Como paradójico es que, si bien hay ingenieros sociales detrás de esta ley, la Ley Trans quiero decir, también haya gente de buena voluntad que la recibe entusiasmada convencida del mismo espíritu inclusivo que ha llevado a revisar adjetivos en los libros de Dahl: que nadie se sienta despreciado ni diferente.
Pues bien. Tanto entre los ideólogos manipuladores como entre los ingenuos de buena voluntad que les votan, abunda la inmadurez. Porque la madurez tiene que ver con aceptar la realidad y, la inmadurez, con crearte un mundo paralelo si no te gusta. La Ley Trans es esto último.
La felicidad está en la realidad o no está. Y la realidad es lo que Dios ha creado. Y la imaginación o la capacidad artística son maravillosas cuando te llevan a descubrirla. Da igual que sea a través de mundos fantásticos, fábulas, hadas, ogros o elfos. Si se trata de una utopía, una novela realista o un cuento naturalista. Lo fundamental es que revele la vida, que no es políticamente correcta, sino dramática, y, sobre todo, lo que hay en el corazón del hombre, capaz de trascender cualquier drama.
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