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Con su propia existencia, el Papa emérito nos ha hecho ver “que deseamos la vida misma, la verdadera, la que no se vea afectada ni siquiera por la muerte”. Es paradójico porque “no conocemos eso hacia lo que nos sentimos impulsados y no podemos dejar de tender a ello y, además, sabemos que todo lo que podemos experimentar o realizar aquí, no es lo que deseamos” (…). La expresión ‘vida eterna’ trata de dar un nombre a esta desconocida realidad (…) Pero esa expresión suscita en nosotros la idea de lo interminable, y eso nos da miedo”.
El propio Benedicto XVI, explicando en la encíclica Spe Salvi lo que a él le ha sucedido en sus últimos días, era a él mismo que, señala “que la eternidad no es un continuo sucederse de días del calendario, sino el momento pleno de satisfacción en el cual la totalidad nos abraza y nosotros abrazamos la totalidad… es la vida en sentido pleno”. Esa es la dimensión más profunda de los deseos que expresamos en el momento de cambiar de año.
Pureza es un vocablo que, al margen de su denotación, acopia connotaciones varias. Se define, en general, por oposición a sus opuestos, es decir, a las diferentes manifestaciones de la inmundicia, la contaminación y demás mugres, que, por otra parte, pueden referirse no solo a lo físico y palpable, sino asimismo a la dimensión espiritual, en el sentido de pecado, maldad o desviación moral.
Ayer, día 1 de junio, se celebraba el absurdo Día de la Leche. ¿Qué es exactamente lo que hay que celebrar en la explotación y muerte de animales sumado al impacto medioambiental de estas industrias sin escrúpulos? La industria láctea no deja de lloriquear para recibir más subvenciones ya que, al fin y al cabo, viven de eso en lugar de fomentar las alternativas vegetales para sustituir la leche y disfrutar también del queso, lácteos o cualquier receta de repostería.
Por fas o por las tribulaciones acechantes de una manera denodada, por el carácter pusilánime acentuado con cada frustración o por las poco atinadas propuestas vitales emprendidas; escuchamos esa frase tan manida de no encontrarle sentido a la vida. Dicha expresión denota una situación lamentable de por sí, pero especialmente dolorosa si prestamos atención a los sufrimientos que la acompañan.
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