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“Todos somos muy dúctiles en seguir los ejemplos torpes o depravados” Juvenal

España necesita también la depuración de la todopoderosa jet-set mediática

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Hoy en día, en esta España que muchos empezamos a desconocer, no sólo reclamamos sensatez a nuestros políticos que, por supuesto, se empeñan en no hacernos caso, sino que las nuevas modas, las tendencias libertarias, las filosofías relativistas y la falta de autoridad de los padres sobre sus hijos y el consiguiente despego familiar que ello comporta, se han convertido en los recambios a conceptos como la ética o la moral, a los que parece que las nuevas generaciones han decidido dejar aparcados.

Han surgido adelantos técnicos que han sido capaces de crear a nuevos “famosos” que han venido sustituyendo, ante las masas, a aquellos contados personajes que por sus conocimientos, méritos personales, esfuerzos o cualidades deportivas, a copia de trabajo y de persistencia, llegaban a alcanzar la fama, por supuesto menos generalizada, menos espectacular y, en muchas ocasiones, reducida a los amantes o seguidores de una rama determinada de las artes, de la ciencia, de las letras, la música o una actividad deportiva. En la actualidad basta la más mínima singularidad, la casualidad, el descaro o el estar dispuesto a afrontar el ridículo, para que un perfecto desconocido, con un poco de suerte, se llegue a encumbrar a la cúspide de la gloria.

Ejemplos de verdaderos intrusos caracterizados por su cara dura, su vida desordenada, su parentesco con personas importantes, su exhibicionismo en programas como los reality shows, su habilidad para introducirse en los círculos de personajes relacionados con la política, su procacidad o, simplemente, su venalidad a bajo precio; los han situado como “famosillos” a los que apoyan aquellos medios que viven, precisamente, del morbo de quienes los siguen; algunos de los cuales han encontrado el medio de explotar este filón, como por ejemplo en programas de las TV, para hacerse ricos a costa de los millones de españoles que, contrariamente a lo que se pudiera pensar en personas sensatas y formadas, han decidido contribuir con su audiencia a darles la fama de la que viven.

Se puede decir que con Belén Estéban, la compañera de un torero, empezó este sainete continuado por el que han venido circulando toda una pléyade de explotadores de situaciones que han sabido gestionar, con habilidad, en muchas ocasiones de la mano de “listillos” que han aprovechado su predicamento en los diversos medios de comunicación para explotarlos para su propio provecho y, en ocasiones, el de sus patrocinados que pueden superar en fama, si saben jugar con inteligencia sus bazas, a sus propios valedores. El Pequeño Nicolás; la familia de Jesulín de Ubrique; Belén Esteban; Quico Ribera; el conde Lequio; la inefable Isabel Preysler y una serie populosa de miembros de la moda, la farándula, la tauromaquia, la política y la picaresca, forman esta nutrida tropa que, junto a aquellos que viven a costa de airear su vida sentimental y su particular colección de separaciones, divorcios o “cameos” (por los que los medios de la llamada “prensa rosa” llegan a pagar cantidades millonarias); han encontrado su modus vivendi en ocupar las portadas de las revistas, vivaquear en los reality shows; asistir a todos los eventos donde puedan lucirse ante el público y, lo que aún es peor, atreverse a emitir opiniones sobre temas políticos, morales, éticos, económicos o sociales, sin que tengan una preparación o ideas claras que les autoricen a pontificar en programas de opinión, que presencian miles de espectadores, sobre los cuales pueden influir en muchos casos de forma negativa, con sus improvisadas valoraciones.

Lo curioso es que, al parecer, hay pocas personas que se sientan escandalizadas por las cantidades astronómicas que llegan a percibir algunos de estos personajes, sólo por comparecer ante las pantallas de las TV, las tertulias de las radios o para ser entrevistados en un periódico. Tenemos a personajes tan absurdos como es la señora Mercedes Milá ( de una buena familia catalana) que, sin la menor autocrítica, se presta a hacer el ridículo, vistiendo estrafalariamente y asumiendo roles que, una persona de su edad, ya no debiera arriesgarse a representar, suponemos que por una falta de autocrítica o porque se le paga muy bien para dirigir estos programas donde los cameos, las horteradas, la expresión de los vicios más bajos, el enfrentamiento de los concursantes y el uso de las más detestables artimañas para descalificar moral o intelectualmente a sus oponentes, los convierten en verdaderos ejemplos para la ciudadanía de lo que no se debiera hacer, decir o pensar. Pero el morbo de muchos ciudadanos, al parecer, los convierten en un gran negocio para estas TV, que parece que no se preocupan de otra cosa que de ganar dinero cueste lo que cueste y a costa de atentar contra los más elementales principios de la ética y el sentido común.

Pero el vulgo es muy dado a endiosar a sus ídolos y así tenemos a personas que han delinquido, como ha sido el caso de la Pantoja, que han sido capaces de convertir las entradas de las cárceles en la que cumplen su condena, en lugares de peregrinaje de multitudes que se desgañitan tirándole piropos y quejándose de que no se la trate mejor. ¿Qué pensarán, el resto de delincuentes, ante esta falta de coherencia ciudadana, si se tiene en cuenta que si otra persona, por necesidad, roba un saco de pan, encontrarán muy bien que se lo enchirone? Estos días hemos tenido un ejemplo claro de la distinta vara de medir de los españoles cuando, un famoso, comete un acto de evidente temeridad, un comportamiento inexcusable y una muestra de inconsciencia por parte de un a persona adulta, como ha sido el caso del diestro Francisco Ribera, un torero de gran fama, un mimado de la prensa y una persona de aparente seriedad, que ha puesto en peligro a su hija, de unos pocos meses, toreando una becerra con ella cogida del brazo. Al parecer su madre contemplaba semejante desatino y parece que, el Defensor del Pueblo, cumpliendo con su deber ha ordenado que se le inicie el correspondiente expediente sancionador.

Pero ya se ha desatado, entre el personal, la batalla de aquellos a los que les parece bien que un padre exponga a su hija a cualquier accidente (se podía tropezar, perder el equilibrio, recibir una embestida del animal que lo hiciera caer al suelo, con la posibilidad de que la niña fuera pisoteada o recibiera un golpe grave en la cabeza) y los que consideran que es una acción inexcusable y que no valen las excusas de que se trata de una tradición entre los toreros. Que jueguen con su vida, allá ellos, pero que pongan en peligro a una cría de tan corta edad, no se puede justificar apelando a excusas tan endebles. Y la prueba de que, el corporativismo, puede llegar a los extremos más absurdos ha sido el comportamiento de varios de sus colegas de los ruedos que, en solidaridad con él, han colgado en la red fotos de otros toreros cometiendo el mismo tipo de estupidez.

Es necesario que, en España se acabe con esta clase de dobles raseros en los que, no sólo la Justicia y los encargados de cumplirla, en ocasiones, se dejan llevar por otros estímulos ajenos a sus deberes como tales, sino que, entre los mismos ciudadanos, los hay que están dispuestos a justificar cualquier tipo de delito si se comete por personas a las que están ligados por simpatías políticas, artísticas, económicas, territoriales o sindicales y, en el caso contrario, se muestran intransigentes, duros, rencorosos y radicales, cuando el presunto reo pertenece, por sus ideas políticas, su afiliación partidista, sus creencias religiosas o su concepto de nación, los convierten automáticamente, no en adversarios sino en enemigos acérrimos sobre los que, si pudieran, aplicarían los castigos más rigurosos.

O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, tenemos la percepción de que España, aparte de que los políticos tengan la sensatez de establecer lazos para formar un gobierno estable, que evite que caiga en manos de estos grupos heterogéneos de izquierdas, cada uno con una percepción distinta de la política a aplicar y de muy difícil conciliación entre ellos; debería empezar a preocuparse de que los ejemplos a seguir no sean estos parásitos sociales que invaden las TV y las páginas de las revistas, de forma que creen entre las masas la idea errónea de que es un camino a seguir que pueda ser alternativa al estudio, el trabajo, el esfuerzo, la aplicación y la seriedad que, en definitiva, son los elementos básicos que marcan el destino de la mayoría de las personas en su camino por esta vida.

España necesita también la depuración de la todopoderosa jet-set mediática

“Todos somos muy dúctiles en seguir los ejemplos torpes o depravados” Juvenal
Miguel Massanet
jueves, 28 de enero de 2016, 00:17 h (CET)
Hoy en día, en esta España que muchos empezamos a desconocer, no sólo reclamamos sensatez a nuestros políticos que, por supuesto, se empeñan en no hacernos caso, sino que las nuevas modas, las tendencias libertarias, las filosofías relativistas y la falta de autoridad de los padres sobre sus hijos y el consiguiente despego familiar que ello comporta, se han convertido en los recambios a conceptos como la ética o la moral, a los que parece que las nuevas generaciones han decidido dejar aparcados.

Han surgido adelantos técnicos que han sido capaces de crear a nuevos “famosos” que han venido sustituyendo, ante las masas, a aquellos contados personajes que por sus conocimientos, méritos personales, esfuerzos o cualidades deportivas, a copia de trabajo y de persistencia, llegaban a alcanzar la fama, por supuesto menos generalizada, menos espectacular y, en muchas ocasiones, reducida a los amantes o seguidores de una rama determinada de las artes, de la ciencia, de las letras, la música o una actividad deportiva. En la actualidad basta la más mínima singularidad, la casualidad, el descaro o el estar dispuesto a afrontar el ridículo, para que un perfecto desconocido, con un poco de suerte, se llegue a encumbrar a la cúspide de la gloria.

Ejemplos de verdaderos intrusos caracterizados por su cara dura, su vida desordenada, su parentesco con personas importantes, su exhibicionismo en programas como los reality shows, su habilidad para introducirse en los círculos de personajes relacionados con la política, su procacidad o, simplemente, su venalidad a bajo precio; los han situado como “famosillos” a los que apoyan aquellos medios que viven, precisamente, del morbo de quienes los siguen; algunos de los cuales han encontrado el medio de explotar este filón, como por ejemplo en programas de las TV, para hacerse ricos a costa de los millones de españoles que, contrariamente a lo que se pudiera pensar en personas sensatas y formadas, han decidido contribuir con su audiencia a darles la fama de la que viven.

Se puede decir que con Belén Estéban, la compañera de un torero, empezó este sainete continuado por el que han venido circulando toda una pléyade de explotadores de situaciones que han sabido gestionar, con habilidad, en muchas ocasiones de la mano de “listillos” que han aprovechado su predicamento en los diversos medios de comunicación para explotarlos para su propio provecho y, en ocasiones, el de sus patrocinados que pueden superar en fama, si saben jugar con inteligencia sus bazas, a sus propios valedores. El Pequeño Nicolás; la familia de Jesulín de Ubrique; Belén Esteban; Quico Ribera; el conde Lequio; la inefable Isabel Preysler y una serie populosa de miembros de la moda, la farándula, la tauromaquia, la política y la picaresca, forman esta nutrida tropa que, junto a aquellos que viven a costa de airear su vida sentimental y su particular colección de separaciones, divorcios o “cameos” (por los que los medios de la llamada “prensa rosa” llegan a pagar cantidades millonarias); han encontrado su modus vivendi en ocupar las portadas de las revistas, vivaquear en los reality shows; asistir a todos los eventos donde puedan lucirse ante el público y, lo que aún es peor, atreverse a emitir opiniones sobre temas políticos, morales, éticos, económicos o sociales, sin que tengan una preparación o ideas claras que les autoricen a pontificar en programas de opinión, que presencian miles de espectadores, sobre los cuales pueden influir en muchos casos de forma negativa, con sus improvisadas valoraciones.

Lo curioso es que, al parecer, hay pocas personas que se sientan escandalizadas por las cantidades astronómicas que llegan a percibir algunos de estos personajes, sólo por comparecer ante las pantallas de las TV, las tertulias de las radios o para ser entrevistados en un periódico. Tenemos a personajes tan absurdos como es la señora Mercedes Milá ( de una buena familia catalana) que, sin la menor autocrítica, se presta a hacer el ridículo, vistiendo estrafalariamente y asumiendo roles que, una persona de su edad, ya no debiera arriesgarse a representar, suponemos que por una falta de autocrítica o porque se le paga muy bien para dirigir estos programas donde los cameos, las horteradas, la expresión de los vicios más bajos, el enfrentamiento de los concursantes y el uso de las más detestables artimañas para descalificar moral o intelectualmente a sus oponentes, los convierten en verdaderos ejemplos para la ciudadanía de lo que no se debiera hacer, decir o pensar. Pero el morbo de muchos ciudadanos, al parecer, los convierten en un gran negocio para estas TV, que parece que no se preocupan de otra cosa que de ganar dinero cueste lo que cueste y a costa de atentar contra los más elementales principios de la ética y el sentido común.

Pero el vulgo es muy dado a endiosar a sus ídolos y así tenemos a personas que han delinquido, como ha sido el caso de la Pantoja, que han sido capaces de convertir las entradas de las cárceles en la que cumplen su condena, en lugares de peregrinaje de multitudes que se desgañitan tirándole piropos y quejándose de que no se la trate mejor. ¿Qué pensarán, el resto de delincuentes, ante esta falta de coherencia ciudadana, si se tiene en cuenta que si otra persona, por necesidad, roba un saco de pan, encontrarán muy bien que se lo enchirone? Estos días hemos tenido un ejemplo claro de la distinta vara de medir de los españoles cuando, un famoso, comete un acto de evidente temeridad, un comportamiento inexcusable y una muestra de inconsciencia por parte de un a persona adulta, como ha sido el caso del diestro Francisco Ribera, un torero de gran fama, un mimado de la prensa y una persona de aparente seriedad, que ha puesto en peligro a su hija, de unos pocos meses, toreando una becerra con ella cogida del brazo. Al parecer su madre contemplaba semejante desatino y parece que, el Defensor del Pueblo, cumpliendo con su deber ha ordenado que se le inicie el correspondiente expediente sancionador.

Pero ya se ha desatado, entre el personal, la batalla de aquellos a los que les parece bien que un padre exponga a su hija a cualquier accidente (se podía tropezar, perder el equilibrio, recibir una embestida del animal que lo hiciera caer al suelo, con la posibilidad de que la niña fuera pisoteada o recibiera un golpe grave en la cabeza) y los que consideran que es una acción inexcusable y que no valen las excusas de que se trata de una tradición entre los toreros. Que jueguen con su vida, allá ellos, pero que pongan en peligro a una cría de tan corta edad, no se puede justificar apelando a excusas tan endebles. Y la prueba de que, el corporativismo, puede llegar a los extremos más absurdos ha sido el comportamiento de varios de sus colegas de los ruedos que, en solidaridad con él, han colgado en la red fotos de otros toreros cometiendo el mismo tipo de estupidez.

Es necesario que, en España se acabe con esta clase de dobles raseros en los que, no sólo la Justicia y los encargados de cumplirla, en ocasiones, se dejan llevar por otros estímulos ajenos a sus deberes como tales, sino que, entre los mismos ciudadanos, los hay que están dispuestos a justificar cualquier tipo de delito si se comete por personas a las que están ligados por simpatías políticas, artísticas, económicas, territoriales o sindicales y, en el caso contrario, se muestran intransigentes, duros, rencorosos y radicales, cuando el presunto reo pertenece, por sus ideas políticas, su afiliación partidista, sus creencias religiosas o su concepto de nación, los convierten automáticamente, no en adversarios sino en enemigos acérrimos sobre los que, si pudieran, aplicarían los castigos más rigurosos.

O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, tenemos la percepción de que España, aparte de que los políticos tengan la sensatez de establecer lazos para formar un gobierno estable, que evite que caiga en manos de estos grupos heterogéneos de izquierdas, cada uno con una percepción distinta de la política a aplicar y de muy difícil conciliación entre ellos; debería empezar a preocuparse de que los ejemplos a seguir no sean estos parásitos sociales que invaden las TV y las páginas de las revistas, de forma que creen entre las masas la idea errónea de que es un camino a seguir que pueda ser alternativa al estudio, el trabajo, el esfuerzo, la aplicación y la seriedad que, en definitiva, son los elementos básicos que marcan el destino de la mayoría de las personas en su camino por esta vida.

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