La Cruz de Cristo seguirá levantada en los cruces de caminos, en las cumbres de las montañas, en los senderos que transitan los hombres, hasta el final de la historia sobre la tierra. La Cruz da sentido a la historia; es más, sin la Cruz, la historia de los hombres no tiene ningún sentido. En la Cruz, Cristo nos sigue anunciando que ha redimido el pecado, sigue invitándonos a mirarle, a contemplarle, a adorarle, para que, pidiendo perdón de nuestros pecados y arrepentidos, podamos llegar a descubrir el Amor de Dios.
¿Qué mueve el corazón de los hombres que mandan y disponen derribar las Cruces? ¿Qué mueve la mente de unos hombres que incluso pagan para que otros derriben una Cruz?
Quizá una mirada ligera puede tratar de descubrir un motivo muy superficial: el recuerdo de una situación política, social, económica, etc., por no decir una experiencia muy personal, que relacione la presencia de la Cruz con una injusticia cometida, un abuso de poder, o algún gesto semejante, engendrador de odio y de deseos de venganza. Hay más.
Quienes han levantado esas Cruces lo han hecho con la conciencia clara de que en la Cruz había un Crucificado. Jesucristo, Dios y hombre verdadero. Y al alzarlas sobre la tierra, sobre las rocas de nuestros caminos, han elevado la mirada al Cielo abierto en el corazón del Crucificado al recibir la lanzada del soldado romano. Y han rezado; pidiendo perdón de sus pecados, y pidiendo al Crucificado que les ayudase a resucitar con Él. La Cruz, lo sabían bien, es el lugar de la muerte, de la muerte vencida y derrotada, el lugar de la Resurrección.
El derribo de las Cruces es, en cierto modo, una señal de que esos hombres que las derriban quieren desvincularse de su relación con el Crucificado. Quizá alguno confiese que es ateo, pero seguramente ni él mismo cree lo que dice. A un ateo, la Cruz no tendría que decirle nada. Si Dios no existe, pensaría, la Cruz es un madero cualquier, dos palos cruzados a una cierta altura, un símbolo de nada. Y la nada no tiene ninguna fuerza para disturbar el espíritu del hombre. ¿Por qué, entonces, derribarla? Me parece importante considerar estos durante los días de cuaresma que estamos viviendo.
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