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​El sauce y la pregunta

Finjo no ver que la muerte me quiere vivo y no muerto (Lêdo Ivo)
Melissa Nungaray
martes, 18 de abril de 2023, 10:20 h (CET)

Para poema2


Hemos creado un imperio de respuestas bajo un castillo de arena. La complicidad está en el aire, las palomas en sus arrullos y zureos vuelan en la interrogación. El poema que escribimos se borra, nos mira con devoción en las cenizas de un volcán oculto en la palabra.


Ausentes de mirada, entramos. La escena se repite, la humedad golpea la madera. Ya no hay vasos por llenar ni voces que nos escuchen. El silencio inminente recrea nuestra sangre amurallada, la tinta que respira en los montes. Reverdece el camino en la siembra de nubes.


Las sombras estallaron justo a tiempo, el reloj aún bombea en éxtasis. Las ruedas avanzan en el hilar de las raíces. Crece con el viento, es casi un huracán que sueña.


Una gota cae y el océano entre nosotras es una pintura que sucumbe al recuerdo. En cada pincelada, las ninfas revelan el alma de las letras. El jarrón está lleno y las flores que alguna vez miramos están intactas.


La escena se repite, estamos solas. La vereda se parte en dos en las manos del rayo, el cielo es un bosque eterno. Las manecillas en la plena oscuridad de las galaxias escriben las estrellas.


Hemos regresado al mismo lugar que bombea ciudades y ríos. En las grietas de una hoja el sol se descubre ojo, las plantas crecen. El camino se abre en el olvido de sí, en la música que la vida esconde, aquí, dónde te escucho, allá, donde no estás, allí, donde te encuentro.


Para Laura Zúñiga Orta

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El lingüista lleva toda una vida dedicada al estudio de la lengua y, quizá a causa de eso o como consecuencia de eso, no tiene pareja. Desde el punto de vista teórico, conoce todos los entresijos de las palabras, de las oraciones, de los sintagmas…, pero, a la hora de llevarlo a la práctica, es incapaz de sentarse delante de una mujer y demostrarle todo lo que siente.

Era una casa sencilla, sin muchos lujos o detalles exóticos. La parte que da a la calle era una pared cascada, corroída por el tiempo, dentro de ella la situación era distinta, debido al decorado-ubicación-de los escritorios, libros, pinturas que mostraba en las paredes de la sala del escritor y pintor.

El vuelo de mi atardecer, de la poeta uruguaya Gaby Saltorio (n. 1960), no es solo una colección de poemas, es un mapa de emociones que tejen la geografía humana: amor que quema, ausencia que desgarra, esperanza que ilumina incluso en la noche más oscura. Gaby no escribe desde la distancia, sino desde las entrañas de lo vivido. Cada palabra es un latido, cada verso, una confesión que resuena en el eco de tu propia historia. 

 
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