podría haber hecho un esfuerzo para mantenerla, tal como se ha hecho con tantas otras cosas, bastante menos necesarias? Asegura un militar alemán que el ejército que no tiene industria militar propia no tiene ejército. Cierto. Piénsese que el tubo de un cañón soporta entre 2.000 y 2.500 disparos. Es decir, que se tienen tanques por esos disparos; y que si se carece de una industria que los renueve, ya no se tienen. Aparte de, ¿no se alquilan?

No hablamos de guerras mundiales, ni de guerras para la sobrevivencia de los valores eternos. Simplemente hablamos de la salvaguardia de nuestras fronteras marítimas, terrestres y aéreas. Quienes quieran conquistar imperios, que lo hagan con su propia sangre. De la isla Perejil hablaremos al final.


Sin pasado, el presente es turbio y el futuro hermético


No sabríamos explicar qué es la cultura. A cada intento nos surge una contradicción. Quizás por la negación de la negación de los dialécticos. Pero lo que sí sabemos es que una feria de farolillos y globos de colores no lo es. El progreso y la paz jamás se consiguen ni conservan bajo la abulia intelectual.


La cultura que actualmente se promueve es plana, carece de profundidad. Cree que las fórmulas técnicas pueden ser el andamio del espíritu. Absurdo. Hoy vivimos sólo del presente e infravaloramos el pasado. Pero el pasado es necesario; no porque sintamos nostalgia por él, sino porque contiene las claves de lo que somos. ¿Cómo saber si hemos evolucionado o no sin leer a Beccaria? ¿Cómo saber si hay manipulación de la historia si no comparamos nuestra leyenda negra con sus acciones? ¿Cómo saber que esto puede volver a suceder sin saber que, efectivamente, sucedió? ¿Cómo creer que toda censura es justa, o que no existe, sin saber que un libro tan cristiano como “De los delitos y las penas” estuvo en el Índice de los cristianos?


No creemos en demonios, pero si en proyectos endemoniados. Tenemos la permanente sensación de que se busca empobrecer, vulgarizar, neutralizar nuestra cultura.


Sin ideas no hay proyectos, sin proyectos no hay porvenir


Konrad Lorenz dijo: «El deber vital de la educación es proporcionar al ser en desarrollo una base suficiente de datos factuales que le permitan juzgar los valores de la belleza y la fealdad, el bien y el mal, lo sano y lo patológico”. Esta frase no dice nada y dice mucho. Él mismo oscilo del nazismo a los verdes austriacos. Aceptemos su posterior premio Nobel (1973, más su pertenencia a diversas academias nacionales y extranjeras) como expresión de que su error no fue muy grave. Pero la frase sirve para algo fundamental: saber que sí hay diferencias en las cosas. Si por comodidad intelectual decimos que todo es sano, estamos ocultando la enfermedad y convirtiéndola incurable. Lo que nos recuerda la perplejidad de Brecht: «¿Qué tiempos son éstos en los que tenemos que defender lo obvio?». Por eso la necesidad de quitar el polvo de nuestras bibliotecas y permitir que, con sus errores y éxitos, nuestro acervo informativo y cultural reaparezcan. ¿Acaso no sería mejor una generación memorista, con interés por informarse y reflexionar?


Hay muchos problemas acumulados, pero unos más candentes que otros. Y cuidado; tienen efectos multiplicadores. Por ejemplo, ¿cómo sin memoria podremos recordar las operaciones “Marcha Verde” o “Romeo-Sierra” (isla Perejil, tomado el asunto, como siempre, a chirigota)? Y ¿cómo desconociéndolas u olvidándolas podremos prever situaciones similares? Por ejemplo, se habla de un plan Marruecos 2030. ¿Qué es eso?


¿Tampoco hemos tenido tiempo para saber que en las aguas canarias hay tierras raras y petróleo, más valiosos aún que los fosfatos del Sáhara, lo cual significa fuentes de conflictos? ¿Hemos tenido la curiosidad de mirar un mapa de la zona y de sus aguas territoriales, nada claras? ¿Por qué Francia está vendiéndole a Marruecos aviones de cuarta generación? ¿Por qué EE.UU. hace lo mismo?


¿Va a resultar que al final será mejor pensar y ocuparse que reír y bailar? Sin ideas no hay ni proyecto ni programa. ¿Las tenemos?

El demonio y el futuro

Si algo de esto ocurriera, los que ahora silencian, harían aspavientos y alzarían la voz más que nadie
Luis Méndez Viñolas
lunes, 22 de abril de 2024, 08:51 h (CET)

Dicen que una de las mayores habilidades del demonio es la de hacernos creer que no existe. ¿Podría ocurrir lo mismo con acontecimientos aparentemente impensables?


Nosotros estamos convencidos de que existe la intención insana de vulgarizar nuestra cultura, la española. Y que no es por una cuestión estética, sino estratégica. Y una y otra vez necesitaremos hacer la misma aclaración: no somos españolistas (qué absurdo aquello de españolear). Si algo aborrecemos, entre otros muchos casticismos, es una corrida de toros, más aún como exponente de identidad cultural.


Cada vez que uno clava la pala de la curiosidad en nuestra historia, descubre tesoros desconocidos que nada tienen que ver con esa otra España entre ultramoderna y folclórica, saturada de banalidad, huérfana de profundidad, desmemoriada, y que nos quieren promover como sucedáneo cultural.


Pondremos un ejemplo: hay un concurso, cuyo nombre no diremos porque no es el único, que regularmente hace el siguiente planteamiento: cuatro nombres a acertar. Casualmente, tres extranjeros, preferentemente anglosajones, y uno español. Y el español, entre la multitud de españoles señeros que hay, de los más banales y efímeros.


Jorge Francisco Isidoro Luis Borges, y sus desvalorizaciones


Y este extraño tratamiento hacia lo hispánico se repite dentro y fuera. Cuando a Borges le pregunta un entrevistador norteamericano sobre la literatura española e hispanoamericana, aquel responde que salvo Cervantes, ambas culturas no han dado nada. Esto lo dice después de haber reconocido que no ha leído a Cortazar. No es que seamos forofos de este autor, pero ¿cómo sabía Borges que aquel no era un genio literario si no lo había leído? De serlo, Hispanoamérica y España habrían duplicado su relevancia. No es poco.


El entrevistador prosigue y le pregunta por qué escribe en español. Por respetar demasiado el inglés, responde Borges. Comparados ambos idiomas, el español carece de los matices del inglés (¡?). Luego hace una erudita exposición de la cultura anglosajona y de sus magnificencias (nos viene a la mente “La carga del hombre blanco”, del etnocentrista Kipling--Las salvajes guerras por la paz--). En otro lugar de la entrevista Borges se pregunta qué es eso de Hispanoamérica. La duda tiene su coherencia. Borrado el idioma, queda un espíritu tartamudo.


No querríamos meternos en política, pero él lo hace: los golpistas argentinos son caballeros y los otros escoria. Incluso está por la pena de muerte.


No obstante son opiniones particulares a las que cada cual tiene derecho. Lo más sorprendente es que los comentaristas en español están encantados. La ignorancia convertida en complacencia informada. ¿Será, como decía Antonio Machado, que Castilla –y el resto-- desprecia cuanto ignora?

En definitiva, que el video sigue ahí como aliciente para que nuestros editores y libreros renuncien a la literatura hispana y opten por la anglosajona. Si no tenemos voz, ni música, ni idea, ¿nos quedará voluntad?


Ponemos el enlace para deleite anglófilo. (https://www.youtube.com/watch?v=nAxtH1geob8&t=17s)

Cesare Beccaria, ejemplo de que nada es tan feliz.


Seguimos con la sombra que nos ha perseguido y persigue. En plena vigencia de la leyenda negra contra España (que primero nos convirtió en monstruos y después en idiotas), Cesare Beccaria escribió “De los delitos y las penas”. Juan Antonio Delval, en el prólogo a la obra (uno de tantos), transcribe a Voltaire. Este narra la condena y ejecución por blasfemia de un caballero (De la Barre) por no quitarse el sombrero ante el paso de una procesión a treinta metros de distancia: “Las piernas del paciente se bloquean entre tablas, se meten cuñas de hierro o de madera entre las tablas y las rodillas, los huesos se rompen. El caballero se desmalla, pero vuelve rápidamente en sí con ayuda de licores espirituosos y declara sin quejarse que no tiene cómplices. El espectáculo era terrible. No puedo decir si se le cortó la lengua y la mano (esto se había sentenciado, aclaramos nosotros). Todo lo que dijo al religioso que le asistía se reduce a estas palabras: no creo que se pueda hacer morir a un gentilhombre por tan poca cosa”. Estamos hablando de la Francia ilustrada del siglo XVIII.


“La ejecución de Robert Damiens --esta vez es Delval quien narra--, que hirió a Luis XV, fue peor: los cirujanos… aconsejaron los borceguíes (meter cuñas hasta que saltan los huesos, como en el anterior caso). Tendido sobre el cadalso se le quemó con fuego de azufre. Después, con unas tenazas calentadas al rojo se le fue arrancando las partes más carnosas de su cuerpo y luego se le vertió en las llagas una mezcla hirviente de plomo, aceite, pez, cera y azufre... Por fin su cuerpo fue atado… a cuatro caballos... Se aumentaron a seis, pero siempre en vano, hasta que los jueces permitieron se le hicieran incisiones en las articulaciones para facilitar la tarea. Llegada la noche un caballo arrancó el último brazo”.


¿Qué ocurría en Inglaterra?: “En el patíbulo, el reo aún en vida era emasculado, eviscerado, y descuartizado. Esto sucedió desde 1241 hasta 1782” (Luis Iglesias Rábade. Estudio comparado de penas corporales en el derecho hispánico e inglés). En ambos casos con los propios connacionales.

No buscamos morbosidad, pero a veces es preciso el detalle desagradable para que la abstracción no muera en el camino a la mente. Es necesario saber qué pasaba en los jardines no españoles de la Europa que juzgaba –y juzga--al resto del mundo. Esta era la realidad de los que decían que España estaba “asalvajá” (perdón por robar el término cervecero).


No decimos que fuéramos mejores; de hacerlo, seríamos iguales. No obstante, quizás les aventajemos en que nosotros tenemos complejo de culpabilidad, mientras ellos no. Aprovechemos esta ventaja para enjuiciar el mundo más equilibradamente.


Santa Bárbara y la isla Perejil


Mientras reímos nos descapitalizan. Mientras nos debilitamos compran nuestras propiedades. Nos recuerda lo de las biblias y las tierras. Cuando dejaron de orar (en tierras africanas), los europeos tenían las tierras y los africanos, ya sin tierras, las biblias.


Saliendo de lo tremebundo, y entrando en la curiosidad, la radio pasa musicalmente el himno de Santa Bárbara de los mineros asturianos. Buscándolo descubrimos ese himno y el que era de la artillería española desde el XIX. Esto nos hace comprender por qué la empresa militar española se llamaba así, Santa Bárbara. Lo que nos lleva a preguntarnos por qué ya no es española. En 2010 dio 13 millones de euros de beneficios. ¿No se podría haber hecho un esfuerzo para mantenerla, tal como se ha hecho con tantas otras cosas, bastante menos necesarias? Asegura un militar alemán que el ejército que no tiene industria militar propia no tiene ejército. Cierto. Piénsese que el tubo de un cañón soporta entre 2.000 y 2.500 disparos. Es decir, que se tienen tanques por esos disparos; y que si se carece de una industria que los renueve, ya no se tienen. Aparte de, ¿no se alquilan?

No hablamos de guerras mundiales, ni de guerras para la sobrevivencia de los valores eternos. Simplemente hablamos de la salvaguardia de nuestras fronteras marítimas, terrestres y aéreas. Quienes quieran conquistar imperios, que lo hagan con su propia sangre. De la isla Perejil hablaremos al final.


Sin pasado, el presente es turbio y el futuro hermético


No sabríamos explicar qué es la cultura. A cada intento nos surge una contradicción. Quizás por la negación de la negación de los dialécticos. Pero lo que sí sabemos es que una feria de farolillos y globos de colores no lo es. El progreso y la paz jamás se consiguen ni conservan bajo la abulia intelectual.


La cultura que actualmente se promueve es plana, carece de profundidad. Cree que las fórmulas técnicas pueden ser el andamio del espíritu. Absurdo. Hoy vivimos sólo del presente e infravaloramos el pasado. Pero el pasado es necesario; no porque sintamos nostalgia por él, sino porque contiene las claves de lo que somos. ¿Cómo saber si hemos evolucionado o no sin leer a Beccaria? ¿Cómo saber si hay manipulación de la historia si no comparamos nuestra leyenda negra con sus acciones? ¿Cómo saber que esto puede volver a suceder sin saber que, efectivamente, sucedió? ¿Cómo creer que toda censura es justa, o que no existe, sin saber que un libro tan cristiano como “De los delitos y las penas” estuvo en el Índice de los cristianos?


No creemos en demonios, pero si en proyectos endemoniados. Tenemos la permanente sensación de que se busca empobrecer, vulgarizar, neutralizar nuestra cultura.


Sin ideas no hay proyectos, sin proyectos no hay porvenir


Konrad Lorenz dijo: «El deber vital de la educación es proporcionar al ser en desarrollo una base suficiente de datos factuales que le permitan juzgar los valores de la belleza y la fealdad, el bien y el mal, lo sano y lo patológico”. Esta frase no dice nada y dice mucho. Él mismo oscilo del nazismo a los verdes austriacos. Aceptemos su posterior premio Nobel (1973, más su pertenencia a diversas academias nacionales y extranjeras) como expresión de que su error no fue muy grave. Pero la frase sirve para algo fundamental: saber que sí hay diferencias en las cosas. Si por comodidad intelectual decimos que todo es sano, estamos ocultando la enfermedad y convirtiéndola incurable. Lo que nos recuerda la perplejidad de Brecht: «¿Qué tiempos son éstos en los que tenemos que defender lo obvio?». Por eso la necesidad de quitar el polvo de nuestras bibliotecas y permitir que, con sus errores y éxitos, nuestro acervo informativo y cultural reaparezcan. ¿Acaso no sería mejor una generación memorista, con interés por informarse y reflexionar?


Hay muchos problemas acumulados, pero unos más candentes que otros. Y cuidado; tienen efectos multiplicadores. Por ejemplo, ¿cómo sin memoria podremos recordar las operaciones “Marcha Verde” o “Romeo-Sierra” (isla Perejil, tomado el asunto, como siempre, a chirigota)? Y ¿cómo desconociéndolas u olvidándolas podremos prever situaciones similares? Por ejemplo, se habla de un plan Marruecos 2030. ¿Qué es eso?


¿Tampoco hemos tenido tiempo para saber que en las aguas canarias hay tierras raras y petróleo, más valiosos aún que los fosfatos del Sáhara, lo cual significa fuentes de conflictos? ¿Hemos tenido la curiosidad de mirar un mapa de la zona y de sus aguas territoriales, nada claras? ¿Por qué Francia está vendiéndole a Marruecos aviones de cuarta generación? ¿Por qué EE.UU. hace lo mismo?


¿Va a resultar que al final será mejor pensar y ocuparse que reír y bailar? Sin ideas no hay ni proyecto ni programa. ¿Las tenemos?

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Estamos fuertemente imbuidos, cada uno en lo suyo, de que somos algo consistente. Por eso alardeamos de un cuerpo, o al menos, lo notamos como propio. Al pensar, somos testigos de esa presencia particular e insustituible. Nos situamos como un estandarte expuesto a la vista de la comunidad y accesible a sus artefactos exploradores.

En medio de los afanes de la semana, me surge una breve reflexión sobre las sectas. Se advierte oscuro, aureolar que diría Gustavo Bueno, su concepto. Las define el DRAE como “comunidad cerrada, que promueve o aparenta promover fines de carácter espiritual, en la que los maestros ejercen un poder absoluto sobre los adeptos”. Se entienden también como desviación de una Iglesia, pero, en general, y por extensión, se aplica la noción a cualquier grupo con esos rasgos.

Acostumbrados a los adornos políticos, cuya finalidad no es otra que entregar a las gentes a las creencias, mientras grupos de intereses variados hacen sus particulares negocios, quizá no estaría de más desprender a la política de la apariencia que le sirve de compañía y colocarla ante esa realidad situada más allá de la verdad oficial. Lo que quiere decir lavar la cara al poder político para mostrarle sin maquillaje.

 
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