Hace unos pocos días, a principios de mes y de año, todos nos hemos deseado “feliz año”. Yo me pregunto, si somos conscientes de que la llave de la felicidad es el amor. Los matemáticos dirían que la relación entre esos dos términos, felicidad y amor, es directa. Así que podemos afirmar que: quien más ama es más feliz. Por tanto, la asignatura perenne de nuestra vida debería ser aprender a amar.
Además, siempre me ha llamado la atención, el hecho de que los educadores y los médicos señalen, al unísono, que lo más importante para ser buenos profesionales es querer a los alumnos o a los pacientes, “Saber querer” es el arma poderosa para educar y para curar, lo que indica que deberíamos aprender a querer de verdad. “Querer y ser querido” constituyen la necesidad más profunda del ser humano y, al mismo tiempo, determinan su grandeza.
Querer de verdad presupone la donación de lo mejor de uno mismo. Para ello, necesitamos ejercitarnos en el olvido propio y poner nuestra mirada en lo que el otro necesita. La característica principal de esa donación es su gratuidad, no el propio interés. “Saber querer” es una tarea que todos debemos afrontar y poner en práctica, porque de ella depende nuestra felicidad, que sin duda se complementa con la seguridad de “saberse querido”.
El querer de verdad exige también generosidad y sacrificio, estas cualidades nos ayudan a darle al otro, libre y generosamente, lo que necesita. Esta forma de proceder nos hace más felices, nos impulsa a amar y a vivir más plenamente. La felicidad es fruto de la entrega y del servicio alegre a los demás.
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