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Tanto la Biblia, como la ética pagana y cristiana dan a los sentimientos un lugar importante en los momentos de consolar

El consuelo de los demás ante una pérdida

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En las culturas de Grecia y Roma antiguas se daba el consuelo ante una pérdida con argumentos, cartas y tratados sobre la muerte que se unían a elogios sobre el difunto, poniendo la razón como consoladora, pero incluso estoicos como Séneca hablaban del “afecto de los familiares como principal fuente de consolación”. Tanto la Biblia, como la ética pagana y cristiana dan a los sentimientos un lugar importante en esos momentos de consolar. La vía estoica de Cicerón, de que los sentimientos y emociones son desórdenes del alma, están superadas con la realidad psicológica de que todo lo humano es bueno, si bien tiene que educarse como todo en la vida. Ante la muerte de un ser querido sirve la compañía afectuosa, más que los discursos.


Quien está pasando por una pérdida necesita consoladores, no simple consuelo (Juan Bautista Torelló); es decir, no solo requiere “solatio” (solaz, alivio, pensar cosas bonitas) sino “consolatio” (alivio-comunión, alguien que le abrace), como dice el salmo 63: “el dolor me rompe el corazón, estoy desesperado. Busco un consolador y no lo hallo”, por eso quien sufre no busca sermones ni palabras, sino que el que está sumido en la tristeza lo que necesita es la compañía y abnegación del amigo, la dimensión femenina (que todos tenemos) de llorar juntos: “bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados” (Mt 5,5), y el que no tiene quien está a su lado le pasa aquello de “he llorado mucho por la noche, porque mi consolador está lejos de mí” (Jer 1,16).


No todos los amigos saben hacerlo, como aquellos a los que Job tuvo que decir: “sois todos unos consoladores pelmazos” (Job 16,2). Tampoco ayuda ir con las frases hechas. Decir “es el destino, lo que tenía que pasar”, ni aporta nada ni pienso que sea verdad, pues me recuerda el fatum de la visión griega que anula la libertad.


“No llores, has de ser fuerte” es otra frase desafortunada, porque el duelo expresa amor, y negarlo es una represión inútil o sería signo de no tener sentimientos. Otras frases no son tan malas, pero pueden decirse en momentos no apropiados: “el tiempo todo lo cura”, pues si es cierto que “según se asienta la tierra, se asientan los corazones”, pero a veces se cronifica la herida infectada… será el tiempo más que un factor terapéutico un requisito para que los medios terapéuticos surjan efecto: el desahogo, la compañía, reflexión, cultivo del recuerdo y lucha en continuar… Una chica, cuando le decían “¡qué joven eres, reharás tu vida!” a la muerte de su novio, anotó en su diario: “me parece que deberían callarse en lugar de decir cosas sin pensar”.


En resumen, algunas formas de consuelo tienen una buena base, y otras son desafortunadas. Así, decir a una madre con un hijo de síndrome de Down que se le muere: “era mejor así, ya no tienes que dedicarte a él exclusivamente como hacías…” es desafortunado, pues ella le quería con toda el alma y el hijo estaba lleno de amor. Y así otras muchas frases hechas, hay que ver si son oportunas y si no, callar: “Dios aprieta pero no ahoga”, “no hay mal que cien años dure”, “después de la tempestad viene la calma”… para que no parezcamos Sancho Panza soltando refranes “a tontas y a locas”.


“¡Lo único que sé de mí es que sufro…!”, dice el alma desconsolada. DunsScoto evocaba la desolación humana en aquel “la persona es la última soledad” que quiere ser escuchada, solicita respuesta. Y esta respuesta viene con el cariño, la ternura, la empatía.


Lo mejor es estar a su lado, o a disposición de lo que necesite. Los abrazos siempre consuelan: el abrazo puede dar vida, expresa comunión, recoge la fragilidad del otro y da fortaleza, sostiene en la debilidad e inseguridad y hace salir de la soledad al mostrar cercanía, y hace sentirse comprendido, ¡vivo! No un abrazo de compromiso. Cuando san Camilo de Lelis decía a los cuidadores de enfermos “más corazón en las manos, hermanos” hablaba de ese contacto que expresa amor, generosidad. 

El consuelo de los demás ante una pérdida

Tanto la Biblia, como la ética pagana y cristiana dan a los sentimientos un lugar importante en los momentos de consolar
Llucià Pou Sabaté
martes, 17 de octubre de 2023, 09:26 h (CET)

En las culturas de Grecia y Roma antiguas se daba el consuelo ante una pérdida con argumentos, cartas y tratados sobre la muerte que se unían a elogios sobre el difunto, poniendo la razón como consoladora, pero incluso estoicos como Séneca hablaban del “afecto de los familiares como principal fuente de consolación”. Tanto la Biblia, como la ética pagana y cristiana dan a los sentimientos un lugar importante en esos momentos de consolar. La vía estoica de Cicerón, de que los sentimientos y emociones son desórdenes del alma, están superadas con la realidad psicológica de que todo lo humano es bueno, si bien tiene que educarse como todo en la vida. Ante la muerte de un ser querido sirve la compañía afectuosa, más que los discursos.


Quien está pasando por una pérdida necesita consoladores, no simple consuelo (Juan Bautista Torelló); es decir, no solo requiere “solatio” (solaz, alivio, pensar cosas bonitas) sino “consolatio” (alivio-comunión, alguien que le abrace), como dice el salmo 63: “el dolor me rompe el corazón, estoy desesperado. Busco un consolador y no lo hallo”, por eso quien sufre no busca sermones ni palabras, sino que el que está sumido en la tristeza lo que necesita es la compañía y abnegación del amigo, la dimensión femenina (que todos tenemos) de llorar juntos: “bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados” (Mt 5,5), y el que no tiene quien está a su lado le pasa aquello de “he llorado mucho por la noche, porque mi consolador está lejos de mí” (Jer 1,16).


No todos los amigos saben hacerlo, como aquellos a los que Job tuvo que decir: “sois todos unos consoladores pelmazos” (Job 16,2). Tampoco ayuda ir con las frases hechas. Decir “es el destino, lo que tenía que pasar”, ni aporta nada ni pienso que sea verdad, pues me recuerda el fatum de la visión griega que anula la libertad.


“No llores, has de ser fuerte” es otra frase desafortunada, porque el duelo expresa amor, y negarlo es una represión inútil o sería signo de no tener sentimientos. Otras frases no son tan malas, pero pueden decirse en momentos no apropiados: “el tiempo todo lo cura”, pues si es cierto que “según se asienta la tierra, se asientan los corazones”, pero a veces se cronifica la herida infectada… será el tiempo más que un factor terapéutico un requisito para que los medios terapéuticos surjan efecto: el desahogo, la compañía, reflexión, cultivo del recuerdo y lucha en continuar… Una chica, cuando le decían “¡qué joven eres, reharás tu vida!” a la muerte de su novio, anotó en su diario: “me parece que deberían callarse en lugar de decir cosas sin pensar”.


En resumen, algunas formas de consuelo tienen una buena base, y otras son desafortunadas. Así, decir a una madre con un hijo de síndrome de Down que se le muere: “era mejor así, ya no tienes que dedicarte a él exclusivamente como hacías…” es desafortunado, pues ella le quería con toda el alma y el hijo estaba lleno de amor. Y así otras muchas frases hechas, hay que ver si son oportunas y si no, callar: “Dios aprieta pero no ahoga”, “no hay mal que cien años dure”, “después de la tempestad viene la calma”… para que no parezcamos Sancho Panza soltando refranes “a tontas y a locas”.


“¡Lo único que sé de mí es que sufro…!”, dice el alma desconsolada. DunsScoto evocaba la desolación humana en aquel “la persona es la última soledad” que quiere ser escuchada, solicita respuesta. Y esta respuesta viene con el cariño, la ternura, la empatía.


Lo mejor es estar a su lado, o a disposición de lo que necesite. Los abrazos siempre consuelan: el abrazo puede dar vida, expresa comunión, recoge la fragilidad del otro y da fortaleza, sostiene en la debilidad e inseguridad y hace salir de la soledad al mostrar cercanía, y hace sentirse comprendido, ¡vivo! No un abrazo de compromiso. Cuando san Camilo de Lelis decía a los cuidadores de enfermos “más corazón en las manos, hermanos” hablaba de ese contacto que expresa amor, generosidad. 

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