La Celestina nos plantea también, entre sus temas, el de la actuación de los padres en la formación de los hijos, y quizás nos recuerda realidades más cercanas que las que muestra la comedia moratiniana, vista en anteriores entregas. Así, nos preguntamos, ¿tuvo que ver en el fin trágico de la historia de Calisto y Melibea la educación que recibió esta última por parte de sus padres? Como respuesta a esta pregunta, con cierta inconsciencia, Pleberio, su progenitor, al final de la obra parece querer reprochar todos los males de lo sucedido al amor, un amor perverso y prohibido. Momentos antes, en su lastimosa queja, alude también a que sus esfuerzos estaban dedicados siempre a acrecentar la riqueza para su hija, sin referirse en ningún momento a la educación como modo de ascenso social, sino a lo material como única posibilidad de prosperidad.
La reflexión que conlleva esta forma de pensar me lleva a recordar momentos que nos hacen ver que la educación de los hijos es un tema que requiere de múltiples enfoques, ninguno absoluto ni definitivo. Decimos esto al pensar en alguna de las reuniones a las que he asistido ejerciendo mi profesión de inspector de educación, en donde queda patente la falta de atención de los padres hacia sus hijos, el hecho no es evidente y patente solo en familias con pocos recursos o en situaciones de carencias materiales y educacionales, sino también en otras de mayor poder adquisitivo.
A veces la desatención se produce, igualmente, entre gente con posibles que, dadas sus ocupaciones por su alto nivel profesional, abandonan a sus hijos con rutinaria costumbre, carencia que solucionan dejándoles una cantidad de dinero para pizzas y demás necesidades o contingencias que se le puedan presentar al vástago en cuestión. Tal vez Pleberio también estaba más preocupado por aumentar la herencia para su hija Melibea que en conocer sus verdaderas necesidades y deseos y en controlar las malas influencias provenientes de falsas vendedoras y alcahuetas, capaces incluso de hacer uso de la brujería, si hiciera falta, para conseguir sus propósitos. En un repaso del argumento de la tragicomedia, tal vez pudiéramos pensar que la desgracia comienza en el momento en que Alisa, la madre de Melibea, aún a sabiendas de quien es Celestina, la deja entrar en casa y le permite estar a solas con su hija. Aprovecha entonces la alcahueta para enumerarle a la doncella cada uno de los males de la vejez, con el fin último de convencerla de que ha de aprovecharse de los deleites que proporciona la juventud, y así conseguir su propósito, esto es, convencerla de que admita los amores de Calisto. La fuerza persuasiva de Celestina parece recordarnos a la que pretende la publicidad en nuestros días y a la que nuestros jóvenes, como todos nosotros, estamos expuestos. Haciendo uso de la información subliminal, la alcahueta intenta llevar a su presa hasta el lugar que le interesa, como si de una experta en técnicas de venta se tratara. Es por ese trabajo, realizado con habilidad por la anciana, por lo que recibe esta una cadena como pago de sus servicios. Es este hecho, además de la ligereza de los padres en el cuidado de una hija casadera, como hemos dicho antes, uno de los elementos que dan modernidad a la obra. El ansia de beneficio material por el trabajo realizado separa a estos personajes del siervo medieval y lo que los lleva a la muerte también. La codicia, que termina con la vida de Celestina primero, y de Pármeno y Sempronio, criados de Calisto, después, será el elemento desencadenante del final trágico de la obra. La muerte de los tres protagonistas desencadenará la venganza de Areúsa, la enamorada de Pármeno, y con ello las muertes de los amantes protagonistas. Entretanto, y ajenos a la desgracia, los padres de Melibea planean el casamiento de la hija según los cuales cuatro elementos han de contemplarse en el casamiento: 1) discreción, honestidad y virginidad; 2) hermosura; 3) origen y parentela; y 4) riqueza. Tan solo algunos de los ingredientes de la primera tanda aluden a aspectos internos de la persona, cultivados o moldeados con una educación adecuada. Y no solo eso, sino que la ingenuidad domina la mente de unos progenitores que aún creen en la inocencia de su hija.
Como estamos viendo a través de los artículos hasta ahora publicados sobre el tema, tanto la literatura como la vida misma nos muestran que las actitudes extremas en la educación familiar de los más jóvenes conllevan al fracaso, con mayor o menor dramatismo. Si en El sí de las niñas el desatino se ataja con el sentido de la lógica que aporta la razón, en La casa de Bernarda Alba y en La Celestina se desencadena la desgracia, bien por la aplicación de una moral estricta e hipócrita en la primera, bien por, tal vez, la excesiva permisividad e inconsciencia de unos padres que no detectan el peligro y fundan castillos en el aire para su hija. La experiencia de la vida diaria y, en concreto, la que aporta la profesión docente nos da a conocer también distintas posturas educacionales. Desde la represora, que no se ocupa de educar, sino de castigar sin más las incorrecciones de los hijos a los que se dejan dominar por unos hijos avasalladores, pasando por la más usual hoy en día, cual es la de defender a los hijos a ultranza y negar cualquier argumento que vaya en contra de ellos, por muy patente que sea la falta o inapropiada la conducta de los infantes. Y en toda esta concepción educativa que hoy nos invade entran en acción conceptos como el de la autoridad, del que ya hemos hablado; el de igualdad, que confunde los roles que cada uno de nosotros desempeñamos en la sociedad; el de la tolerancia, que hace pensar en que todo se puede negociar, cuando en ocasiones eso no debería ser así; el de la obediencia, tan denostado por cuanto que se identifica con el sometimiento y la represión; el de los derechos, que parece estar por encima del de los deberes; o, en fin, el de la libertad, vocablo sagrado con el cual parece que se puede justificar todo.
|