Dice el texto evangélico de san Mateo (Mt 23,23) “¡… habéis abandonado lo más importante de la Ley: la justicia, la misericordia y la fidelidad!”, y comenta san León Magno “muchas veces se exhibe una apariencia de virtud y se ambiciona una fama engañosa, sin ningún interés por la rectitud interior; así, lo que no es más que maldad escondida se complace en la falsa apreciación de los hombres…”. Es decir, que más allá de la justicia está la misericordia. Este es el pensamiento cristiano: hay que aplicar la justicia, por supuesto; pero también hay que practicar la misericordia cuando se aprecia un punto de inflexión en las personas, y este punto de inflexión ha de ser una muestra apreciable de su petición de perdón, de su justificación, de su arrepentimiento.
Estos textos sirven para proclamar el gran error y el fraude de ley que se están cometiendo al poner en la calle a tantos presos de diversa índole y condición. La justicia no se corresponde con la ley. El carácter retroactivo de las leyes no es válido para eludir condenas por delitos cometidos bajo otra ley vigente en su momento. Eso generaría una inseguridad ciudadana semejante a un cataclismo. Para eludir esto habría que ir más allá de la justicia y apelar a la misericordia; sin embargo, ello conlleva el arrepentimiento, esa rectitud interior equivalente al reconocimiento de su delito.
Pero aquí estamos muy lejos de esa actitud, por el contrario, se persiste en el mal cometido. Ley, entonces, ¿de quién y para quiénes? La ley y la justicia son universales: para todos los ciudadanos y no para aplicar y beneficiar en exclusiva a un pequeño grupo.
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