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“La cuestión antropológica es hoy el centro de la cuestión social”. En esta frase se resume el núcleo del documento “El Dios fiel mantiene su alianza”, presentado por la Conferencia Episcopal Española (CEE) como invitación a un gran diálogo social sobre los retos actuales y como reflexión dirigida a la comunidad eclesial sobre las carencias de la misión.
El punto de partida es la fragmentación de la existencia, uno de los rasgos más característicos de la posmodernidad. Como muestra, un botón: este mismo documento ha sido acogido en ciertos entornos como una sucesión de posicionamientos ideológicos inconexos sobre controversias de actualidad, pese a que el gran valor del texto radica en exponer los vínculos entre la degradación del trabajo, el consumismo, las ideologías de género, la disolución de la familia o la crisis demográfica.
Este es el truco, ardid y añagaza de la que se valen algunos niños caprichosos, cuando no consiguen lo que quieren. Ante esta amenaza, que solo es un farol, los familiares, abuelos, padres y algún que otro pariente, muerden el anzuelo aun sabiéndolo, y corren solícitos, obsequiosos y, apresuradamente le proporcionan al niño lo que desea.
Aquellos que podemos hablar con soltura del mundo de mediados del siglo XX, nos encontramos a menudo con “amigos” que te dicen sin recato: ¡Qué bien te encuentras! Tate; estás hecho una birria y eres otra de las victimas del edadismo. Ese tipo de persecución que sufrimos los que no jugamos al tenis a diario y que repetimos un par de veces las mismas cosas.
Estoy de acuerdo con la crítica “motivada”, “razonada”, “justificada”. El señor Zapatero, expresidente de España, cuya cualidad destacada, por ese motivo, debería ser la prudencia, la ecuanimidad y jamás, pienso yo, el azuzar la calle, el empujar ideológicamente al pueblo y arrastrarnos al enfrentamiento.
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