Hace justamente un mes se cumplieron diez años del cónclave que los días 12 y 13 de marzo convirtió a Jorge Mario Bergoglio en el Papa Francisco. Un obispo de Roma llegado “casi del final del mundo”, que se presentó ante la Plaza de San Pedro con un simple “Buenas tardes”, mostrando un estilo cercano que el mundo iba pronto a descubrir. La internacionalización de la Santa Sede, iniciada décadas antes, culminaba con la elección de un papa latinoamericano, que desde los mismos inicios se marcaba la evangelización como hoja de ruta de pontificado.
Desde hacía tiempo, el Sucesor de Pedro había dejado de ser una figura venerable pero lejana para, a través de los viajes y de los medios de comunicación, convertirse en un actor clave de la misión. Una de las peticiones que recibió Francisco de los cardenales que lo eligieron fue rodearse de un grupo de consejeros de los distintos continentes para fortalecer esa perspectiva universal, es decir, católica, en el gobierno de la Iglesia. Así fue como se instituyó el Consejo de Cardenales, que acaba de renovar el Papa incorporando a dos españoles: el cardenal Vérgez, presidente de la Gobernación del Estado de la Ciudad del Vaticano, y el arzobispo de Barcelona, cardenal Juan José Omella.