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La dignidad exige una enérgica participación reivindicativa

Dignidad de los perplejos

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A este paso, la perplejidad se convertirá en la actitud habitual de las personas. La supuestas cualidades y recursos no remedian la serie de barbaridades experimentadas. Nadie parece tener la capacidad de responder a la reiteración de despropósitos provocados por los humanos. El DESCONCIERTO alcanza hasta los próceres de cada profesión, apenas se ciñen a sus saberes sectoriales. Los trastornos psiquiátricos no explican los desmanes. A la trama biológica no le van esas tendencias. Las actitudes religiosas persiguen otros consuelos y la ciencia se detiene en datos concretos. La incomodidad nos provoca el desasosiego inicial, para continuar acechando en los diferentes avatares de la vida.


Nos cargan las entendederas, nos martillean, con eso del final de los ideales, la desintegración de los grandes conceptos; a continuación, paradójicamente, nos sacan a flote una serie de pronunciamientos intolerantes con ínfulas de grandezas. Al menos despiertan una cierta curiosidad, porque lo hacen sin la mínima intención de aportar justificaciones y la sonora algarabía no sustituye a las argumentaciones. En una persona normal que permanezca despierta surge el recelo. La reacción inicial deviene en ESCEPTICISMO; la credulidad a ciegas no parece lógica, máxime en ámbitos desprovistos de confianza. La incoherencia se transforma en duda, germen de las futuras reacciones personales sin renuncias estúpidas.


A uno le acecha el cosquilleo de poder leer la partitura del panorama circundante, de poder perfilar en lo posible sus posibilidades reales. Se tratará de una pesquisa compleja, pronto advertimos la insuficiencia de una simple mirada, se intuyen mecanismos intrincados que no están a la vista. El impulso de investigar en sucesivas observaciones resulta fundamental para poder sopesar a continuación los rasgos conocidos de la realidad. El ANÁLISIS correspondiente arroja numerosos matices relacionados exclusivamente con la persona actuante; en esas condiciones, el consiguiente posicionamiento es intransferible; servirá de baluarte para las actuaciones posteriores y sus ramificaciones.


Las respuestas genuinas de la persona expresan de manera primordial su franqueza, esa sinceridad neta desprovista de los manejos e intenciones posteriores. Aún no estamos hablando del grado de bondad o malicia de sus intervenciones. Lejos de que sus posturas de partida resulten cómodas o molestas a los demás; al enfrentarse a los retos se ciñen a sus condiciones propias para determinar su situación. Ese ENJUICIAMIENTO prístino es el principal reflejo de la dignidad de ese sujeto. Las mezclas posteriores contaminan esa posición íntima. La verdadera presencia de esa persona no puede renunciar a su juicio, sería como borrarse como persona. La colaboración dialéctica con la comunidad es otro asunto.


Hablamos de asumir la quisquillosa posición de las personas dignas, aportan sus percepciones sin doblegarse de primeras a las presiones de cualquier tipo. Después ya surgirán valoraciones distintas. La cerrazón obstaculizará las vías de entendimiento, mientras la apertura a las nuevas experiencias les permitirá progresar con la comunidad. La comunicación se torna imperativa en este punto, para captar y emitir mensajes, contradictorios y afines. El proceso DIALÉCTICO cobra prestancia laboriosa para ir atando cabos satisfactorios. Como no se terminan las situaciones, tampoco finaliza el debate ya de por sí complejo. Sin la entereza y franqueza de las posiciones, apenas estaríamos en una farsa denigrante; y son frecuentes.


El pragmatismo ramplón y la ligereza ambiental ponen a prueba la dignidad personal para mantener las apreciaciones. Cuando arrinconamos esa potencia interior, la avalancha de los impulsos exteriores destruye los criterios sin las reflexiones oportunas. Bien que lo observamos en la actualidad con el trato dado a los ideales, justicia, a la misma democracia o la religión. Las FIJACIONES interesadas de procedencias inverosímiles, destruyen la sinceridad de los acercamientos dinámicos a cuanto nos sucede; el individuo queda transformado en un mero instrumento maleable. De esta guisa, los conceptos se deterioran y automatizan los comportamientos, con rumbos intempestivos y en no pocas ocasiones, crueles.


Parece sencillo eso de mostrarnos como somos, es fácil afirmarlo; pero enseguida queda patente la dificultad de llevarlo a cabo. Sin embargo, y dejando aparte las numerosas carencias, alcanzamos un cierto nivel en ese cumplimiento; que reivindicaremos o dejaremos de lado, según las apetencias propias enfrentadas a los eventos cotidianos. Sólo a base de tenacidad conseguimos mantener activo ese núcleo íntimo de la personalidad, nos permite la LIBERACIÓN con una determinada autonomía conducente a logros variables. Frustrantes, si hacemos hincapié en las discordancias. Satisfactorios, cuando los enlaces se efectúan con acierto. Y alocados, al desperdigar las reacciones a través de caprichos e irreflexiones.


Es bien fácil de percibir por cada ciudadano ese deslizamiento tan extendido hacia la desmesura en las actividades sociales. Los mejores proyectos se estropean por abusar de sus efectos. Que si la tecnificación, la fragmentación especializada, la diferenciación, la intolerancia; tienen su lógica en determinadas situaciones, pero su exageración las convierte en peligrosos monstruos agresivos. Dichos abusos realzan el papel del núcleo insobornable de la dignidad como rasgo individual, como resorte REVELADOR de las imposturas, siempre que mantenga su disposición a pronunciarse. Esa chispa del buen sentido es primordial para el intento de superación de la perplejidad que desde tantos focos nos pretenden imponer.


Al fin, no tratamos sobre grandilocuencias, suele pasar desapercibido ese rasgo de la entidad personal directamente ligado al respeto. Se sueña y se lucha en su nombre, pero no se ejerce con la entereza adecuada. Nos induce a la pregunta de si existirá realmente ese núcleo digno, también sobre su consistencia y disponibilidad; casi siempre lo hacemos sin percatarnos de su dependencia de la actitud voluntaria del propio sujeto. Pero, ¿Cuál será su ubicación? Quizá nos convenzamos de que no se trata de un objeto. La DIGNIDAD es un proceso dinámico de por sí. Su ralentización o detenimiento se corresponde con su desaparición. Si las personas la invitan a su aventurado viaje existencial, será asunto de su responsabilidad.


Los quebrantos sociales no dan respiro, y qué quieren que les diga, no se vislumbran actitudes con el ánimo decidido de corregirlos. Es más, los intentos de arreglar entuertos, si son audaces, son tildados cuando menos de insulsos, de delirantes o peor aún con frecuencia. De persistir en el intento, acaban siendo actuaciones QUIJOTESCAS, por la dificultad y la incomprensión.. Porque cada uno dispone de la suficiente armadura neuronal, para la determinación de esa primera impresión nítida, antes y después de las maniobras confusas reiterativas.


Escribí un MINICUENTO de aires quijotescos, a través del cual se concentran estas versiones para averiguar los caminos de la dignidad; veamos: “La esperpéntica figura disimuló en el viaje la mejor cordura”

Dignidad de los perplejos

La dignidad exige una enérgica participación reivindicativa
Rafael Pérez Ortolá
viernes, 13 de enero de 2023, 09:42 h (CET)

A este paso, la perplejidad se convertirá en la actitud habitual de las personas. La supuestas cualidades y recursos no remedian la serie de barbaridades experimentadas. Nadie parece tener la capacidad de responder a la reiteración de despropósitos provocados por los humanos. El DESCONCIERTO alcanza hasta los próceres de cada profesión, apenas se ciñen a sus saberes sectoriales. Los trastornos psiquiátricos no explican los desmanes. A la trama biológica no le van esas tendencias. Las actitudes religiosas persiguen otros consuelos y la ciencia se detiene en datos concretos. La incomodidad nos provoca el desasosiego inicial, para continuar acechando en los diferentes avatares de la vida.


Nos cargan las entendederas, nos martillean, con eso del final de los ideales, la desintegración de los grandes conceptos; a continuación, paradójicamente, nos sacan a flote una serie de pronunciamientos intolerantes con ínfulas de grandezas. Al menos despiertan una cierta curiosidad, porque lo hacen sin la mínima intención de aportar justificaciones y la sonora algarabía no sustituye a las argumentaciones. En una persona normal que permanezca despierta surge el recelo. La reacción inicial deviene en ESCEPTICISMO; la credulidad a ciegas no parece lógica, máxime en ámbitos desprovistos de confianza. La incoherencia se transforma en duda, germen de las futuras reacciones personales sin renuncias estúpidas.


A uno le acecha el cosquilleo de poder leer la partitura del panorama circundante, de poder perfilar en lo posible sus posibilidades reales. Se tratará de una pesquisa compleja, pronto advertimos la insuficiencia de una simple mirada, se intuyen mecanismos intrincados que no están a la vista. El impulso de investigar en sucesivas observaciones resulta fundamental para poder sopesar a continuación los rasgos conocidos de la realidad. El ANÁLISIS correspondiente arroja numerosos matices relacionados exclusivamente con la persona actuante; en esas condiciones, el consiguiente posicionamiento es intransferible; servirá de baluarte para las actuaciones posteriores y sus ramificaciones.


Las respuestas genuinas de la persona expresan de manera primordial su franqueza, esa sinceridad neta desprovista de los manejos e intenciones posteriores. Aún no estamos hablando del grado de bondad o malicia de sus intervenciones. Lejos de que sus posturas de partida resulten cómodas o molestas a los demás; al enfrentarse a los retos se ciñen a sus condiciones propias para determinar su situación. Ese ENJUICIAMIENTO prístino es el principal reflejo de la dignidad de ese sujeto. Las mezclas posteriores contaminan esa posición íntima. La verdadera presencia de esa persona no puede renunciar a su juicio, sería como borrarse como persona. La colaboración dialéctica con la comunidad es otro asunto.


Hablamos de asumir la quisquillosa posición de las personas dignas, aportan sus percepciones sin doblegarse de primeras a las presiones de cualquier tipo. Después ya surgirán valoraciones distintas. La cerrazón obstaculizará las vías de entendimiento, mientras la apertura a las nuevas experiencias les permitirá progresar con la comunidad. La comunicación se torna imperativa en este punto, para captar y emitir mensajes, contradictorios y afines. El proceso DIALÉCTICO cobra prestancia laboriosa para ir atando cabos satisfactorios. Como no se terminan las situaciones, tampoco finaliza el debate ya de por sí complejo. Sin la entereza y franqueza de las posiciones, apenas estaríamos en una farsa denigrante; y son frecuentes.


El pragmatismo ramplón y la ligereza ambiental ponen a prueba la dignidad personal para mantener las apreciaciones. Cuando arrinconamos esa potencia interior, la avalancha de los impulsos exteriores destruye los criterios sin las reflexiones oportunas. Bien que lo observamos en la actualidad con el trato dado a los ideales, justicia, a la misma democracia o la religión. Las FIJACIONES interesadas de procedencias inverosímiles, destruyen la sinceridad de los acercamientos dinámicos a cuanto nos sucede; el individuo queda transformado en un mero instrumento maleable. De esta guisa, los conceptos se deterioran y automatizan los comportamientos, con rumbos intempestivos y en no pocas ocasiones, crueles.


Parece sencillo eso de mostrarnos como somos, es fácil afirmarlo; pero enseguida queda patente la dificultad de llevarlo a cabo. Sin embargo, y dejando aparte las numerosas carencias, alcanzamos un cierto nivel en ese cumplimiento; que reivindicaremos o dejaremos de lado, según las apetencias propias enfrentadas a los eventos cotidianos. Sólo a base de tenacidad conseguimos mantener activo ese núcleo íntimo de la personalidad, nos permite la LIBERACIÓN con una determinada autonomía conducente a logros variables. Frustrantes, si hacemos hincapié en las discordancias. Satisfactorios, cuando los enlaces se efectúan con acierto. Y alocados, al desperdigar las reacciones a través de caprichos e irreflexiones.


Es bien fácil de percibir por cada ciudadano ese deslizamiento tan extendido hacia la desmesura en las actividades sociales. Los mejores proyectos se estropean por abusar de sus efectos. Que si la tecnificación, la fragmentación especializada, la diferenciación, la intolerancia; tienen su lógica en determinadas situaciones, pero su exageración las convierte en peligrosos monstruos agresivos. Dichos abusos realzan el papel del núcleo insobornable de la dignidad como rasgo individual, como resorte REVELADOR de las imposturas, siempre que mantenga su disposición a pronunciarse. Esa chispa del buen sentido es primordial para el intento de superación de la perplejidad que desde tantos focos nos pretenden imponer.


Al fin, no tratamos sobre grandilocuencias, suele pasar desapercibido ese rasgo de la entidad personal directamente ligado al respeto. Se sueña y se lucha en su nombre, pero no se ejerce con la entereza adecuada. Nos induce a la pregunta de si existirá realmente ese núcleo digno, también sobre su consistencia y disponibilidad; casi siempre lo hacemos sin percatarnos de su dependencia de la actitud voluntaria del propio sujeto. Pero, ¿Cuál será su ubicación? Quizá nos convenzamos de que no se trata de un objeto. La DIGNIDAD es un proceso dinámico de por sí. Su ralentización o detenimiento se corresponde con su desaparición. Si las personas la invitan a su aventurado viaje existencial, será asunto de su responsabilidad.


Los quebrantos sociales no dan respiro, y qué quieren que les diga, no se vislumbran actitudes con el ánimo decidido de corregirlos. Es más, los intentos de arreglar entuertos, si son audaces, son tildados cuando menos de insulsos, de delirantes o peor aún con frecuencia. De persistir en el intento, acaban siendo actuaciones QUIJOTESCAS, por la dificultad y la incomprensión.. Porque cada uno dispone de la suficiente armadura neuronal, para la determinación de esa primera impresión nítida, antes y después de las maniobras confusas reiterativas.


Escribí un MINICUENTO de aires quijotescos, a través del cual se concentran estas versiones para averiguar los caminos de la dignidad; veamos: “La esperpéntica figura disimuló en el viaje la mejor cordura”

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