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Estamos ante un momento de desorientación y pérdida de vínculos, en gran medida alentado por una cultura individualista. En esta situación es fácil que aparezcan formas sustitutivas de una convivencia social sana.
Algunos líderes y movimientos políticos explotan una afirmación reactiva de la identidad, una identidad sin tradición real, marcada por el resentimiento, el rechazo del otro y la nostalgia de un supuesto mundo perdido. Es un fenómeno a menudo alimentado por formas de religiosidad irracional que pretenden deducir de los textos sagrados reglas para la convivencia sin tener en cuenta la libertad y la autonomía de lo temporal.
Este caldo de cultivo nutre un mesianismo de izquierdas o derechas, rechaza que la política es necesariamente limitada, el equilibrio de las instituciones y la naturaleza deliberativa de la democracia.
Nuestra situación actual es el resultado del desarrollo histórico de las múltiples culturas sociales universales: Antiguo Egipto, Grecia, Los incas, Los mayas, Mesopotamia, Judaísmo y cristianismo, Los aztecas, Íberos, celtas y pueblos germánicos, Roma, El islam, India, China. En todas ellas el hombre ha ocupado un lugar “señalado” por los siempre poderes fácticos.
No sé si Ana Obregón era consciente del terremoto informativo que ha originado, además de ensombrecer durante unos días, los graves problemas económicos, políticos o sociales que hoy nos agobian a los españoles. El aluvión de opiniones que se han vertido sobre su tardía maternidad subrogada, ha servido para dividir una vez más a los españoles.
Quizás cuando usted lea el presente documento el expresidente Donald Trump haya sido acusado, instruido e imputado de una larga lista de cargos confidenciales hasta el presente. Será el primer expresidente en la historia de los Estados Unidos en enfrentar cargos criminales o penales lo que demostraría que nadie está por encima de la ley.
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