Con su propia existencia, el Papa emérito nos ha hecho ver “que deseamos la vida misma, la verdadera, la que no se vea afectada ni siquiera por la muerte”. Es paradójico porque “no conocemos eso hacia lo que nos sentimos impulsados y no podemos dejar de tender a ello y, además, sabemos que todo lo que podemos experimentar o realizar aquí, no es lo que deseamos” (…). La expresión ‘vida eterna’ trata de dar un nombre a esta desconocida realidad (…) Pero esa expresión suscita en nosotros la idea de lo interminable, y eso nos da miedo”.
El propio Benedicto XVI, explicando en la encíclica Spe Salvi lo que a él le ha sucedido en sus últimos días, era a él mismo que, señala “que la eternidad no es un continuo sucederse de días del calendario, sino el momento pleno de satisfacción en el cual la totalidad nos abraza y nosotros abrazamos la totalidad… es la vida en sentido pleno”. Esa es la dimensión más profunda de los deseos que expresamos en el momento de cambiar de año.
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