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Su franqueza no tiene parangón

Tersura del silencio

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Precisamente en estos ambientes de tanta fanfarria, crispación y desconsideraciones de toda laña, se echa de menos la posibilidad de algunas alternativas tranquilizadoras. Aunque la misma dinámica de los comportamientos comunitarios no permite la mínima pausa reflexiva; que además, quizá serviría de poco, porque se fueron destruyendo cualquiera de los lazos conceptuales encaminados a una existencia satisfactoria. En ese desierto, donde la algarabía se vació de significado, cobra relevancia la TERSURA del silencio como un fondo que nos coloca de frente ante las sensaciones, abriendo de nuevo los horizontes. Una potente reserva antropológica para percatarnos de la autenticidad existencial, personal y comunitaria.


El mencionado silencio adquiere su verdadera presencia si además del poco ruido nos desprendemos de las numerosas referencias mentales que nos acechan. Nos sitúa en una escena prístina, bien dispuesta para iniciar las excursiones de la razón, desprovistas de la contaminación ambiental; será una de las escasas situaciones propicias para el pensamiento espontáneo del protagonista, quizá la mejor. Siendo conveniente realizar aquí una primera DISTINCIÓN como punto de partida. El silencio como entidad, quién sabe si abstracto o concreta, debido a la serie de posibles contenidos. Los silencios, como resultado de determinadas actuaciones de ciertas personas. El primero augura menos interferencias, aunque su carácter profundo puede llegar a atemorizarnos.


Pronto detectamos efectos gratificantes en estas aproximaciones al recurso del silencio como interlocutor. Notamos cuan fuerte era el peso de las circunstancias contaminantes, era abrumador y su disminución nos transporta a una ligereza progresiva, libres de presiones. Con ese cosquilleo exultante nos encaminamos a idear iniciativas con una FRANQUEZA que ya no recordábamos. Como contrapartida saludable percibimos la desaparición de las trabas previas, que incluso habían pasado desapercibidas. Fueron pergeñadas con un sinfín de artimañas, quizá atribuidas al sistema, pero siempre diseñadas por agentes concretos, con intenciones y sometimientos muy propensos a los encubrimientos.


Decían aquello del uniforme, cuando uno se lo pone ya se siente superior, y ejerce como tal. Hay muchas maneras de adquirir un cierto poder; por conocimientos, dinero, puesto de trabajo, fama, posición social o rango de los cargos desempeñados. Sea por la propia euforia de la posición alcanzada o por la deformación injustificada, estos personajes propenden enseguida al control de las manifestaciones ajenas, acallando expresiones discrepantes y pueden intentar la eliminación funcional o física de quienes les contradicen. Sus prácticas se deslizan por pendientes EXCLUYENTES rebosantes de mal agüero. Desde la observación tranquila detectamos gran número de pendientes con estos estilos preocupantes.


Con razón recordamos la clásica cantinela con su sugerencia: Hay que aprender a leer los silencios; nos descubrirán circunstancias insospechadas. También en lo referente a esa lectura, conviene proceder con tiento; sobre todo, en estos ambientes en los cuales se practican toda serie de maniobras subrepticias. Con esta sinceridad callada, también dejaremos aparte los EUFEMISMOS que distorsionan la realidad. Para no confundir la tolerancia con la abdicación de las buenas razones o la intolerancia con la prepotencia ególatra. Ni la amistad, la sensibilidad, el lenguaje, ni la solidaridad, con los intempestivos suplantadores preconizados por esas cansinas emisiones repetitivas, acompañadas del jolgorio general.


Observar las cosas sin alharacas, desprovistos del fárrago ambiental, es apasionante, no sin cierta sorpresa, percibimos de cuantas realidades habíamos dejado de captar debido al aturdimiento generado. De alguna manera, los diferentes comportamientos están muy relacionados con las actitudes silenciosas. Podemos referirnos al silencio CONDUCTUAL en varios sentidos. Entre el proceder silencioso son probables logros meritorios, pero de igual manera caben los manejos turbios, es una disyuntiva permanente. Ahora bien, sin los ruidos se perciben mejor los desarrollos de las tendencias y se pone de manifiesto la coherencia de las respuestas o la indiferencia degradante de efectos lamentables.


La activación de las expresiones es natural que ejerzan su influencia sobre aquellas personas relacionadas con sus impulsos; en especial, las palabras con todo su articulado gramatical, sin olvidar ni por un momento su limitada eficacia, máxime si sus contenidos son vapuleados y tergiversados. Hemos de añadir la enorme cantidad de tensiones vitales cuya explicación sobrepasa la mera verbalidad; deseos, pensamientos, intenciones, gestos, emociones, exigen otras apreciaciones. El silencio nos sirve de buen complemento para aproximarnos al SENTIDO general de las actuaciones, con la ventaja de la nitidez incontaminada; su comprensión requiere de los sentidos receptivos más insospechados.


El porqué de cuando hablamos o de cuando callamos es un integrante primordial de ese silencio oferente que nos ocupa; se extiende también a una gran parte de las expresiones no verbales. Transitamos por la ignorancia y la timidez, de la pasividad indolente a la perversidad. La balsa reúne al final incontables factores, pueden alterar aquella tersura inicial de carácter neutral atribuida al auténtico silencio. Es evidente la POLISEMIA implicada en dichas reflexiones. Tampoco se libran de esa variedad las interpretaciones que pueda efectuar cada individuo. Los interrogantes nunca se cierran del todo; como consecuencia fatal, hemos de lidiar con la inquietante sospecha estimulante.

Ante la incomprensión y el misterio adheridos a cuanto nos rodea, los hechos y circunstancias que nos acechan desde cualquier ángulo, nadie dispone de las resoluciones definitivas, no ya explicativas, ni tan siquiera descriptivas y fiables. Estamos ante una evidencia existencial.


Amedrentados y pusilánimes, corremos el riesgo de anularnos nosotros mismos; por el contrario, podemos hacer gala de esa tensión, testificando con vehemencia del ASOMBRO consiguiente, para personarnos en el evento. Frente a la estúpida reverencia ante un positivismo tan ciego como los demás, el silencio resuena como un anhelo de trascender, el de hacer valer nuestra posición irrenunciable en busca de sentido.


Nos adentramos en ese concepto de la PERPLEJIDAD tan estudiado por Javier Muguerza. Lejos de paralizarnos con un aturdimiento estéril, nos sitúa en plena cumbre de las dudas y las incógnitas, no para inhibirnos de los problemas, sino para mantenerse despiertos ante las múltiples opciones. En dicha actitud radica la posición radical de disponernos a ejercer como auténticos sujetos humanos.

Ante el socorrido silencio de Dios, el Universo apabullante y los desconocimientos frustrantes, clamamos por la urgencia de no acentuar esas soledades; echando mano de cualquier recurso disponible para aportar REVULSIVOS eficaces, para hermosear las relaciones en este mundo, con la alegría y la ironía de sentirnos partícipes, con el pleno compromiso de ennoblecer el tono vital.

Tersura del silencio

Su franqueza no tiene parangón
Rafael Pérez Ortolá
viernes, 15 de diciembre de 2023, 10:14 h (CET)

Precisamente en estos ambientes de tanta fanfarria, crispación y desconsideraciones de toda laña, se echa de menos la posibilidad de algunas alternativas tranquilizadoras. Aunque la misma dinámica de los comportamientos comunitarios no permite la mínima pausa reflexiva; que además, quizá serviría de poco, porque se fueron destruyendo cualquiera de los lazos conceptuales encaminados a una existencia satisfactoria. En ese desierto, donde la algarabía se vació de significado, cobra relevancia la TERSURA del silencio como un fondo que nos coloca de frente ante las sensaciones, abriendo de nuevo los horizontes. Una potente reserva antropológica para percatarnos de la autenticidad existencial, personal y comunitaria.


El mencionado silencio adquiere su verdadera presencia si además del poco ruido nos desprendemos de las numerosas referencias mentales que nos acechan. Nos sitúa en una escena prístina, bien dispuesta para iniciar las excursiones de la razón, desprovistas de la contaminación ambiental; será una de las escasas situaciones propicias para el pensamiento espontáneo del protagonista, quizá la mejor. Siendo conveniente realizar aquí una primera DISTINCIÓN como punto de partida. El silencio como entidad, quién sabe si abstracto o concreta, debido a la serie de posibles contenidos. Los silencios, como resultado de determinadas actuaciones de ciertas personas. El primero augura menos interferencias, aunque su carácter profundo puede llegar a atemorizarnos.


Pronto detectamos efectos gratificantes en estas aproximaciones al recurso del silencio como interlocutor. Notamos cuan fuerte era el peso de las circunstancias contaminantes, era abrumador y su disminución nos transporta a una ligereza progresiva, libres de presiones. Con ese cosquilleo exultante nos encaminamos a idear iniciativas con una FRANQUEZA que ya no recordábamos. Como contrapartida saludable percibimos la desaparición de las trabas previas, que incluso habían pasado desapercibidas. Fueron pergeñadas con un sinfín de artimañas, quizá atribuidas al sistema, pero siempre diseñadas por agentes concretos, con intenciones y sometimientos muy propensos a los encubrimientos.


Decían aquello del uniforme, cuando uno se lo pone ya se siente superior, y ejerce como tal. Hay muchas maneras de adquirir un cierto poder; por conocimientos, dinero, puesto de trabajo, fama, posición social o rango de los cargos desempeñados. Sea por la propia euforia de la posición alcanzada o por la deformación injustificada, estos personajes propenden enseguida al control de las manifestaciones ajenas, acallando expresiones discrepantes y pueden intentar la eliminación funcional o física de quienes les contradicen. Sus prácticas se deslizan por pendientes EXCLUYENTES rebosantes de mal agüero. Desde la observación tranquila detectamos gran número de pendientes con estos estilos preocupantes.


Con razón recordamos la clásica cantinela con su sugerencia: Hay que aprender a leer los silencios; nos descubrirán circunstancias insospechadas. También en lo referente a esa lectura, conviene proceder con tiento; sobre todo, en estos ambientes en los cuales se practican toda serie de maniobras subrepticias. Con esta sinceridad callada, también dejaremos aparte los EUFEMISMOS que distorsionan la realidad. Para no confundir la tolerancia con la abdicación de las buenas razones o la intolerancia con la prepotencia ególatra. Ni la amistad, la sensibilidad, el lenguaje, ni la solidaridad, con los intempestivos suplantadores preconizados por esas cansinas emisiones repetitivas, acompañadas del jolgorio general.


Observar las cosas sin alharacas, desprovistos del fárrago ambiental, es apasionante, no sin cierta sorpresa, percibimos de cuantas realidades habíamos dejado de captar debido al aturdimiento generado. De alguna manera, los diferentes comportamientos están muy relacionados con las actitudes silenciosas. Podemos referirnos al silencio CONDUCTUAL en varios sentidos. Entre el proceder silencioso son probables logros meritorios, pero de igual manera caben los manejos turbios, es una disyuntiva permanente. Ahora bien, sin los ruidos se perciben mejor los desarrollos de las tendencias y se pone de manifiesto la coherencia de las respuestas o la indiferencia degradante de efectos lamentables.


La activación de las expresiones es natural que ejerzan su influencia sobre aquellas personas relacionadas con sus impulsos; en especial, las palabras con todo su articulado gramatical, sin olvidar ni por un momento su limitada eficacia, máxime si sus contenidos son vapuleados y tergiversados. Hemos de añadir la enorme cantidad de tensiones vitales cuya explicación sobrepasa la mera verbalidad; deseos, pensamientos, intenciones, gestos, emociones, exigen otras apreciaciones. El silencio nos sirve de buen complemento para aproximarnos al SENTIDO general de las actuaciones, con la ventaja de la nitidez incontaminada; su comprensión requiere de los sentidos receptivos más insospechados.


El porqué de cuando hablamos o de cuando callamos es un integrante primordial de ese silencio oferente que nos ocupa; se extiende también a una gran parte de las expresiones no verbales. Transitamos por la ignorancia y la timidez, de la pasividad indolente a la perversidad. La balsa reúne al final incontables factores, pueden alterar aquella tersura inicial de carácter neutral atribuida al auténtico silencio. Es evidente la POLISEMIA implicada en dichas reflexiones. Tampoco se libran de esa variedad las interpretaciones que pueda efectuar cada individuo. Los interrogantes nunca se cierran del todo; como consecuencia fatal, hemos de lidiar con la inquietante sospecha estimulante.

Ante la incomprensión y el misterio adheridos a cuanto nos rodea, los hechos y circunstancias que nos acechan desde cualquier ángulo, nadie dispone de las resoluciones definitivas, no ya explicativas, ni tan siquiera descriptivas y fiables. Estamos ante una evidencia existencial.


Amedrentados y pusilánimes, corremos el riesgo de anularnos nosotros mismos; por el contrario, podemos hacer gala de esa tensión, testificando con vehemencia del ASOMBRO consiguiente, para personarnos en el evento. Frente a la estúpida reverencia ante un positivismo tan ciego como los demás, el silencio resuena como un anhelo de trascender, el de hacer valer nuestra posición irrenunciable en busca de sentido.


Nos adentramos en ese concepto de la PERPLEJIDAD tan estudiado por Javier Muguerza. Lejos de paralizarnos con un aturdimiento estéril, nos sitúa en plena cumbre de las dudas y las incógnitas, no para inhibirnos de los problemas, sino para mantenerse despiertos ante las múltiples opciones. En dicha actitud radica la posición radical de disponernos a ejercer como auténticos sujetos humanos.

Ante el socorrido silencio de Dios, el Universo apabullante y los desconocimientos frustrantes, clamamos por la urgencia de no acentuar esas soledades; echando mano de cualquier recurso disponible para aportar REVULSIVOS eficaces, para hermosear las relaciones en este mundo, con la alegría y la ironía de sentirnos partícipes, con el pleno compromiso de ennoblecer el tono vital.

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