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La historia nos enseña que el desarrollo de una nación está estrechamente vinculado a los principios que rigen en la personalidad de los políticos dirigentes

¡Mueran los imbéciles!

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La crisis que prevalece en el mundo contemporáneo requiere el liderazgo de los Estadistas. Estadistas del tipo con la perspicacia de un estadista como lo fue Charles De Gaulle, quien tenía un carácter en el que se reflejaba algunas veces el humorismo sardónico típicamente francés. Una vez durante su presidencia, un ayudante trataba de desenredar el lío que constituye el sistema telefónico parisiense. Frustrado, abandono la lucha y colgó bruscamente el auricular exclamando:

---¡Mueran los imbéciles!


De Gaulle, que había entrado en la estancia sin que su ayudante se diera cuenta expresó:

---Que programa tan ambicioso, amigo mío...”.


La historia nos enseña que el desarrollo de una nación está estrechamente vinculado al carácter y a los principios que rigen en la personalidad de los políticos dirigentes. El Santo Papa Juan Pablo II, en sus enseñanzas bíblicas nos indicó el perfil a prevalecer en la actuación del político: “debe estar regida por la integridad moral y el comportamiento contra la injusticia”.


Otros, a propósito de nuestras crisis contemporáneas ante la continua y reiteración periódica de caudillos enfermos por el poder. Otros han indicado que nuestros líderes políticos congénitamente carecen de principios éticos y morales, lo que redunda en el sistema democrático y económico que practicamos y ejercemos por estar sustentado en toda clase de vanidades y tentaciones malignas, que desemboca por naturaleza en la corrupción del sistema que generalmente impera. En los políticos así, sobresalen los empresarios de carácter transnacionales que los apañan amoralmente al mal ejercicio de la cosa pública, ante la complacencia de los beneficios económicos recibidos.


Al contrario de lo anterior, yo comparto el criterio que los pasos de los grandes líderes, son como truenos que hacen retumbar la historia. Me refiero a esos que habiendo conocido las sismas de la vida pública, cuando están en la cima, las alturas no los marea ni los perturba la cúspide.


Cierto es que mientras al político no le asista un amor desde el fondo de su corazón hacia su Patria como virtud innata, politiquero podrá ser, más nunca ser Estadista. Lo otro a saber, es que los grandes hombres no necesariamente son hombres buenos.


Los grandes líderes son esos que cambian el curso de la historia, elevando el arte del Estadista a un plano moral. La dirección política es una forma especial de arte que requiere a la vez fuerza y visión en grado extraordinario, haciendo las cosas adecuadamente. De ahí como decía Charles De Gaulle, que el líder para trazar el camino apropiado “necesita inteligencia e instinto, y para persuadir a la gente que avance por ese camino, necesita autoridad”.


De Gaulle, fue símbolo del político que prevaleció como Estadista; el mismo que no deseaba el poder por lo que este pudiere hacer en su favor, sino por lo que él pudiera hacer con el poder en favor de su gran Francia.


De manera silenciosa rescató y reafirmó la grandeza de la gran Francia y en concordancia que el silencio es la virtud suprema de los fuertes, siempre tuvo presente que: “Nada realza más la autoridad que el silencio”.

¡Mueran los imbéciles!

La historia nos enseña que el desarrollo de una nación está estrechamente vinculado a los principios que rigen en la personalidad de los políticos dirigentes
Hugo J. Vélez Astacio
lunes, 13 de febrero de 2023, 08:56 h (CET)

La crisis que prevalece en el mundo contemporáneo requiere el liderazgo de los Estadistas. Estadistas del tipo con la perspicacia de un estadista como lo fue Charles De Gaulle, quien tenía un carácter en el que se reflejaba algunas veces el humorismo sardónico típicamente francés. Una vez durante su presidencia, un ayudante trataba de desenredar el lío que constituye el sistema telefónico parisiense. Frustrado, abandono la lucha y colgó bruscamente el auricular exclamando:

---¡Mueran los imbéciles!


De Gaulle, que había entrado en la estancia sin que su ayudante se diera cuenta expresó:

---Que programa tan ambicioso, amigo mío...”.


La historia nos enseña que el desarrollo de una nación está estrechamente vinculado al carácter y a los principios que rigen en la personalidad de los políticos dirigentes. El Santo Papa Juan Pablo II, en sus enseñanzas bíblicas nos indicó el perfil a prevalecer en la actuación del político: “debe estar regida por la integridad moral y el comportamiento contra la injusticia”.


Otros, a propósito de nuestras crisis contemporáneas ante la continua y reiteración periódica de caudillos enfermos por el poder. Otros han indicado que nuestros líderes políticos congénitamente carecen de principios éticos y morales, lo que redunda en el sistema democrático y económico que practicamos y ejercemos por estar sustentado en toda clase de vanidades y tentaciones malignas, que desemboca por naturaleza en la corrupción del sistema que generalmente impera. En los políticos así, sobresalen los empresarios de carácter transnacionales que los apañan amoralmente al mal ejercicio de la cosa pública, ante la complacencia de los beneficios económicos recibidos.


Al contrario de lo anterior, yo comparto el criterio que los pasos de los grandes líderes, son como truenos que hacen retumbar la historia. Me refiero a esos que habiendo conocido las sismas de la vida pública, cuando están en la cima, las alturas no los marea ni los perturba la cúspide.


Cierto es que mientras al político no le asista un amor desde el fondo de su corazón hacia su Patria como virtud innata, politiquero podrá ser, más nunca ser Estadista. Lo otro a saber, es que los grandes hombres no necesariamente son hombres buenos.


Los grandes líderes son esos que cambian el curso de la historia, elevando el arte del Estadista a un plano moral. La dirección política es una forma especial de arte que requiere a la vez fuerza y visión en grado extraordinario, haciendo las cosas adecuadamente. De ahí como decía Charles De Gaulle, que el líder para trazar el camino apropiado “necesita inteligencia e instinto, y para persuadir a la gente que avance por ese camino, necesita autoridad”.


De Gaulle, fue símbolo del político que prevaleció como Estadista; el mismo que no deseaba el poder por lo que este pudiere hacer en su favor, sino por lo que él pudiera hacer con el poder en favor de su gran Francia.


De manera silenciosa rescató y reafirmó la grandeza de la gran Francia y en concordancia que el silencio es la virtud suprema de los fuertes, siempre tuvo presente que: “Nada realza más la autoridad que el silencio”.

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