Estamos ante un momento de desorientación y pérdida de vínculos, en gran medida alentado por una cultura individualista. En esta situación es fácil que aparezcan formas sustitutivas de una convivencia social sana.
Algunos líderes y movimientos políticos explotan una afirmación reactiva de la identidad, una identidad sin tradición real, marcada por el resentimiento, el rechazo del otro y la nostalgia de un supuesto mundo perdido. Es un fenómeno a menudo alimentado por formas de religiosidad irracional que pretenden deducir de los textos sagrados reglas para la convivencia sin tener en cuenta la libertad y la autonomía de lo temporal.
Este caldo de cultivo nutre un mesianismo de izquierdas o derechas, rechaza que la política es necesariamente limitada, el equilibrio de las instituciones y la naturaleza deliberativa de la democracia.
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