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César Valdeolmillos
César Valdeolmillos
Los tribunales sustentan lo que La Moncloa niega: tras la máscara del 'progresismo', se escondía el saqueo metódico. No fue ideología. Fue cleptocracia

La sociedad española respira hoy un aire denso, cargado de indignación y desencanto. La sucesión de escándalos de corrupción que salpican al partido en el Gobierno, el PSOE, y a su propia estructura ejecutiva, investigados por la Guardia Civil, no son solo casos aislados como nos dicen los voceros autorizados. Son síntomas de una patología profunda que corroe la confianza ciudadana.

El Tribunal Constitucional ha abierto la puerta a que cualquier legislador con mayoría simple y sin referéndum reescriba normas constitucionales e invoque luego esa “jurisprudencia” como propio aval

La democracia no es solo el derecho de votar cada cierto tiempo, sino la garantía constante del respeto absoluto a las leyes. Ese respeto resulta imposible sin una separación efectiva de poderes, principio elemental sin el cual toda sociedad democrática corre el riesgo inminente de degenerar en autocracia. Hoy, en España, esa separación está peligrosamente amenazada.

Frente a tantos casos de corrupción, uno no puede evitar preguntarse si en el PSOE no hay ya ni siquiera seis hombres honrados que, movidos por un mínimo de decencia y vergüenza, sean capaces de decir ¡Basta!

Dice el refrán: “Cuando el río suena, agua lleva”. Si el agua discurre libre y juguetona por su cauce, produce un sosegado murmullo que se convierte en una armoniosa melodía. Pero cuando aparece la sed de lo que ya no puede contenerse, la furia del agua desatada no es sonido: es rugido, un grito ancestral que los diques temen escuchar. ¿No hay nadie que escuche ese rugido en las entrañas del PSOE?

El cónclave no es solo una elección. Es una llamada a leer los signos de los tiempos

La sede de Pedro yace vacante y el mundo contiene el aliento. Mientras los medios y las redes sociales calculan votos y afinidades, y las cámaras enfocan la chimenea de la Capilla Sixtina —donde Miguel Ángel dejó su visión de la grandeza y la fragilidad humana—, los cardenales se recogen para dar continuidad a un rito que, mirando al futuro, encuentra sus raíces en la solemnidad del pasado.

La historia humana es, en parte, la lucha entre quienes buscan entender el mundo y quienes pretenden reinventarlo a su antojo. Galileo fue condenado por decir que la Tierra giraba alrededor del Sol. Los alquimistas medievales persiguieron convertir plomo en oro ignorando las propiedades de los elementos. Hoy, en pleno siglo XXI, repetimos el mismo error: creer que las ideologías pueden reescribir las leyes de la física. El resultado es el mismo: el caos.

La política exterior del PSOE ha dejado a España expuesta, aislada y debilitada, en un momento en el que Europa despierta al rearme y Estados Unidos exige que asuma su propia defensa. Decisiones guiadas por una ambición personal de poder han comprometido nuestra soberanía y seguridad.

En las últimas décadas, hemos asistido a una grotesca mutación ideológica, alimentada por la degradación de la educación y la imposición de realidades ficticias mediante campañas propagandísticas descomunales. La extinción del pensamiento crítico y el arrinconamiento de la cultura del esfuerzo han abierto las puertas del poder a una fauna de dirigentes mediocres, reflejo nítido de una sociedad en decadencia.

Hay un día al año en el que los enamorados visten de gala al universo y las estrellas se convierten en cómplices de un ritual secreto: la fiesta del amor, en la que San Valentín es el alquimista de la orgía de la seducción. La fiesta del amor es el puente necesario que permite a los enamorados cruzar de la orilla de la rutina a la de la ternura y la sorpresa.

Con una inmensa dosis de ingenuidad, yo diría que incluso de candor, decía una ancianita que: "¡Hay que ver con el PP! Votar que 'No' a la subida de las pensiones". Por supuesto, ella no sabía argumentar la razón de tal decisión. Solo sabía que el PP había votado que 'No' a la subida de las pensiones. Eso es lo que queda. La simplificación de una retórica manipulada, retorcida, inducida, destinada a perpetuar la etiqueta de que el PP es muy malo.

Para un niño, la noche de Reyes es un momento único. En ella, su pequeño universo contiene el aliento, esperando a que ocurra algo extraordinario. Es la noche en que las estrellas parpadean como si anunciaran la llegada de un mundo maravilloso, solo existente en su fantasía. Los susurros del viento traen secretos de lugares lejanos, y los niños, con los ojos brillando como luciérnagas, sienten que el mundo se llena de magia. 


Una vez más, cuando suenen las doce campanadas, se repetirá el gran prodigio: el eterno ciclo de la transición, en el que todo ha de morir para volver a vivir. Lentamente, agotado por el peso de sus días, 2024 camina hacia el final de su viaje. Tras de sí arrastra el abrumador fardo en el que hemos ido depositando nuestras alegrías e ilusiones, nuestros desencantos, frustraciones y fracasos, nuestros pequeños retazos de felicidad y los afilados puñales que se clavaron en el alma.

La frase pronunciada por Pedro Sánchez, "Voy a aguantar tres años y los que vienen después", dejó claro el objetivo de alguien cuyo proyecto es mantenerse en el poder por un largo tiempo indefinido. Desde sus primeros pasos en el PSOE, ha demostrado una capacidad insólita para maniobrar en los escenarios más complejos y controvertidos, sin que el coste político o ético parezca detenerlo, y mucho menos importarle.

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