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Mientras vivas bajo mi techo…

Antonio Carrasco, Valladolid
Lectores
miércoles, 20 de diciembre de 2023, 08:47 h (CET)

La antigua portavoz de Más Madrid en la Asamblea de la Comunidad Autónoma de Madrid, Mmm (Mónica, médico y madre), ahora Mmmm (acabará por anunciar una chocolatina o alguna otra cosa rica), por la gracia de nuestro señor Pedro Sánchez, que la ha dotado de autoridad para ser ministra y sanar a tullidos, a cojos, a ciegos, a leprosos y para expulsar a espíritus inmundos y a fumadores, ha decidido iniciar una cruzada antitabaquismo —perdón, antifumadores— al más puro estilo temmmmplario: a sangre y fuego. 


Soy fumador, y, consecuentemente, subjetivo en cuanto a mis opiniones sobre el particular; pero, en todo caso, no menos que los no fumadores, sobre todo si son conversos. Así que, con la misma legitimidad que cualquier otro ciudadano, intentaré expresar mi opinión sobre las intenciones que, supuestamente, tiene la ministra sobre el particular y sobre sus posibles motivaciones. Según el argumentario previo que se va filtrando a los medios de comunicación en estas fechas, parece ser que lo que se pretende ahora es prohibir fumar en determinados lugares al aire libre y, además, en el coche. Los fundamentos, según se cuenta, son diversos: para el caso de terrazas y playas, el daño que el humo de los fumadores causa a los que no lo son; para el caso del automóvil —aunque aún no está claro del todo— el perjuicio a los acompañantes (si son menores o mujeres embarazadas) o la distracción que supone fumar al volante. Vamos por partes. 


Es innegable que el consumo de tabaco es perjudicial para la salud y negarlo sería irracional (por cierto, como los alimentos ultraprocesados, también las carnes y quesos de imitación veganos). El tabaco es un producto legal, regulado, gravado y distribuido por el Estado, además, en régimen de monopolio (para expender tabaco, hay que obtener una licencia en subasta pública convocada por el Comisionado para el Mercado de Tabacos, una entidad que depende del Ministerio de Hacienda); luego su adquisición y uso son un derecho amparado por el Estado, como el de la gasolina, el alcohol o cualquier otro producto autorizado y gravado por el mismo, por más que sea perjudicial para la salud. Podrá decirse que su uso debe estar regulado, sí; pero, en el resto de los casos, la regulación se ciñe a determinar que éste responda a las funciones que le son propias, que, en el caso del tabaco, es fumar. 


Por otro lado, no hay evidencia científica de que el humo del tabaco en exteriores, para el no fumador, sea más perjudicial que el de los automóviles, el de los autobuses, el de las salidas de humos de restaurantes o de calefacciones, el de los pesticidas, el de explotaciones mineras a cielo abierto o, como hemos conocido recientemente, el de los sopladores de hojas. Por otra parte, las molestias que un cigarrillo pueden causar a un no fumador en una terraza no son un mal inevitable. En este sentido, convendría recordar que sitio público no es lo mismo que servicio público, y los bares y restaurantes pueden ser lo primero, pero en ningún caso lo segundo (ni siquiera en su interior, donde ya no hay humo de tabaco, pero sí un montón de menores, incluso bebés en sus carritos, que incumplen la mayor parte de las normativas autonómicas, que prohíben su presencia en locales donde se expendan bebidas alcohólicas). 


El caso de las playas y aledaños —como el de más de una terraza— no deja de ser curioso: cigarrillos, no; botellones, sí (todavía no he conocido a un solo fumador tambaleándose, gritando, vomitando, defecando, increpando a los demás o dañando el mobiliario público, ni en la arena ni en la vía pública, por el hecho de serlo). Tampoco he conocido a ningún conductor fumador que, por una alteración de su estado de conciencia, haya tenido o provocado un accidente. ¿Que puede provocarlo por una pérdida de atención? Sin duda. Al igual que al hacer uso de todos los artilugios táctiles de los coches “ecosostenibles” de hoy en día. Si el problema del cigarrillo al volante es la distracción, prohíbase éste y todos los ingenios que contribuyen al mismo mal. Si la preocupación son los acompañantes, que se prohíba fumar con menores o mujeres embarazadas en el coche y, en el resto de los casos, como en la práctica sexual, que estos den su consentimiento expreso.


Si la inquietud por la salud de la población es real, que el Estado renuncie a lucrarse con la venta y distribución del tabaco, que éste sea prohibido, con todas sus consecuencias, y que tal medida sea trasladada a cualesquiera otras sustancias nocivas. Por cierto, doy por seguro que la señora ministra conoce a D. Jorge Moruno Danzi, entre otras cosas, porque firmó con él la Proposición no de Ley presentada por Más Madrid en la comunidad autónoma que le da nombre el 3 de mayo de 2022, en la que se insta a la Asamblea a legalizar, con la eufemística expresión de “regulación integral del cannabis en adultos”, la comercialización y uso de esta sustancia, argumentando en la exposición de motivos, entre otras cosas, que “el cannabis debe regularse por motivos de salud pública y en defensa de las libertades” y que es “una oportunidad económica para generar empleo y aumentar los ingresos públicos”. 


Doy por sentado, entonces, que otros de los problemas del tabaco son que no altera en modo alguno la conciencia —que no te da un puntito, vaya— y que su cultivo no es lo suficientemente lucrativo. Más interesante aún me ha resultado que se sostenga que hay que legalizarlo en defensa de las libertades. Es cautivador que le digan a uno (o a una) qué le hace libre y qué no, que desde el poder velen incesantemente por su bienestar, sus libertades y sus derechos; sin tener que pensar: sacar del envase, tres minutos en el micro, y ya eres libre. La señora ministra y los que son como ella creen —han hecho gala de ello con orgullo— que ostentar un cargo público no consiste en servir a los ciudadanos, sino en prescribir y dictar; no pretenden gobernar, sino mandar: pastorear ostensiblemente a los ciudadanos con la conciencia plena de que son ellos, los pastores, los que conocen el camino correcto; para lo que, previamente, es necesario “ovinizar” a la población con un constante bombardeo de propaganda ideológica orientada al “acriticismo” y a la mansedumbre, al pensamiento único, en medios de comunicación y escuelas. 


La señora ministra y los que son como ella odian la libertad del individuo, o aún peor, creen que la libertad es una consecuencia dadivosa de la ideología, la suya, la correcta; por lo que no cabe ejercicio libre fuera de la libertad ideológica. Tal cosa es negacionismo, extremismo, autoritarismo o fascismo, según convenga. Señora ministra, ¡déjenos vivir… y morir como nos parezca! Si hasta nos han dicho ya qué es una muerte digna y qué no lo es con una ley de eutanasia que, de facto, distingue entre muertes pulcras y progresistas y muertes asilvestradas y fanáticas.

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Desde este pequeño atril de papel digital y con el permiso de los lectores presento una columna que puede producir dudas, pero también certezas. Siempre escribo con ilusión, como hace décadas se escribía con un lápiz mordido ahora convertido en lápiz digital y que intenta subrayar los ojos de los dispositivos para reflexionar.

El 25 de abril escribí y publiqué un artículo sobre el fallecimiento del papa Francisco, otro tanto hice el 2 de Mayo sobre la preparación del cónclave para la elección del nuevo papa que se celebró el 7 de mayo, y concluyó con la elección de León XIV. Por lo tanto era obligado cerrar esta trilogía, con quien ahora le corresponde gobernar la Barca de Pedro.

El nuevo papa forma parte de la congregación de los agustinos, una orden muy antigua de la iglesia católica que se inspira en la filosofía y la ética de San Agustín de Hipona, un religioso africano, seguramente berebere y casi con seguridad portador de rasgos físicos muy diferentes de aquellos con los que lo ha inmortalizado con el curso del tiempo la institucionalidad de Roma.

 
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