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La brutalidad del hombre con los animales ha alcanzado una dimensión hasta ahora desconocida

Los mansos poseerán la Tierra

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Todas las grandes religiones del mundo parten de la base de que una y otra vez han habido hombres iluminados y profetas, a quienes les es posible la comunicación con el mundo espiritual. Uno de los grandes entre ellos fue Isaías, quien ya hace 2700 años mostró a la humanidad la perspectiva de un desarrollo que va mucho más allá de lo que nos ha traído la civilización actual. Él habló de un Reino de Paz, hacia el que algún día se pondría en marcha la humanidad: «Forjarán de sus espadas azadones, y de sus lanzas podaderas...» «Serán vecinos el lobo y el cordero, y el leopardo se echará con el cabrito, el novillo y el cachorro pacerán juntos, y un niño pequeño los conducirá. La vaca y la osa pacerán, juntas acostarán sus crías, el león, como los bueyes, comerá paja. Hurgará el niño de pecho en el agujero del áspid, y en la hura de la víbora el recién destetado meterá la mano.» (Isaías, 11,6-8)

700 años después Jesús de Nazaret pasó por esta Tierra y habló del Reino de Dios que estaba cerca. Él no se refirió a un reino externo, sino a una transformación interna gracias al cumplimiento del mandamiento del amor a Dios y al prójimo. Los primeros cristianos vivían en este convencimiento, hasta que a comienzos del siglo V el influyente maestro de la Iglesia San Agustín proclamó que el anhelado reino de Dios ya había tomado forma en la figura de la Iglesia. El resultado de haber ignorado de forma tan burda la enseñanza del Nazareno lo ha vivido y sufrido la humanidad en los últimos 2000 años.

La brutalidad del hombre con los animales ha alcanzado una dimensión hasta ahora desconocida; millones de vacunos, gallinas y cerdos llevan una desconsoladora existencia en oscuros establos de crianza en masa; millones de monos, perros, gatos y ratones son maltratados hasta que mueren en laboratorios de experimentación; millones de animales que viven en libertad son víctimas de una caza encarnizada.

En ésta época en que el ser humano muestra una gran dureza de corazón ante las plantas y los animales, ante la Tierra en su conjunto, Dios, el Espíritu eterno, nos envió nuevamente un gran profeta: una mujer con el nombre de Gabriele. El Espíritu de Dios dio a conocer a través de ella que la humanidad está llegando al extremo de su conducta negativa, y que las consecuencias de su falso comportamiento vienen de regreso con cada vez más rapidez. El hombre ha perdido el dominio sobre la Tierra, la que había sido puesta a su cuidado. Sólo cuando vuelvan a habitar la Tierra seres humanos pacíficos en un sentido espiritual-cósmico, el Creador se la devolverá a los hombres, así como Jesús, el Cristo, lo anunció en el Sermón de la Montaña: «Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán la Tierra.»

Los mansos poseerán la Tierra

La brutalidad del hombre con los animales ha alcanzado una dimensión hasta ahora desconocida
Vida Universal
martes, 31 de mayo de 2016, 00:40 h (CET)
Todas las grandes religiones del mundo parten de la base de que una y otra vez han habido hombres iluminados y profetas, a quienes les es posible la comunicación con el mundo espiritual. Uno de los grandes entre ellos fue Isaías, quien ya hace 2700 años mostró a la humanidad la perspectiva de un desarrollo que va mucho más allá de lo que nos ha traído la civilización actual. Él habló de un Reino de Paz, hacia el que algún día se pondría en marcha la humanidad: «Forjarán de sus espadas azadones, y de sus lanzas podaderas...» «Serán vecinos el lobo y el cordero, y el leopardo se echará con el cabrito, el novillo y el cachorro pacerán juntos, y un niño pequeño los conducirá. La vaca y la osa pacerán, juntas acostarán sus crías, el león, como los bueyes, comerá paja. Hurgará el niño de pecho en el agujero del áspid, y en la hura de la víbora el recién destetado meterá la mano.» (Isaías, 11,6-8)

700 años después Jesús de Nazaret pasó por esta Tierra y habló del Reino de Dios que estaba cerca. Él no se refirió a un reino externo, sino a una transformación interna gracias al cumplimiento del mandamiento del amor a Dios y al prójimo. Los primeros cristianos vivían en este convencimiento, hasta que a comienzos del siglo V el influyente maestro de la Iglesia San Agustín proclamó que el anhelado reino de Dios ya había tomado forma en la figura de la Iglesia. El resultado de haber ignorado de forma tan burda la enseñanza del Nazareno lo ha vivido y sufrido la humanidad en los últimos 2000 años.

La brutalidad del hombre con los animales ha alcanzado una dimensión hasta ahora desconocida; millones de vacunos, gallinas y cerdos llevan una desconsoladora existencia en oscuros establos de crianza en masa; millones de monos, perros, gatos y ratones son maltratados hasta que mueren en laboratorios de experimentación; millones de animales que viven en libertad son víctimas de una caza encarnizada.

En ésta época en que el ser humano muestra una gran dureza de corazón ante las plantas y los animales, ante la Tierra en su conjunto, Dios, el Espíritu eterno, nos envió nuevamente un gran profeta: una mujer con el nombre de Gabriele. El Espíritu de Dios dio a conocer a través de ella que la humanidad está llegando al extremo de su conducta negativa, y que las consecuencias de su falso comportamiento vienen de regreso con cada vez más rapidez. El hombre ha perdido el dominio sobre la Tierra, la que había sido puesta a su cuidado. Sólo cuando vuelvan a habitar la Tierra seres humanos pacíficos en un sentido espiritual-cósmico, el Creador se la devolverá a los hombres, así como Jesús, el Cristo, lo anunció en el Sermón de la Montaña: «Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán la Tierra.»

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