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Honorables insensatos

La insensatez no es privativa de los menos inteligentes
Rafael Pérez Ortolá
viernes, 5 de agosto de 2016, 09:16 h (CET)
Estamos demasiado acostumbrados a la fijación de los conceptos, quizá en una visión irreal de cuanto acontece. Las situaciones en las que interviene cada sujeto oscilan a lo largo de su vida, para lo bueno y para lo malo. Si ya de por sí es compleja la definición de las cualidades personales, su OSCILACIÓN en la vida de cada uno dificulta la precisión de los adjetivos atribuidos a ese protagonista. ¿Bueno? ¿Malo? ¿Honorable? El predominio de unas acciones no impide las esporádicas manifestaciones en contrario, con intensidades variadas, consecuencias u ocultamientos en acción. Las deliberaciones tampoco están libres de las valoraciones cambiantes; la confusión acecha. La insensatez no es privativa de los menos inteligentes, de los más pobres o de los menos cultos. En determinadas ocasiones cualquiera está capacitado para algún ejercicio insensato. Comprobamos como los conocimientos superiores son utilizados como instrumentos para UTILIZACIONES perniciosas. Ni la cultura ni los dineros son garantía de la cordura en las actuaciones. Por lo tanto, los análisis requieren orientaciones decididas para el esclarecimiento de los procesos por separado; la mezcla de conceptos nos deja en el limbo, bien aprovechado por quienes no sienten escrúpulos. Entre la utilidad y la convivencia surgen controversias muy acentuadas por la insensatez fatua de los irresponsables. El calificativo de insensatos es una denotación suave para aquella gente honorable e inteligente desviada hasta la pérdida de sentido en sus decisiones. Las pasiones o los intereses imponen sus dominancias sobre los razonamientos de mayor empaque. Desde las simples desproporciones comparativas al desquiciamiento, están ocupados los espacios intermedios sin conciencia alguna. El centro neurálgico de la insensatez radica en el olvido de la pluralidad en la vida comunitaria, de ese respeto mutuo, de la preservación de las diferentes identidades. Una de las principales garras del mal, quedaría superada con el simple posicionamiento de los sujetos IMPLICADOS en aras de una colaboración sin caracteres impositivos. Quienes alardean de virtuosismo ante sus coetáneos componen la figura de ese primer escalón del ESCÁNDALO, venidos de procedencias dispares. Clérigos influyentes desbaratados por sus conductas, empresarios de postín con sus vergüenzas al aire, comunistas forrados que escamotearon el pago a los trabajadores de su empresa, sindicalistas aviesos apropiándose del dinero subvencionado para los parados, aristócratas encumbrados en pedestales abusivos, políticos usurpadores de cuanto se acercara por sus inmediaciones (Mordidas, dinero de ONGs, tarjetas, contratos arreglados para trabajos inexistentes...). La desvirtuación de la sensatez aboca a un listado degradante. El escándalo viene agrandado con frecuencia por un trato benevolente e inexplicable dedicado a esos practicantes depravados por parte de gran parte de la sociedad, desde los medios informativos a las audiencias, desde la legislación a las actitudes educativas. En una especie de SÍNDROME de Estocolmo, observamos como se les dota a esos protagonistas de hechos deleznables de una aureola de prestigio inapropiado. Recibimientos, entrevistas, candidaturas (Otegui). Conferencias, tertulias, doctor honoris causa (Mario Conde). Posicionamiento de la élite nacionalista catalana (Jordi Pujol). Afiliaciones y apoyos sindicales (ERES). En un apego dedicado a la famosa actuación, sin escrúpulos, con una supuesta ignoracia meliflua. El golpeo es incesante, nuevos casos descubiertos, barbaridades crueles, desfachatez extremosa. ¿Sin remedio? Dada la tozudez de la condición humana, la corrección completa es imposible. Ahora bien, si anhelamos el lógico bienestar con cierta estabilidad; resultará crucial un mejor reparto de las atenciones y posibilidades. Estas serían las tendencias COHERENTES, atenuantes de los desfases originados. La contraposición eficaz a los egoismos desenfrenados, conducentes a la desintegración de la honorabilidad y los consiguientes desmanes. Sin las mencionadas coherencias estabilizadoras agrandamos el agujero repulsivo de unas relaciones humanas desenfocadas. Participamos en el DESHONOR con determinadas decisiones cotidianas que realizamos desde los sectores íntimos a las esferas públicas. La amplificación es notoria. Cuando dejamos de lado las atenciones pertinentes a las personas de edad avanzada, el trato respetuoso a los criterios discordantes de los familiares o la despreocupación por los valores educativos. Esa dejadez extiende sus zarpas a otras esferas en forma de ocultamientos, criterios basados en la fuerza, desprecio hacia los diferentes, mentiras o engaños de índole perversa. De manera solapada, o lo que es peor con el alarde manifiesto, las inventivas trazan los innumerables caminos de las actitudes improcedentes. ¿Cuáles son las vías de complicidad? Pudieramos entender la insensatez cuando acuciados por la necesidad cometamos errores con actitudes mal fundamentadas. En una situación límite, la tensión del momento favorece el recurso a los comportamientos forzados. La GRAVEDAD implícita en la insensatez de la gente honorable surge en una doble versión. Por la repetición de los hechos o por la elevada posición de los infractores. La reiteración acaba diluyendo la honradez inicial. El rango social prominente les hacia suponer una cierta ejemplaridad que acaba cubriendose de ignominia; pero además, por su posición, no necesitaban de ese recurso a las maliciosas intervenciones. Por ambas condiciones son especialmente censurables los honorables insensatos. Pierden también su honorabilidad aquellos profesionales que a fuerza de TRIVIALIDADES empañan su dignidad inicial. La gestora de educación con esa flagrante “eXcolarización” en su primera diapositiva, su mente iba por otras preocupaciones. Los mentores de hacienda, dedicando el 80 % de sus medios al control de los pequeños ahorradores, frente al modesto 20% en la inspección de las grandes fortunas. Viene a ser como el médico centrado en los protocolos, mientras deja en un segundo término al trato directo con el enfermo. O los medios informativos cuando lanzan informaciones sobre determinadas personas o instituciones sin el contraste adecuado; expuestos a que la noticia acabe convertida en falsedades. La insensatez esporádica no es la encausada por el presente comentario; siendo inconveniente, por plural, insuficiente atención o por su carácter de error humano, queda situada entre los deslices de menor alcance. Es la prevaricación de las mentes turbias, sobre todo las apegadas al poder, sea del dinero, político o de cualquier orígen, la condición incisiva para convertirlas en una cualidad DISGREGADORA de la sociedad. Su maldad viene definida por el pedestal de sus promotores de quienes esperábamos otras preferencias y por en enorme desprecio dedicado al resto de los humanos, a costa de los cuales basculan los beneficios obtenidos por los honorables degenerados.

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