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Opinión
Etiquetas | Cristianismo | Tierra Santa | PALESTINA | ISRAEL | Conflicto palestino-israelí
Parece que la discusión y las guerras sean solución, pero a largo plazo es la educación de las consciencias la que permite un modo de comprensión de amor

Cristianos en Tierra Santa, los grandes perjudicados

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Las personas más perjudicadas por el conflicto de Tierra Santa son los cristianos, que van siendo cada vez menos, por la inestabilidad. Los cristianos en Palestina lo están pasando muy mal, porque no son judíos y musulmanes los que luchan por una tierra, sino que la comunidad cristiana “hasta la fundación del Estado de Israel en 1948, representaba un alto porcentaje de la población en Palestina y era mayoría en muchas ciudades que ahora son predominantemente musulmanas”, asegura Kassis. 


A finales del siglo XIX el 24% de la población era cristiana, y después de la independencia de Israel en 1948 hubo 750.000 refugiados palestinos (de los cuales, 150.000 eran cristianos). Peor fue en 1967 con la ocupación de Israel, de Gaza y Cisjordania con el ahogo económico que sufrieron de manera que los cristianos en Palestina e Israel son ahora un 1,48%. Ramala o Jerusalén tenían un 80% de cristianos a principios del siglo XX, y ahora son un 5%. En Belén, por ejemplo, se pasó del 90% al 30% actual. Parece que hay ahora 200.000 cristianos en Palestina e Israel: 50.000 habitan en territorio palestino (3.000 de ellos en Gaza) y 150.000 en Israel. En Jerusalén quedan solo 9.000 cristianos: 219.000 son musulmanes y 464.000, judíos.

   

En esas comunidades cristianas han sufrido muchas escisiones a nivel ritual, forman tradiciones distintas: la Iglesia Griega Ortodoxa que proviene de la Bizantina; la Iglesia Católica con seis ritos diferentes, el latino y los orientales: alejandrina (iglesias copta y etiópica); antioquena (iglesias siro-malankar, maronita y siria); iglesia armenia; iglesias caldea y siro-malabar; y bizantina o constantinopolitana: iglesia grecomelquita, árabe, rito católico mayoritario.

   

Según estudios, un 70% se han ido de Tierra Santa por motivos económicos, un 26% por inestabilidad e inseguridad política. Cuenta el sacerdote Firas Aridah, en Ramala: “Llegué con toda mi ilusión, pero desde el minuto uno mi misión se convirtió en una lucha constante para defender a los habitantes y a mí mismo de las continuas confiscaciones de tierras que hacía el ejército israelí”.


Sobrevivir en Jerusalén es también difícil. Antes había una parte árabe y una judía, pero en los últimos decenios es agobiante la presión judía, según Yusef Daher, director del Centro Inter-Iglesias de Jerusalén: al convertirla en la capital del Estado de Israel, “los jerosolimitanos árabes están expuestos permanentemente a demoliciones de casas, expulsiones y a todo tipo de restricciones”. Es muy difícil vivir en la ciudad si no eres judío, por esa manipulación que ahoga la libertad de vivienda.


Jacub Dahdal cuenta como le demolieron la casa por procedimientos falsos (el anterior propietario edificó pisos de más altura de lo permitido, y eso les justificó para derruir todo el edificio), a Kress, uno de sus hijos, le han confiscado la nacionalidad israelí, tiene ahora un visado de trabajo para extranjeros que renueva cada año: “Residí ocho años en Estados Unidos y, cuando volví, me pararon en el aeropuerto y me dijeron que era bienvenido como turista, pero que ya no tenía la nacionalidad local”, no entiende por qué lo consideran ciudadano extranjero “cuando yo nací en esta ciudad, y máxime cuando todos los judíos del mundo tienen derecho instantáneo a la nacionalidad israelí en el momento en que así lo desean”. El Centro Inter-Iglesias de Jerusalén prevé que si sigue este ritmo de confiscación de identidad jerosolimitana a árabes, la comunidad cristiana en la ciudad podría reducirse a la mitad dentro de siete años.


En 2009, las iglesias palestinas presentaron el documento El momento de la verdad (Kilmetuna, Nuestra Palabra, en árabe), en el que decían: “Tras 60 años de inestabilidad, nuestros refugiados siguen desposeídos y sin derecho al retorno, y los habitantes de esta tierra no han encontrado la calma en ningún momento”, dice Kassis, uno de los redactores. Hablan del “momento de verdad” para invitar a todas las iglesias del mundo que les apoyen “y tomar un papel más activo para reforzar la justicia y dar a la gente los derechos que le pertenecen”. Lo hicieron a semejanza del documento Kairos, de las iglesias en Sudáfrica durante el Apartheid. La analogía me parece muy correcta pues es un nuevo estado de segregación y discriminación, que pasa oculto como si el problema fuera de terroristas islámicos con respeto a Israel. En realidad, hay también injusticias contra todos los derechos humanos, que es la posesión unilateral de casas, tierras y derechos de ciudadanía, echando a los legítimos propietarios de esos bienes.

   

Parece que los judíos no han oído la regla ética básica universal, desde extremo oriente a occidente: “No hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti”. Los judíos han sufrido la diáspora, la expulsión de territorios, y si siguen ese ciclo injusto ahora con esa actuación, de algún modo están propiciando que sigue esa rueda de animadversión hacia ellos. El mensaje de Jesús es de amor, y evitar la ley del talión, pero esa resistencia pacífica no quita que el tiempo ponga las cosas en su sitio, y que con la no violencia se consiga esa justicia a la que están faltando los judíos. La opresión nunca es solución, y precisamente las mejores armas no son la violencia sino la acción pacífica.

   

Las negociaciones políticas no han funcionado, pues EEUU depende de los intereses del lobbie judío. La resistencia violenta tampoco sirve pues es una carrera de armamento que solo está alimentando la industria de guerra en el mundo. El camino del amor hacia ese pueblo israelí intransigente, es el mejor desde todos los puntos de vista: así, dicen los representantes cristianos, “sus pretextos desaparecerán. Mediante la resistencia no violenta debemos hacer entender al corazón del opresor lo que está haciendo”.

   

Parte de esa resistencia es el boicot de todos los productos o servicios israelíes que colaboren con la ocupación de los territorios palestinos. “Con ello no buscamos venganza, sino justicia: las leyes internacionales dicen que los terceros países no deben apoyar ni con acuerdos ni con sus acciones una situación ilegal, como es el caso de los asentamientos. Lo que pedimos es que la comunidad internacional se comporte con Israel como con cualquier otro estado y que lo sancione cuando no cumpla la ley”. Y añade: “Vivimos en paz con los judíos antes de las guerras y podemos volver a hacerlo; por eso, aceptamos de buen grado a los judíos como conciudadanos o vecinos, pero no como ocupantes”.

   

Sabemos que no todos los judíos piensan así, sino ese dominante, por ejemplo el rabino Brian Walt apoya al documento: “Yo soy judío y es muy duro para mí ver cómo mi cultura, tan profunda y rica, se ha transformado en muros, checkpoints y ocupación. Por eso quiero ofreceros la posibilidad de trabajar juntos cristianos, judíos y musulmanes, y creo que la humanidad que impregna este documento es un punto de partida idóneo para eso”.

   

El hecho de que el horror del Holocausto sea un argumento bueno y loable para que Israel tenga un Estado, no justifica que sea excusa para otro crimen contra la humanidad: Israel es un país amigo, pero la comunidad internacional tiene que decirle sus errores, como lo hacenlos amigos. Las comunidades de distintas religiones van moviéndose en establecer ese diálogo, pero podría extenderse a la comunidad civil, de un modo pacífico.

   

Es verdad que los atentados no ayudan a ese diálogo porque lo desenfocan, pero los palestinos no quieren terroristas. Es la opresión, discriminación, injusticia de estar en una cárcel a cielo abierto, la que hace que los extremistas encuentren el campo abonado para manipular los sentimientos de la gente y de hacerles creer que la violencia es la única salida [1].

   

Parece que la discusión y las guerras sean solución, pero a largo plazo es la educación de las consciencias la que permite un modo de comprensión de amor, un contexto más amplio de pensamiento, un nivel de consciencia más elevado, que haga realidad ese cambio social. Como el ejemplo de Jesús: la sal en la comida, no se ve pero es indispensable para dar el buen gusto, así conviene que seamos “sal de la tierra, luz del mundo” [2].



[1]Para leer completo el documento “El Momento de la Verdad”: www.kairospalestine.ps


[2]Me ha gustado un artículo sobre el tema: https://nuestrotiempo.unav.edu/es/grandes-temas/arabe-por-etnia-cristiano-por-religion-y-tierra-santa-por-casa

Cristianos en Tierra Santa, los grandes perjudicados

Parece que la discusión y las guerras sean solución, pero a largo plazo es la educación de las consciencias la que permite un modo de comprensión de amor
Llucià Pou Sabaté
jueves, 16 de noviembre de 2023, 08:59 h (CET)

Las personas más perjudicadas por el conflicto de Tierra Santa son los cristianos, que van siendo cada vez menos, por la inestabilidad. Los cristianos en Palestina lo están pasando muy mal, porque no son judíos y musulmanes los que luchan por una tierra, sino que la comunidad cristiana “hasta la fundación del Estado de Israel en 1948, representaba un alto porcentaje de la población en Palestina y era mayoría en muchas ciudades que ahora son predominantemente musulmanas”, asegura Kassis. 


A finales del siglo XIX el 24% de la población era cristiana, y después de la independencia de Israel en 1948 hubo 750.000 refugiados palestinos (de los cuales, 150.000 eran cristianos). Peor fue en 1967 con la ocupación de Israel, de Gaza y Cisjordania con el ahogo económico que sufrieron de manera que los cristianos en Palestina e Israel son ahora un 1,48%. Ramala o Jerusalén tenían un 80% de cristianos a principios del siglo XX, y ahora son un 5%. En Belén, por ejemplo, se pasó del 90% al 30% actual. Parece que hay ahora 200.000 cristianos en Palestina e Israel: 50.000 habitan en territorio palestino (3.000 de ellos en Gaza) y 150.000 en Israel. En Jerusalén quedan solo 9.000 cristianos: 219.000 son musulmanes y 464.000, judíos.

   

En esas comunidades cristianas han sufrido muchas escisiones a nivel ritual, forman tradiciones distintas: la Iglesia Griega Ortodoxa que proviene de la Bizantina; la Iglesia Católica con seis ritos diferentes, el latino y los orientales: alejandrina (iglesias copta y etiópica); antioquena (iglesias siro-malankar, maronita y siria); iglesia armenia; iglesias caldea y siro-malabar; y bizantina o constantinopolitana: iglesia grecomelquita, árabe, rito católico mayoritario.

   

Según estudios, un 70% se han ido de Tierra Santa por motivos económicos, un 26% por inestabilidad e inseguridad política. Cuenta el sacerdote Firas Aridah, en Ramala: “Llegué con toda mi ilusión, pero desde el minuto uno mi misión se convirtió en una lucha constante para defender a los habitantes y a mí mismo de las continuas confiscaciones de tierras que hacía el ejército israelí”.


Sobrevivir en Jerusalén es también difícil. Antes había una parte árabe y una judía, pero en los últimos decenios es agobiante la presión judía, según Yusef Daher, director del Centro Inter-Iglesias de Jerusalén: al convertirla en la capital del Estado de Israel, “los jerosolimitanos árabes están expuestos permanentemente a demoliciones de casas, expulsiones y a todo tipo de restricciones”. Es muy difícil vivir en la ciudad si no eres judío, por esa manipulación que ahoga la libertad de vivienda.


Jacub Dahdal cuenta como le demolieron la casa por procedimientos falsos (el anterior propietario edificó pisos de más altura de lo permitido, y eso les justificó para derruir todo el edificio), a Kress, uno de sus hijos, le han confiscado la nacionalidad israelí, tiene ahora un visado de trabajo para extranjeros que renueva cada año: “Residí ocho años en Estados Unidos y, cuando volví, me pararon en el aeropuerto y me dijeron que era bienvenido como turista, pero que ya no tenía la nacionalidad local”, no entiende por qué lo consideran ciudadano extranjero “cuando yo nací en esta ciudad, y máxime cuando todos los judíos del mundo tienen derecho instantáneo a la nacionalidad israelí en el momento en que así lo desean”. El Centro Inter-Iglesias de Jerusalén prevé que si sigue este ritmo de confiscación de identidad jerosolimitana a árabes, la comunidad cristiana en la ciudad podría reducirse a la mitad dentro de siete años.


En 2009, las iglesias palestinas presentaron el documento El momento de la verdad (Kilmetuna, Nuestra Palabra, en árabe), en el que decían: “Tras 60 años de inestabilidad, nuestros refugiados siguen desposeídos y sin derecho al retorno, y los habitantes de esta tierra no han encontrado la calma en ningún momento”, dice Kassis, uno de los redactores. Hablan del “momento de verdad” para invitar a todas las iglesias del mundo que les apoyen “y tomar un papel más activo para reforzar la justicia y dar a la gente los derechos que le pertenecen”. Lo hicieron a semejanza del documento Kairos, de las iglesias en Sudáfrica durante el Apartheid. La analogía me parece muy correcta pues es un nuevo estado de segregación y discriminación, que pasa oculto como si el problema fuera de terroristas islámicos con respeto a Israel. En realidad, hay también injusticias contra todos los derechos humanos, que es la posesión unilateral de casas, tierras y derechos de ciudadanía, echando a los legítimos propietarios de esos bienes.

   

Parece que los judíos no han oído la regla ética básica universal, desde extremo oriente a occidente: “No hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti”. Los judíos han sufrido la diáspora, la expulsión de territorios, y si siguen ese ciclo injusto ahora con esa actuación, de algún modo están propiciando que sigue esa rueda de animadversión hacia ellos. El mensaje de Jesús es de amor, y evitar la ley del talión, pero esa resistencia pacífica no quita que el tiempo ponga las cosas en su sitio, y que con la no violencia se consiga esa justicia a la que están faltando los judíos. La opresión nunca es solución, y precisamente las mejores armas no son la violencia sino la acción pacífica.

   

Las negociaciones políticas no han funcionado, pues EEUU depende de los intereses del lobbie judío. La resistencia violenta tampoco sirve pues es una carrera de armamento que solo está alimentando la industria de guerra en el mundo. El camino del amor hacia ese pueblo israelí intransigente, es el mejor desde todos los puntos de vista: así, dicen los representantes cristianos, “sus pretextos desaparecerán. Mediante la resistencia no violenta debemos hacer entender al corazón del opresor lo que está haciendo”.

   

Parte de esa resistencia es el boicot de todos los productos o servicios israelíes que colaboren con la ocupación de los territorios palestinos. “Con ello no buscamos venganza, sino justicia: las leyes internacionales dicen que los terceros países no deben apoyar ni con acuerdos ni con sus acciones una situación ilegal, como es el caso de los asentamientos. Lo que pedimos es que la comunidad internacional se comporte con Israel como con cualquier otro estado y que lo sancione cuando no cumpla la ley”. Y añade: “Vivimos en paz con los judíos antes de las guerras y podemos volver a hacerlo; por eso, aceptamos de buen grado a los judíos como conciudadanos o vecinos, pero no como ocupantes”.

   

Sabemos que no todos los judíos piensan así, sino ese dominante, por ejemplo el rabino Brian Walt apoya al documento: “Yo soy judío y es muy duro para mí ver cómo mi cultura, tan profunda y rica, se ha transformado en muros, checkpoints y ocupación. Por eso quiero ofreceros la posibilidad de trabajar juntos cristianos, judíos y musulmanes, y creo que la humanidad que impregna este documento es un punto de partida idóneo para eso”.

   

El hecho de que el horror del Holocausto sea un argumento bueno y loable para que Israel tenga un Estado, no justifica que sea excusa para otro crimen contra la humanidad: Israel es un país amigo, pero la comunidad internacional tiene que decirle sus errores, como lo hacenlos amigos. Las comunidades de distintas religiones van moviéndose en establecer ese diálogo, pero podría extenderse a la comunidad civil, de un modo pacífico.

   

Es verdad que los atentados no ayudan a ese diálogo porque lo desenfocan, pero los palestinos no quieren terroristas. Es la opresión, discriminación, injusticia de estar en una cárcel a cielo abierto, la que hace que los extremistas encuentren el campo abonado para manipular los sentimientos de la gente y de hacerles creer que la violencia es la única salida [1].

   

Parece que la discusión y las guerras sean solución, pero a largo plazo es la educación de las consciencias la que permite un modo de comprensión de amor, un contexto más amplio de pensamiento, un nivel de consciencia más elevado, que haga realidad ese cambio social. Como el ejemplo de Jesús: la sal en la comida, no se ve pero es indispensable para dar el buen gusto, así conviene que seamos “sal de la tierra, luz del mundo” [2].



[1]Para leer completo el documento “El Momento de la Verdad”: www.kairospalestine.ps


[2]Me ha gustado un artículo sobre el tema: https://nuestrotiempo.unav.edu/es/grandes-temas/arabe-por-etnia-cristiano-por-religion-y-tierra-santa-por-casa

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