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​Las mascotas no son hijos

El grave problema que se presenta en nuestra sociedad es la cultura de la “sustitución” del amor paternal o maternal
Jorge Hernández Mollar
sábado, 7 de octubre de 2023, 14:29 h (CET)

Recientemente ha entrado en vigor la Ley de Bienestar Animal, made in Podemos, donde como viene siendo habitual en la “técnica” legislativa que utilizan, - la Ley del sí es sí es su máximo exponente-, la ortografía, la construcción gramatical y el sentido de las palabras reflejan el desconocimiento intelectual que les caracteriza y la obsesiva ideologización que imprimen a toda su acción política.


No es baladí que de las 48 veces que la palabra “derechos” aparece en el texto, en 36 ocasiones lo haga acompañado de “animales” y que en dos ocasiones haga referencias a la “dignidad” de estos, así como a la necesidad de preservarlos de “situaciones de humillación” como reza en el Preámbulo de la Ley.


Como seres vivos creados por Dios merecen todo cuidado y atención, pero siempre sin perder de vista que aun teniendo muchas cosas que nos unen, pues somos también animales, nos separa un abismo de singularidades como la racionalidad, la libertad o la propia dignidad que como “personas” nos es exigible. Mientras no aparezca un loro o un perro en una de esas tertulias tan entretenidas exigiendo sus “derechos”, sería conveniente recordar que la “dignidad” es patrimonio exclusivo del ser humano, lo que no excluye que los “seres sintientes” con los que debemos convivir respetuosa y pacíficamente, deban ser objeto de protección por el Derecho.


Me llena de alegría, por ejemplo, cuando mi teckel Kanel siente mi presencia, se pone zalamero e incluso manifiesta su enfado si no atiendo a su demanda de un hueso o una galleta, pero eso no es suficiente para convertirlo en titular de derechos. Solo el hombre puede tener plena capacidad jurídica y de obrar y por lo tanto es responsable de sus acciones mientras que los animales que carecen de consciencia y entendimiento quedan inhabilitados para exigirles esa responsabilidad.


Sentadas estas elementales bases jurídicas y éticas sobre la diferencia entre un ser humano y un ser animal, el grave problema que se presenta en nuestra sociedad es la cultura de la “sustitución” del amor paternal o maternal de un hijo por el que se presta a las mascotas. Según datos que ofrece el BBVA, la industria de la alimentación para el cuidado de las mascotas se espera que alcance los 350.000 millones de dólares en el 2027, mientras que según el Banco Mundial 333 millones de niños y niñas sobreviven con menos de 2,15 dólares al día en todo el planeta.


Esto explica la proliferación de supermercados, cementerios, guarderías, peluquerías para perros y gatos e incluso la dramática paradoja donde a los clientes les resulta chocante que en algunos locales o negocios. se admitan niños pero no perros. M. A. Wallace en su polémico artículo “Las mascotas no son hijos; deja de llamarlas así”, sugiere a quien tiene una mascota que le dé todos los mimos y atenciones inimaginables. “Pero recuerda: nada de esto hará de tí un padre o una madre. Para llamarte así necesitas tener hijos”

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La autoestima es necesaria, claro está, pero, aparte de lo anterior, cuando el ego está puntillosamente exacerbado surgen los conflictos, esos conflictos que nacen del inconsciente personal o colectivo, donde el ego hierve profundamente. Por todo ello, es importante comprender que, en la medida en que los seres humanos seamos algo más tolerantes y dialogantes, y nuestro talante cambie, la convivencia en la sociedad puede y debe mejorar.

El matrimonio, pilar natural de la familia y garantía de estabilidad social, en estos últimos tiempos se ve sustituido por relaciones inestables, rupturas y un creciente individualismo. Estos hechos están produciendo la caída de la natalidad, sin duda ligada a la falta de matrimonios estables, cosa que se está convirtiendo en un drama silencioso que amenaza el futuro de España y de gran parte del mundo occidental.


Una vez más, nos sorprenden alguna persona, tanto en los telediarios de cualquier signo, inclusive en los periódicos, donde personajes, también de cualquier signo, resoplando exabruptos que me dejan paralizado sin saber lo que hacer. O, echarlo a los tiburones y que se pelee con ellos o que, de cualquier manera, tirarlo a la cuneta del tren, eso sí, cuando esté parado en medio del campo.

 
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