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Cuando todos queríamos ser suecas: el primer destape en España

Una crónica de verano, deseo y transformación cultural en el tardofranquismo
Maylene Cotto Andino
miércoles, 6 de agosto de 2025, 10:26 h (CET)

Corrían los años sesenta y España se asomaba tímidamente al mundo tras décadas de aislamiento. El turismo emergía como una tabla de salvación económica y, sin quererlo del todo, como un caballo de Troya cultural. Fue entonces cuando miles de turistas del norte de Europa, especialmente de Suecia, Dinamarca y Alemania, comenzaron a llenar las playas mediterráneas, aportando divisas, costumbres, consideradas en aquel momento muy extrañas, y una estética rubia que descolocó a la moral oficial. En medio de un país todavía encorsetado por la censura, los discursos interminables de Franco y el catolicismo, aquellas suecas, no todas rubias de bote, en bikini —y a veces haciendo topless— se convirtieron en el símbolo de un cambio que ya no podía ni debía detenerse. En aquellos veranos, España, fue testigo de una transformación silenciosa pero profunda. En las playas, los turistas extranjeros, traían consigo costumbres, lenguas, modas... y cuerpos. Especialmente cuerpos femeninos que rompían con siglos de represión católica y cultural.


Y de todas las visitantes, las suecas —símbolo genérico de la mujer escandinava— se convirtieron en mito nacional, fetiche veraniego, objeto de deseo, y detonante del primer destape, no en la pantalla, sino en la arena. Destape que se traducía en cientos de millones de pesetas al año. Nunca un bikini ni un topless valieron tanto. Se dice que “España descubrió el sol gracias a las suecas, y las suecas descubrieron el Mediterráneo sin sujetador”. Este “choque cultural”, en apariencia ligero, tuvo consecuencias duraderas en la sociedad española, pero sobretodo en nosotras las mujeres que desde aquel momento comenzamos a amar nuestros cuerpos.


2. “Del España es diferente” al “Todos queremos ser suecos”


El lema turístico “Spain is different” —acuñado oficialmente por la Secretaría de Turismo en 1960 bajo la dirección de Manuel Fraga Iribarne— no sólo buscaba atraer visitantes, sino construir una imagen exótica y seductora del país. El llamado Plan de Estabilización de 1959 abrió la economía española al turismo masivo. En apenas una década, España pasó de recibir 4 millones de turistas en 1960 a más de 21 millones en 1973 (INE, 1974). Las playas del Levante, Baleares y la Costa del Sol se llenaron de visitantes deseosos de sol, mar y precios bajos. Pero lo que realmente capturó la retina popular no fueron las cifras macroeconómicas, sino la llegada de unas mujeres y hombres escandinavas/os que parecían venir de otro planeta. En ese contexto, las playas se convirtieron en escaparates no sólo de paisajes, sino de cuerpos femeninos y masculinos que transpiraban aires de libertad.


España ofrecía sol, paella y libertad sexual —pero solo para los turistas. Para los españoles, observar a las suecas haciendo topless era casi un deporte nacional, y en muchas ocasiones, una escuela de educación sentimental. Como afirmó el historiador Julián Casanova, “el turismo trajo más que divisas: trajo un deseo de modernidad que ni el régimen ni la Iglesia podían controlar” (Casanova, 2007). La “sueca” —como categoría cultural— pronto dejó de ser simplemente una nacionalidad para convertirse en un ideal. Alta, rubia, libre, y dispuesta a tomar el sol sin la parte superior del bikini, encarnaba un fetiche colectivo en una sociedad marcada por la represión sexual. Era, un espejo donde las españolas miraban lo que querían ser, pero aún no se atrevían.


3. El topless como revolución estética (y política)


Las playas se convirtieron en escenarios políticos del cuerpo, donde el topless espontáneo de las suecas era interpretado por las autoridades como un acto subversivo. Pero la represión encontraba su límite en el negocio: los ingresos turísticos representaban más del 8% del PIB en 1970 (Banco de España, 1971), y perseguir a las turistas podía tener consecuencias económicas muy adversas en una España en la que más de la mitad de las familias que podían acudir de veraneo, previo ahorro de todo un año, cultivaban la cultura del “tapper”.


4. Las suecas como espejo y mito


En la cultura popular, la “sueca” encarnaba una libertad corporal y mental que desafiaba el supuesto modelo femenino nacional: sumiso, devoto, maternal. La sueca no iba a misa, no sabía lo que era un rosario, no se ponía mantilla ni para casarse, bebía cerveza, conducía su coche, elegía pareja y bailaba twist, todo lo que el régimen temía y lo que la juventud española deseaba. Esta representación fue tan poderosa que el adjetivo “sueca” pasó a designar cualquier mujer extranjera de aspecto nórdico, sin importar la nacionalidad. Por lo tanto, el régimen se enfrentó al dilema de abrirse al mundo sin contaminarse de él. Así, mientras se fomentaba el turismo, se mantenían leyes de censura. La Ley de Peligrosidad Social (1970) seguía considerando delito el escándalo público, pero cada verano, para los extranjeros, la aplicación de la tan temida ley, que envió a tantos españoles al calabozo, se relajaba.


5. La huella del mito: entre la nostalgia y la explotación comercial


Décadas después, el mito de las suecas sigue presente en el imaginario popular porque nos remiten a ese pasado de playas y de principio de libertad. Sin embargo, las suecas reales se fueron hace tiempo. Suecia y otros países del norte dejaron de ser los principales emisores turísticos, sustituidos por británicos, alemanes, rusos, norteamericanos y asiáticos. Pero su huella es indeleble. Solo basta ver películas de Paco Martínez Soria para recordar o simplemente sentarte ante el televisor y ver las primeras temporadas de la serie “cuéntame cómo pasó”. Mi frase “todos queríamos ser suecas” no es una broma, sino una confesión: en el fondo, todos queríamos lo que representaban. Esa libertad de cuerpo y mente, de goce sin culpa, de presente sin miedo.


Lo que las suecas nos enseñaron


Tal vez el mayor legado de aquellos veranos sea la sensación de posibilidad. De que otra vida, otra España, era imaginable y posible. Como escribió Manuel Vázquez Montalbán, “las suecas no eran rubias, eran luces. Eran la forma en que deseábamos brillar” (Montalbán, Crónica Sentimental de España, 1980). A través del sol, la arena y las miradas furtivas, el país comenzó a desvestirse no solo de ropa, sino de miedos, aunque pasarían casi dos décadas para dejarlo atrás. El verdadero destape no fue del cuerpo, sino del deseo. Un deseo de libertad que, como las suecas al sol, ya nadie pudo detener. El título de este artículo no es mera provocación. Durante aquellos veranos dorados, muchos españoles soñaron con ser tan libres como esas suecas. Se imitaban sus modas, se intentaba aprender palabras básicas de sueco, y los chiringuitos ofrecían “smörgåsbord” de mentira. En cierto modo, el primer destape no fue solo físico, sino mental: un abrir los ojos a que había otros mundos posibles, y que España no podía seguir siendo un parque temático donde la censura campaba a sus anchas.


Hoy, en una España que acoge más turistas que nunca y donde la libertad personal es un derecho garantizado, es importante recordar que aquella “invasión” de suecas no fue solo un episodio pintoresco, sino una señal temprana de que el cambio era y fue inevitable. Las playas eran nuestro futuro; y en él, todos queríamos ser rubios y libres.

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