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Opinión
Etiquetas | Democracia | Constitución | Mentiras | CGPJ | Amnistía | Traición
Es crucial mantener la integridad y el respeto a la ley para conservar la legitimidad jurídica y moral

No hay pudor

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“La democracia es frágil. Si crees en ella, tienes que estar dispuesto a defenderla”, Sophia Opatska, vicerrectora de la Universidad Católica Ucraniana.


A pesar de los ataques encubiertos que desde hace cinco años viene recibiendo, la Constitución aún resiste y ha logrado cumplir 45 años. Es una de las más jóvenes del mundo occidental, y podría decirse que de las más estables, de no ser por el decidido empeño del presidente del Gobierno en avalar las tesis que indefectiblemente nos conducen a la desmembración del país.


Vivimos en un mundo en constante persecución de doradas ensoñaciones, secularmente prometidas, pero jamás alcanzadas: la paz, la concordia, la justicia y la libertad. La realidad, dominada por las más innobles pasiones humanas, nada tiene que ver con los luminosos y fascinantes anhelos, tan engañosa y reiteradamente prometidos.


Lo cierto es que tras siglos de inestabilidad, confrontaciones y torpes pronunciamientos, la inmensa mayoría de los españoles comenzamos a comprender, que solo remando unidos, podríamos tener la oportunidad de arribar por fin a buen puerto. Eso sucedió hace exactamente 45 años, momento en el que por una abrumadora mayoría, aprobamos la Constitución. Nuestra Constitución. La de todos los españoles sin exclusión alguna. A su amparo, hemos disfrutado del periodo de paz, concordia, justicia y libertad más largo, y de mayor progreso de nuestra historia. El que más se ha acercado a nuestras doradas ensoñaciones.


Sin embargo, no se puede ignorar que existe una gran diferencia entre cómo debería ser el ejercicio del poder, y cómo se desempeña en realidad. De esta evidencia histórica es de la que nace el permanente conflicto existente entre el pueblo y los gobernantes.


Un día aparece en la escena política alguien al que muy pocos conocían. Alguien que de la noche a la mañana acapara la actualidad informativa del país por haber sido sorprendido intentando forzar fraudulentamente el resultado de unas elecciones —naturalmente en su propio beneficio— en el comité federal de su partido.


Este bochornoso hecho debería haber invalidado al personaje para muchas cosas en su vida, y entre ellas, la de pertenecer a una formación política cuyas siglas han representado los ideales de millones de españoles, y a la que en el transcurso de su historia, han dedicado sus vidas muchas personas serias, decentes y honorables que aman a su país.


El lamentable suceso, revela con la mayor claridad que el protagonista del mismo no respeta las normas, y obra solo en función de sus apetencias. Quien no respeta las leyes, no es apto para convivir en sociedad.


Intentar beneficiarse de la alteración fraudulenta de una consulta democrática, revela una falta total de ética y moral; es un acto profundamente deshonesto y antidemocrático. Muestra una absoluta falta de respeto por el espíritu que inspira los principios de la democracia, desprecia la voluntad de los votantes y socaba la integridad del sistema electoral, al poner en cuestión la legitimidad y transparencia de cualquier resultado obtenido de esa manera. Solo una persona con una total falta de integridad y principios éticos, es capaz de tener semejante comportamiento.


¿De qué puede sorprenderse un pueblo, si con posterioridad al intento de fraude electoral, el protagonista, con esos antecedentes, y a pesar de ellos, es capaz de concitar los apoyos necesarios para ser elegido presidente del gobierno de la nación?


Por supuesto que ello pone de manifiesto la existencia de una parte de la sociedad enferma y carente de escrúpulos; una sociedad dividida e inmersa en una confrontación en la que todo vale con tal de conseguir su propósito, con tal de mantenerse en el poder.


No hay pudor por traicionar los principios jurados.


No hay pudor para que lo prometido ayer se incumpla hoy.


No hay pudor por que la palabra dada tenga menos peso que el aliento de un suspiro.


No hay pudor por avivar la llama de la división y la confrontación entre hermanos; entre padres e hijos: entre hombres y mujeres: entre alumnos y maestros; entre trabajadores y empresarios, o entre clases sociales, como nadie lo había hecho desde hace medio siglo.


No hay pudor por ser el Espasa de la mentira, o del cambio de opinión, o ser una veleta a merced de la voluntad de los que quieren destruir el país.


No hay pudor por haber prometido transparencia y devolver opacidad para ocultar acciones de gobierno que jamás podría imaginarse que habrían de suceder.


No hay pudor porque toda la gestión pública sea una gigantesca campaña de propaganda que encubre la ignorancia, la miseria y la esclavitud, bajo el fascinante envoltorio del paraíso.


No hay pudor por promulgar leyes que convierten al reo lo en víctima, y a la víctima en delincuente.


No hay pudor por difundir argumentos evidentemente falsos de los que la realidad le ha obligado posteriormente a retractarse o decir que ha cambiado de opinión.


No hay pudor por mentir descaradamente, ni por sembrar el miedo con la idea de un futuro apocalíptico si la derecha regresa al poder, anunciando su proyecto de erigirse en un muro político para evitarlo, cuando lo que en realidad se quiere ocultar es su proyecto para evitar la futura alternancia de gobierno, y así perpetuarse en el poder, al estilo de las repúblicas bananeras.


No hay pudor por propalar con impunidad estas invenciones, que no son más que una gigantesca campaña de propaganda autoritaria, que trata de cambiar el sistema de valores de los españoles por el sistema de valores autoritarios del líder.


No hay pudor en tratar por todos los medios de eliminar la separación de poderes colocando en los puestos claves de la justicia a quienes no les produce el menor rubor arrastrar su toga por el fango del camino.


No hay pudor en presentar la proposición de ley de una amnistía —que no contempla nuestra Constitución— por un procedimiento de urgencia para eludir los informes de las instituciones competentes. Una proposición de ley contra la que se ha pronunciado masivamente, no solo el mundo de la justicia, si no que ha sido objeto de un clamor generalizado en la sociedad española.


No hay pudor por humillar a un país entero para intentar continuar asido al poder, unas migajas más de tiempo.


No hay pudor que por primera vez en la historia de la democracia española, el CGPJ se muestre en contra de la propuesta del Gobierno, del nombramiento del Fiscal General del Estado.


Solo alguien con intenciones maquiavélicas, carente de toda brújula moral; para quien ningún obstáculo resulta insuperable; sin reparos en sacrificar lo más respetable con tal de alcanzar sus metas; que posea una convicción tan profunda de su propia superioridad, que mueva a erigirse en el compendio de la belleza y la inteligencia; convencido de detentar la verdad absoluta y de ser el redentor merecedor de la admiración y ovación universal; alguien que no tenga el menor pudor porque sus constantes mentiras erosionen cualquier vestigio de credibilidad; alguien tan intolerante ante cualquier atisbo de disidencia, que haga patente una soberbia infinita cuando se cuestiona su ética, su decencia o su vergüenza; alguien que anhele un poder omnipotente que pretenda someter a todos, sin excepción, a sus caprichos y conveniencias, puede ser capaz de situar a un país al borde del abismo.


Llegados a esta situación, ya no cabe engaño, desconocimiento o ignorancia alguna. El camino recorrido, no solo ha situado al sujeto en el punto de no retorno, sino que lo ha sobrepasado al convertirse en el abanderado, no de los enemigos del país que tan bochornosamente preside, si no en el de los países no alineados, Por un poco más de tiempo en el poder, ha saltado todas las barreras para situarse al margen del mundo occidental.


Enfrentarse a un adversario que no respeta ninguna regla y que está dispuesto a cualquier cosa para lograr sus objetivos puede ser un desafío extremadamente difícil. Sin embargo, no hay que caer en el error de jugar la partida en su terreno. Es crucial mantener la integridad y el respeto a la ley para conservar la legitimidad jurídica y moral.


A individuos de esta naturaleza, o la ley acaba con ellos, o ellos acaban con la ley.

No hay pudor

Es crucial mantener la integridad y el respeto a la ley para conservar la legitimidad jurídica y moral
César Valdeolmillos
jueves, 7 de diciembre de 2023, 09:31 h (CET)

“La democracia es frágil. Si crees en ella, tienes que estar dispuesto a defenderla”, Sophia Opatska, vicerrectora de la Universidad Católica Ucraniana.


A pesar de los ataques encubiertos que desde hace cinco años viene recibiendo, la Constitución aún resiste y ha logrado cumplir 45 años. Es una de las más jóvenes del mundo occidental, y podría decirse que de las más estables, de no ser por el decidido empeño del presidente del Gobierno en avalar las tesis que indefectiblemente nos conducen a la desmembración del país.


Vivimos en un mundo en constante persecución de doradas ensoñaciones, secularmente prometidas, pero jamás alcanzadas: la paz, la concordia, la justicia y la libertad. La realidad, dominada por las más innobles pasiones humanas, nada tiene que ver con los luminosos y fascinantes anhelos, tan engañosa y reiteradamente prometidos.


Lo cierto es que tras siglos de inestabilidad, confrontaciones y torpes pronunciamientos, la inmensa mayoría de los españoles comenzamos a comprender, que solo remando unidos, podríamos tener la oportunidad de arribar por fin a buen puerto. Eso sucedió hace exactamente 45 años, momento en el que por una abrumadora mayoría, aprobamos la Constitución. Nuestra Constitución. La de todos los españoles sin exclusión alguna. A su amparo, hemos disfrutado del periodo de paz, concordia, justicia y libertad más largo, y de mayor progreso de nuestra historia. El que más se ha acercado a nuestras doradas ensoñaciones.


Sin embargo, no se puede ignorar que existe una gran diferencia entre cómo debería ser el ejercicio del poder, y cómo se desempeña en realidad. De esta evidencia histórica es de la que nace el permanente conflicto existente entre el pueblo y los gobernantes.


Un día aparece en la escena política alguien al que muy pocos conocían. Alguien que de la noche a la mañana acapara la actualidad informativa del país por haber sido sorprendido intentando forzar fraudulentamente el resultado de unas elecciones —naturalmente en su propio beneficio— en el comité federal de su partido.


Este bochornoso hecho debería haber invalidado al personaje para muchas cosas en su vida, y entre ellas, la de pertenecer a una formación política cuyas siglas han representado los ideales de millones de españoles, y a la que en el transcurso de su historia, han dedicado sus vidas muchas personas serias, decentes y honorables que aman a su país.


El lamentable suceso, revela con la mayor claridad que el protagonista del mismo no respeta las normas, y obra solo en función de sus apetencias. Quien no respeta las leyes, no es apto para convivir en sociedad.


Intentar beneficiarse de la alteración fraudulenta de una consulta democrática, revela una falta total de ética y moral; es un acto profundamente deshonesto y antidemocrático. Muestra una absoluta falta de respeto por el espíritu que inspira los principios de la democracia, desprecia la voluntad de los votantes y socaba la integridad del sistema electoral, al poner en cuestión la legitimidad y transparencia de cualquier resultado obtenido de esa manera. Solo una persona con una total falta de integridad y principios éticos, es capaz de tener semejante comportamiento.


¿De qué puede sorprenderse un pueblo, si con posterioridad al intento de fraude electoral, el protagonista, con esos antecedentes, y a pesar de ellos, es capaz de concitar los apoyos necesarios para ser elegido presidente del gobierno de la nación?


Por supuesto que ello pone de manifiesto la existencia de una parte de la sociedad enferma y carente de escrúpulos; una sociedad dividida e inmersa en una confrontación en la que todo vale con tal de conseguir su propósito, con tal de mantenerse en el poder.


No hay pudor por traicionar los principios jurados.


No hay pudor para que lo prometido ayer se incumpla hoy.


No hay pudor por que la palabra dada tenga menos peso que el aliento de un suspiro.


No hay pudor por avivar la llama de la división y la confrontación entre hermanos; entre padres e hijos: entre hombres y mujeres: entre alumnos y maestros; entre trabajadores y empresarios, o entre clases sociales, como nadie lo había hecho desde hace medio siglo.


No hay pudor por ser el Espasa de la mentira, o del cambio de opinión, o ser una veleta a merced de la voluntad de los que quieren destruir el país.


No hay pudor por haber prometido transparencia y devolver opacidad para ocultar acciones de gobierno que jamás podría imaginarse que habrían de suceder.


No hay pudor porque toda la gestión pública sea una gigantesca campaña de propaganda que encubre la ignorancia, la miseria y la esclavitud, bajo el fascinante envoltorio del paraíso.


No hay pudor por promulgar leyes que convierten al reo lo en víctima, y a la víctima en delincuente.


No hay pudor por difundir argumentos evidentemente falsos de los que la realidad le ha obligado posteriormente a retractarse o decir que ha cambiado de opinión.


No hay pudor por mentir descaradamente, ni por sembrar el miedo con la idea de un futuro apocalíptico si la derecha regresa al poder, anunciando su proyecto de erigirse en un muro político para evitarlo, cuando lo que en realidad se quiere ocultar es su proyecto para evitar la futura alternancia de gobierno, y así perpetuarse en el poder, al estilo de las repúblicas bananeras.


No hay pudor por propalar con impunidad estas invenciones, que no son más que una gigantesca campaña de propaganda autoritaria, que trata de cambiar el sistema de valores de los españoles por el sistema de valores autoritarios del líder.


No hay pudor en tratar por todos los medios de eliminar la separación de poderes colocando en los puestos claves de la justicia a quienes no les produce el menor rubor arrastrar su toga por el fango del camino.


No hay pudor en presentar la proposición de ley de una amnistía —que no contempla nuestra Constitución— por un procedimiento de urgencia para eludir los informes de las instituciones competentes. Una proposición de ley contra la que se ha pronunciado masivamente, no solo el mundo de la justicia, si no que ha sido objeto de un clamor generalizado en la sociedad española.


No hay pudor por humillar a un país entero para intentar continuar asido al poder, unas migajas más de tiempo.


No hay pudor que por primera vez en la historia de la democracia española, el CGPJ se muestre en contra de la propuesta del Gobierno, del nombramiento del Fiscal General del Estado.


Solo alguien con intenciones maquiavélicas, carente de toda brújula moral; para quien ningún obstáculo resulta insuperable; sin reparos en sacrificar lo más respetable con tal de alcanzar sus metas; que posea una convicción tan profunda de su propia superioridad, que mueva a erigirse en el compendio de la belleza y la inteligencia; convencido de detentar la verdad absoluta y de ser el redentor merecedor de la admiración y ovación universal; alguien que no tenga el menor pudor porque sus constantes mentiras erosionen cualquier vestigio de credibilidad; alguien tan intolerante ante cualquier atisbo de disidencia, que haga patente una soberbia infinita cuando se cuestiona su ética, su decencia o su vergüenza; alguien que anhele un poder omnipotente que pretenda someter a todos, sin excepción, a sus caprichos y conveniencias, puede ser capaz de situar a un país al borde del abismo.


Llegados a esta situación, ya no cabe engaño, desconocimiento o ignorancia alguna. El camino recorrido, no solo ha situado al sujeto en el punto de no retorno, sino que lo ha sobrepasado al convertirse en el abanderado, no de los enemigos del país que tan bochornosamente preside, si no en el de los países no alineados, Por un poco más de tiempo en el poder, ha saltado todas las barreras para situarse al margen del mundo occidental.


Enfrentarse a un adversario que no respeta ninguna regla y que está dispuesto a cualquier cosa para lograr sus objetivos puede ser un desafío extremadamente difícil. Sin embargo, no hay que caer en el error de jugar la partida en su terreno. Es crucial mantener la integridad y el respeto a la ley para conservar la legitimidad jurídica y moral.


A individuos de esta naturaleza, o la ley acaba con ellos, o ellos acaban con la ley.

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