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No es posible la marcha atrás una vez abierta la caja de Pandora; como no fue viable huir de las revoluciones industriales, ni de internet

IA

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Inteligencia artificial: se trata de un sintagma en boga, aunque no se advierte unanimidad respecto a su denominación en lo que se refiere al núcleo sustantivo del mismo. Es el caso de Erik J. Larson (1), para quien “desde Alan Turing, los entusiastas de la inteligencia artificial han caído en el profundo error de equipararla con la inteligencia humana. Pero la IA trabaja con el razonamiento inductivo, procesando conjuntos de datos para predecir resultados, mientras que los humanos no correlacionamos conjuntos de datos: hacemos conjeturas a partir de la información del contexto y de la experiencia. No tenemos ni idea de cómo programar este tipo de razonamiento basado en la intuición, conocido como razonamiento abductivo”. Añade: “No sería inteligencia el término ni debemos esperar que piense por nosotros, pero sí que nos ayude”.


Hasta aquí la cuestión semántica, pero el asunto acarrea otras dimensiones de singular calado. No hace mucho que, en New York Times, se publicaba que “Directivos de OpenAI, Google DeepMind, Anthropic y otros laboratorios de inteligencia artificial advierten que los sistemas del futuro podrían ser tan mortíferos como las pandemias y las armas nucleares”. Catastrofismo de algunos de los implicados en su creación e impulso, frente al escepticismo de otros, como el citado Larson.


Resulta, por otra parte, chocante que el alarmismo caiga en este caso del lado de los promotores del artilugio, frente a los sectores habitualmente conspiranoicos que  parecen ahora inclinarse por considerar a la IA como herramienta benéfica, no se sabe bien si para contrariar a los otros o por convencimiento respecto a estos robots dialógicos y digitales, a los que consideran, los defensores de esta segunda postura,  una ayuda que se ha ido de las manos de sus creadores frente a su idea inicial de utilizar sus algoritmos para controlarnos al resto, sin sospechar que devendrían en amigables apoyos para todos los demás. Vamos, que es un lío. En realidad, probado más o menos el invento, no se nos antoja apocalíptico, más allá de posibles actitudes luditas, por aquello de que  podría afectar a cierta porción de los empleos (igual no tantos, visto el funcionamiento). De ahí lo inquietante de la noticia.


Sea como sea, no es posible la marcha atrás una vez abierta la caja de Pandora; no fue viable huir de las revoluciones industriales, ni de internet, y solo se evitan los males tecnológicos marchando hacia adelante para eludir las secuelas negativas del progreso con más progreso.  Encerrarse en la concha, retroceder e  ignorar las novedades, no es alternativa, aunque no deje de ser preocupante, desde distintos puntos de vista,  la reseña del New York Times transcrita más arriba.


(1) El mito de la inteligencia artificial. Shackleton Books. Barcelona, 2022.

IA

No es posible la marcha atrás una vez abierta la caja de Pandora; como no fue viable huir de las revoluciones industriales, ni de internet
Juan Antonio Freije Gayo
viernes, 9 de junio de 2023, 10:57 h (CET)

Inteligencia artificial: se trata de un sintagma en boga, aunque no se advierte unanimidad respecto a su denominación en lo que se refiere al núcleo sustantivo del mismo. Es el caso de Erik J. Larson (1), para quien “desde Alan Turing, los entusiastas de la inteligencia artificial han caído en el profundo error de equipararla con la inteligencia humana. Pero la IA trabaja con el razonamiento inductivo, procesando conjuntos de datos para predecir resultados, mientras que los humanos no correlacionamos conjuntos de datos: hacemos conjeturas a partir de la información del contexto y de la experiencia. No tenemos ni idea de cómo programar este tipo de razonamiento basado en la intuición, conocido como razonamiento abductivo”. Añade: “No sería inteligencia el término ni debemos esperar que piense por nosotros, pero sí que nos ayude”.


Hasta aquí la cuestión semántica, pero el asunto acarrea otras dimensiones de singular calado. No hace mucho que, en New York Times, se publicaba que “Directivos de OpenAI, Google DeepMind, Anthropic y otros laboratorios de inteligencia artificial advierten que los sistemas del futuro podrían ser tan mortíferos como las pandemias y las armas nucleares”. Catastrofismo de algunos de los implicados en su creación e impulso, frente al escepticismo de otros, como el citado Larson.


Resulta, por otra parte, chocante que el alarmismo caiga en este caso del lado de los promotores del artilugio, frente a los sectores habitualmente conspiranoicos que  parecen ahora inclinarse por considerar a la IA como herramienta benéfica, no se sabe bien si para contrariar a los otros o por convencimiento respecto a estos robots dialógicos y digitales, a los que consideran, los defensores de esta segunda postura,  una ayuda que se ha ido de las manos de sus creadores frente a su idea inicial de utilizar sus algoritmos para controlarnos al resto, sin sospechar que devendrían en amigables apoyos para todos los demás. Vamos, que es un lío. En realidad, probado más o menos el invento, no se nos antoja apocalíptico, más allá de posibles actitudes luditas, por aquello de que  podría afectar a cierta porción de los empleos (igual no tantos, visto el funcionamiento). De ahí lo inquietante de la noticia.


Sea como sea, no es posible la marcha atrás una vez abierta la caja de Pandora; no fue viable huir de las revoluciones industriales, ni de internet, y solo se evitan los males tecnológicos marchando hacia adelante para eludir las secuelas negativas del progreso con más progreso.  Encerrarse en la concha, retroceder e  ignorar las novedades, no es alternativa, aunque no deje de ser preocupante, desde distintos puntos de vista,  la reseña del New York Times transcrita más arriba.


(1) El mito de la inteligencia artificial. Shackleton Books. Barcelona, 2022.

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